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DESTINO

Son las siete. Ya esta oscureciendo. Fuera de la estación apenas se llegan a vislumbrar las vías del tren. Parecen dormidas, sumidas en la calma nocturna. Tan solo soy consciente de donde estoy cuando una voz anuncia la llegada de otro tren y las vías vuelven a despertar con un molesto estruendo. El resto del tiempo, permanezco sentado en el banco, viendo pasar formas a mi lado, y esperando.
Miro el reloj de nuevo. Mi tren no llegará hasta dentro de cuarenta y tres minutos. Que aburrimiento. No sé que hacer, y sinceramente, tampoco sé si hago lo correcto. Intento que las dudas no vuelvan a avasallar mi cabeza. Yo quiero a Sara, es algo sencillo. Quiero que lo nuestro se arregle... tan solo tengo una oportunidad y no puedo dudar, después de ocho meses, no puedo echarme atrás justo ahora, que tan solo faltan unas horas para nuestro reencuentro.
Pero el caso es que hace mucho que dudo de la existencia de una solución. Han sido demasiadas cosas en muy poco tiempo, y no sé si pasar la Navidad con ella vaya a arreglar algo. Bueno... al menos podremos hablar.
Sacudo la cabeza confuso y desorientado. Pongo las manos sobre mis rodillas y hundo la cabeza. Quiero no pensar. De nuevo oigo la voz por los altavoces que se me antoja monótona y lejana:

“Atención, tren con destino a Logroño procedente de....”

No le presto atención. Levanto la cabeza y miro a las personas que salen y que entran, que van y vienen. Todas cargadas con maletas, arrastrando unas caras cansadas pero felices. Al fin y al cabo es Navidad, una época para los milagros. Pero ¿qué milagros?
Recorro la espaciosa estancia con la mirada. Hay bastante revuelo dentro del edificio. Los taquilleros intentan atender las dudas de todos los que se acercan a preguntar, pero no dan abasto.
Sin poderlo evitar, me fijo en uno de unos cincuenta y tantos, que mira con cara de profundo aburrimiento a una cliente desde el otro lado de la ventanilla. Me pregunto cuántos años de su vida habrá pasado delante de esa vitrina de vidrio que lo separa del resto del mundo, escuchando la misma voz un día tras otro y viendo pasar trenes que para él solo conducen a lugares desconocidos.
Alguien se pone delante de mí, tapando al individuo de la taquilla. Enfoco la vista fastidiado y vuelto bruscamente a la realidad. Sin darme cuenta, estoy tras una chica, supongo que de mi edad, quizás más joven. No le veo la cara, pero aprecio que va vestida con unos vaqueros ajustados y una cazadora negra. Es alta y delgada, su pelo, muy fino y castaño le cae por los hombros de manera desordenada. Me fijo mejor en ella y me percato de que mira hacia las vías con aire ausente. Sin saber por qué, desearía averiguar qué está pensando. Momentos después se encamina hacia una de las taquillas, e intercambia unas palabras con el hombre que momentos antes estaba observando. Éste le sonríe cortésmente y le entrega un ticket. Luego vuelve la vista hacia las vías de nuevo.
Por alguna razón no puedo dejar de mirarla. Aún no he logrado ver su rostro, pero percibo que sus gestos son seguros y delicados, parece segura de sí misma... pero intuyo que es solo una máscara.
Entonces, como si se hubiera percatado de que la espío, se carga al hombro una mochila y sale en dirección a la cafetería. La veo perderse entre la multitud de personas. Instintivamente vuelvo la vista de nuevo hacia las taquillas, como si esperase que ella reapareciese en el mismo sitio.
Pero en su lugar me encuentro con la fija mirada del empleado al cual yo contemplaba antes, y que me observa ahora. No bajo los ojos y de nuevo intento evocar su vida. Me vienen imágenes de su posible pasado, sacadas de algún recóndito lugar de mi mente. En ellas, aprecio al mismo hombre, algo más joven, viendo pasar ante si toda una vida. En ellas, él siempre intenta buscarle un sentido a su existencia, intenta conseguir ser el viajero y comprar un billete hacia un destino diferente. Sin embargo, no tiene valor para salir de su cárcel de cristal, nada le empuja a hacerlo. Y desde ese recuerdo creado por mí, al final del camino, logro escuchar su silencioso grito de agonía. En algo nos parecemos, nuestra vida dejó de tener un significado y no sabemos encontrarlo.
Le miro apenado. De pronto entiendo que volver con Sara sería condenarme, pero no tengo otro camino. Él me devuelve la mirada sonriéndome con complicidad mientras señala hacia su derecha. Creo oír su voz en mi mente: “No te rindas”. Entonces es cuando lo entiendo. De un salto, me encamino hacia la cafetería.

