¿Qué es fe? Fe es certidumbre muy firme de la cosa no vista.

Crónica del conde don Pero Niño
***************************************

Me encontraba sumido en un letargo, qué ni iba ni venía, como si estuviera más allá del bien qué del mal, traté de levantarme y ¡nada! no podía moverme. Pero me encontraba consciente, estaba dentro de un féretro, quería mover mis ojos, quise gritar para decirles que estaba vivo, paralizado todo mi cuerpo, nada se movía de mí, no me salía palabra alguna, nadie me escuchaba, sólo llegaban a mi, ahogadas voces, rumores y gemidos. ¡Que joven, se nos adelantó en el camino! murmuraban mis cuñadas vestidas de negro con disfraz de plañideras. Pasaban mis hermanos, primos, amigos y vecinos, todos le daban el sentido pésame a mi madre que se encontraba sentada a mi lado. No, al lado de la caja fúnebre, vestía de luto. ¡Era muy bueno! Decía mi suegra que me consideraba el peor de los hombres. La sala de mi casa, comenzó a llenarse de gente, mucha gente, hacían fila india para darme la despedida, me miraban, se santiguaban y oraban en voz baja. Todos se pusieron de pies y sólo atiné a escuchar un coro - ¡Que brille para él la luz perpetua! - Mis dos mejores amigos se acercaron al ataúd, comencé a silbar, no salía ningún silbido, se ubicaron uno a cada lado, Pocho, a mi derecha, era con el que más compartía mis secretos y Cabeto, el de las rumbas, el parrandero, mejor dicho, era el encargado de conseguir las viejas cuando nos íbamos de parranda. Los escucho y los veo discutiendo por cien mil pesos de los cuales yo era el fiador, el Pocho le dice: - ¿compadre los cien mil pesos que le presté? - Cabeto le contesta: – ¡compadre, si yo se los mandé! ¿Con quién compadre? Repuso asombrado el Pocho, entonces Cabeto señalándole con el dedo el cajón, le dijo: – con el compadre hace ya una semana, se persignó y en voz baja me dijo - ¡Que Dios lo tenga en su regazo compadre! - yo que me encontraba en ese letargo en estado de suspensión vital, que ni me iba ni me venía, quise pararme, gritarle la verdad, que no era cierto lo que decía, que no fuera pícaro, no me movía, inerte, grité, nadie me escuchó.

Entonces siento que viajo por un túnel entre oscuro y claro, el cual me transporta a un sitio conocido para mí, como si yo alguna vez hubiera vivido en ese lugar, parecido al útero materno donde llegan imágenes de mi fase prenatal y esos recuerdos viajan por mi mente a un sitio donde los muertos se encuentran en el limbo eterno y el tiempo no existe para ellos, entonces entiendo que no es mi cita, tal vez mi encuentro inesperado no estaba subrayado en la agenda de la garabatua. Miro el reloj de pared y son las seis de la tarde, escucho el tic del segundero cuando se encarama al minutero y enseguida las seis campanadas, entonces me doy cuenta que no estoy muerto, ahora estoy casi seguro que me encuentro en un estado cataléptico, en una muerte aparente y que muchos que han viajado a ese estado regresan al mundo real, al de los vivos. Desesperado trato de patear la tapa del cajón y en esa lucha para qué alguien se diera cuenta qué no estaba muerto, por simple impulso y reflejo siento lo pegajoso de una gota qué sale de mis lagrimales y se pasea lentamente por mi sien perdiéndose detrás de mi oído, el miedo desaparece, me lleno de valor, suspiro con frenesí y el vidrio en forma de cruz colocado en la tapa del ataúd se empaña, oscuridad, todo es neblina, ya no se ven las caras, el reloj, los cirios, las coronas de flores, las tejas del techo, sólo escucho la voz de mi madre que grita ¡Dios mío! ¡Néstor, está vivo! Al grito le siguió un golpe seco contra el piso, después como el efecto dominó muchos estruendos de cuerpos que chocaban contra el suelo ¡pum, pum! Y ese siniestro sonido se repetía una y otra vez hasta irse disipando en mi cabeza para convertirse poco a poco en un eco lejano que desaparecía en la sombra de un recuerdo y ese repentino estremecimiento recorriéndome el cuerpo me obligó a parar de soñar entre el bien y el mal.