Les habían dicho que aquella mañana llegarían al pueblo sus nuevos vecinos. Solo sabían que uno de ellos recién había terminado de pagar una corta pena en la cárcel. En medio del pasar de seres inertes un niño estaba perdido en medio del polvo provocado de confusión.

Tomando ventaja de su soledad se acercaron para preguntarle acerca de su familia. A lo que respondió: Didí está siempre dispuesta. A Olga se le conoce por eso. Ursula ha tenido mala suerte ya tres veces. Heydi no lo disimula. Sin lograr entender lo que sus confusas pero claves palabras agrupadas querían expresar, prosiguieron a preguntar por aquel hombre opuesto al sol. Cuyo cabello rapado exponía gotas de sudor de pronta evaporación. A lo que el niño sólo respondió: trabaja en las noches.

En medio de la noche lenta un fuerte sonido logra despertarlos. De inmediato asomados por el cristal enmarcado tan solo ven aquel niño, ya vecino, sumergido en el alba gozosa de humedad. A gran paso bajaron la escalera que guía a la puerta principal, esta ya abierta, permite ver al niño camuflado en el blanco oscuro de la noche.

De su boca de pronto escapan palabras que enredan el viento al decir: trabaja en las noches. Aun sin entender, su atención se concentra forzosamente en la copa del techo de la casa, efecto de un silencioso ruido. La luna delata sin piedad para así orientar sus miradas a la más clara interpretación de las palabras de viento. El enmascarado subía la escalera. Sus pasos retumbaban en la noche: tic, tac, tic, tac.