* * *
Siento que no puedo más, esta situación va a volverme loca. No sirve de nada que siga huyendo de mi pasado. No puedo cambiar los hechos que sucedieron, pero tampoco soy capaz de afrontarlos. Otro año va a pasar, y sigo siendo nadie, sigo perdida en medio de un mundo que siento que no es el mío. Demasiado grande para encontrar mi lugar, y a la vez demasiado pequeño para esconderme.
La puerta de la cafetería vuelve a abrirse, pero esta vez estrepitosamente. Veo a un joven que entra por ella ágilmente, y tras pedir disculpas por el portazo, comienza a andar sin rumbo mirando por encima de las cabezas.
Sigo examinándolo un rato más. Me resulta muy atractivo, y no puedo evitar sentirme atraída por él. Su corta melena le cae a ambos lados de la cara, y sus ojos azules parecen estar buscando a alguien. Me pregunto quién será la afortunada.
Lleva un rato dando vueltas por todas partes, cuando decide pedir algo en la barra, y se pierde entre las personas que la ocupan. Vuelco mi atención en el café, y justo recuerdo que tengo que mirar la hora de salida de mi tren. Saco el billete del bolso y lo examino sin interés. Suspiro, tal vez huir de nuevo no sea la mejor solución. Es en medio de esa vacilación, cuando percibo por el rabillo del ojo que el chico de antes se está acercando a mí. Hago como que no le he visto y vuelvo a concentrarme en la bebida.
Cada vez lo noto más cerca y siento que mi corazón se acelera.
“¡Que estupidez!” “Sólo es un desconocido.” –me digo.
Pero el caso es que no puedo evitarlo y por un momento siento miedo de lo que pueda suceder.
– Hola, está todo lleno, ¿te importa si me siento?
Levanto la vista y la clavo en sus índigos ojos. Me siento intimidada, y muy desconcertada. Además, no se me escapa que cuando me he vuelto hacia él, ha quedado como paralizado y me he percatado de que la bebida que llevaba en la mano casi se le escurre de entre los dedos, pero con un movimiento ágil y preciso ha conseguido que apenas se notara.
– Claro, ponte cómodo, no está ocupado –me apresuro a responder.
Se pone justo en frente de mí, y todavía no me ha quitado el ojo de encima. Se sienta y durante unos momentos que parecen ser eternos no interrumpimos el contacto visual.

* * *
No puedo describirlo, esto es irreal. Basta con que me incline un poco para que pueda tocar su cabello y oler su perfume. Nunca había sentido nada tan intenso.
Busco la forma de iniciar una conversación, y le pregunto lo primero que me viene a la cabeza.
– ¿Cuándo sale tú tren? –ahora que lo pienso, vaya una manera de comenzar, pero ya no tiene remedio. Sin embargo ella me mira con una sonrisa y no parece haberle importado.
– No lo he mirado. ¿ Qué café has pedido?
Su contestación me deja perplejo, pero le sonrío divertido. Le doy un sorbo y contesto.
– Cortado con leche.
– ¿Te importa cambiármelo?
Me mira con una sonrisa burlona mientras se lo cambio. Luego me llevo su vaso a los labios poniendo un notable empeño en sorber por el lado marcado por su pálido pintalabios. Ella también bebe. Luego ambos reímos, parece algo increíble, porque sencillamente no la conozco de nada.
– Me llamo Clara –me dice entonces.
Antes de contestarle me pierdo un momento en sus ojos almendrados, que terminan de fascinarme.
– Yo soy Cristian.
Sin previo aviso, me acerco más a ella. Clara no me rechaza, ni hace ningún gesto, pero su mirada es más intensa. Siento que quedo prendado por su rostro, por sus finos labios. Le acaricio la mejilla con la mano y luego la beso en los labios, tierna pero intensamente. Ella se acerca a mí y la estrecho entre mis brazos. Ambos nos abandonamos a ese beso.

* * *
Se llama Cristian, y en apenas cinco minutos, creo que me he enamorado de él.

