No tuvo que acudir a él ya que sabía que éste se aproximaba con sus pasos monocordes, precisos, marcados e incluso rítmicos. Ella abrió sus ojos desmesurados para otear a través de la mampara pero fue imposible, por mucho que se empinara, no atisbaría nada.

Primero se anunció con sus cristales ígneos, eran los reflejos adormilados del sol que se filtraban por las cortinas. Ella restregó sus ojos cansados y se desperezó como una gata. Luego se asomó a la ventana y se encontró con la bucólica imagen de un valle que ya comenzaba a retozar bajo los rayos solemnes del sol. Pero todo esto no era más que la repetición de lo mismo. Ella aguardaba otra cosa.

Cuando cayó la noche y todo comenzó a funcionar en reversa, se preparó para ir a dormir. Algún día acudiría a su llamado, en algún momento tocaría a su puerta y le diría- Heme aquí.

Así pasaron muchos años. Los soles dieron paso a cielos tenebrosos que vomitaron esperpentos para que anegaran el valle. Luego, nuevos soles arreciaron para hacer madurar las espigas. Los ciclos se repetían con parsimoniosa indiferencia.

Ella envejeció, se fue quedando ciega y aún así, siempre aguardaba que apareciera aquél. Cuando sus febles músculos se negaron a levantarla de su lecho, cadavérica pero esperanzada aún alzaba su delgado cuello para tratar de otear a través de la ventana.

Finalmente, una noche supo que el nuevo día no la encontraría aposentada en sus huesos. Antes de tragar la última bocanada de aire, se dijo a si misma que acaso el futuro, aquel ente que tanto había aguardado por innumerables años, había equivocado su camino y que ahora se quedaría huérfano y errabundo, buscando a un cristiano al cual pertenecerle…