* * *
Son las ocho menos veinte. Dentro de unos minutos vendrán los últimos trenes y podré salir de aquí. Llevo todo el día trabajando y vaya una mierda de sueldo. Si hubiera sabido esto, no me habría molestado de salir del útero de mi santa madre. Seguro que ahí se estaba bien. Molesto, miro hacia las vías. Que ganas tengo de que les den por culo. A la mierda las vías, y a la mierda esta maldita vida. En los últimos veinte años no he mirado otra cosa que el mismo hierro oxidándose un día tras otro.
Resignado, dirijo la mirada hacia una foto enmarcada, desde donde una mujer de ojos verdes me sonríe. Algo en mi interior se remueve cuando los recuerdos comienzan a salir de la nada. Suspiro abatido, ya nada tiene sentido.
Miro a través de la vitrina al resto de personas que esperan la llegada de los últimos trenes. Me fijo especialmente en dos jóvenes. Van abrazados y se miran fijamente, se susurran cosas al oído mientras intentan fundirse el uno con el otro, pero parecen tristes. Es entonces cuando nos veo a Catherine y a mí reflejados tras ellos, en las vías.
Observo mejor a ambas parejas, una real y otra ficticia. Me quedo sin aliento al reconocer a ambos muchachos, uno soy yo, y el otro... es aquel joven con el que momentos antes he compartido una extraña experiencia. He llegado a leer en su corazón y por lo visto, creo que al final ha encontrado a su Catherine, entonces poso mis ojos en la joven que apoya su cabeza en su pecho. Sonrío, –“como debe ser”–, me digo.

“Tren con destino a Madrid, procedente de Zaragoza, vía uno”.

Malditos altavoces, ya no soporto esto. Vuelvo a mirar a ambos jóvenes, que ahora se besan tiernamente. Me pregunto cómo acabará esa historia.

“Tren con destino a Logroño, vía tres”

La voz parece despertarlos. Se separan un poco e intercambian una mirada. Cruzan unas palabras. Están tristes. Vuelven a besarse. Los miro apenado, apuesto a que cada uno tiene caminos diferentes. Lástima, han tardado toda una vida en encontrase. Vuelvo a pensar en mi adorada Catherine, en sus gestos, su semblante... cuando de nuevo escucho una voz, solo que esta no es monótona e impersonal, sino cálida y humana:
– Disculpe, ¿puede cambiarme este billete para el tren con destino a Madrid?
Me vuelvo y veo al muchacho que estaba momentos antes con la joven. Es posible que realmente solo haya un verdadero amor en la vida, pienso. Nos miramos, sus ojos azules vuelven a transmitirme sus recuerdos, sus sentimientos...
– Claro –le respondo mientras se lo entrego, y luego, sin poder evitarlo, le susurro– Buena elección.
Cruzamos una mirada, en la que nos reconocemos uno en los ojos del otro y entiendo, de alguna manera, que ese va a ser el último ticket que venda.
– Gracias por todo –me dice, y se aleja corriendo para volver al lado de la chica, no sin antes dirigirme una significativa mirada.
– Gracias a ti –susurro mientras se aleja y siento que un parte de mi ser se va con él.

* * *
Hace ocho minutos que ambos trenes se han ido, y esos dos jóvenes han partido juntos, cogidos de la mano, a pesar de ser dos completos extraños. Ya no queda nadie, todo ha quedado en silencio. Las vías se terminan de sumir en el helor de la noche, y sombras susurran en el viento. Miro a mi amada fallecida por última vez y deposito un beso en su falsa mejilla.
– Es la hora –murmuro.

El frío de fuera me hace estremecer de cabeza a pies, pero no me importa. Ese en mi camino. Me adentro en las vías del tren que se acababa de llevar a los jóvenes enamorados. La noche es fría y brumosa, y esbozo una sonrisa cansada. Luego, siento que mis ojos emiten un fulgor sobrenatural, mientras murmuro:
– Le llaman destino, y es eterno.
Después, como si nunca lo hubiera pronunciado, continúo mi camino, mientras ante mis ojos pasan las sombras de los trenes que han pasado por la estación, de los que pasan y de los que pasarán. Y de esta forma, camino por las dormidas vías, bajo la luz del mundo fantasmal, esperando el reencuentro con mi amada.

Texto agregado el 12-09-2006, y leído por 253 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
15-09-2006 Me parece un buen ejercicio literario. Algunos errores de ortografía, sin embargo la historia está bien llevada, conduce al lector y da visos de su autora. Me parece que debes aprovechar tu talento y escribir, seguir haciéndolo, ir seleccionando lo mejor. Sé también tu propia crítica. Te felicito. cvargas
12-09-2006 hermoso mis5* neison
12-09-2006 SI CO 16 AÑOS ESCRIBES ASI, CUANDO TENGAS 33.... UN BESO Y 5 ***** MELENAS
12-09-2006 Hola Mile, bueno, la verdad es que qué mejor forma d agradecer tu comentario que poniéndote otro... este cuento ya lo había leído y sinceramente, al principio creía que iba a acabar de otra forma y me sorprendió, porque es sencillamente original. Te doy la enhorabuena, porque por cierto, tú fuiste la que ganó un premio y no yo jaja. Espero que cuelgues más cosas para que las lea y opine. Un beso marta_25
 
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