El Grito
En un abrir y cerrar de ojos ví mi vida. Vestido con andrajos de papel y zapatos de pies miré el mundo. Cerré fuertemente mis dedos, causándole daño a mi acompañante. Caminamos. El miedo no amainaba, el mundo era un bosque muerto, dictador el frío, prisionero el sol. Los árboles espectrales levantaban sus espadas de piel muerta ¿Qué miras? No lo soportaba, mi ente temblaba y mi corazón escapaba. Ni una palabra. El calor perdió el sentido y el silencio lo devoró. Mi acompañante, terquedad desde el nacer, caminaba con una envidiable irreverencia. Cuando la niebla de mi vida intensificó su polaridad, baje la vista para evitar la traición de mis pasos. Lentamente, como una copa de cicuta, Sócrates me dejó atrás. Mi vista engañada por la blanca oscuridad descendió en un abismo de luz fría. Solo atiné a entrelazar mis dedos con los de mi amor acompañante antes de perder el conocimiento.
Cuando el abismo se disipó y el universo volvió a rotar, recuperé la vista pero no la razón. Estaba desnudo, mis pies se veían gastados pero fuertes. Mi mano seguía aferrada al aire, me alegré de no haber perdido a mi amante. La luminaria bondadosa y esperanzada, entregaba calor y frío a la vez. Caminamos, nada de temor. Las rejas del cementerio oxidadas, parecían cubiertas por el oro del sol, luz eterna. Entramos. Los desconocidos seguían inamovibles en la entrada, indiferencia fría cubierta de colores dinámicos. Los ancianos en pañales y los niños perdidos en los negocios. Las mujeres vestidas de colores esperando a los hombres retrasados en la inexistencia. Todo seguía igual. Atravesamos la entrada, desnudos y silenciosos, nadie pareció reparar en nosotros. Seguimos. En soledad con el día estival, solo el firmamento, y la tierra. Los árboles regresaron a sus semillas y las tumbas desaparecieron cubiertas por hierba viva. Corrimos. El pasto hermoso y punzante parecía querer dañar mis pies, la colina que se veía lejana estaba mas cerca de lo que creí. Escalamos despacio, paso a paso nos acercamos a la cima. Y lo que encontré allí aún me da vueltas en la cabeza
Solitario en la cima, un ataúd desafiaba la armonía de la vida. Terror, un nuevo miedo invadía todo mi ser. Sabía quien estaba allí, inmóvil y paciente. Sabía que era él: final y destino de mi búsqueda. Sabía que debía mirarlo a los ojos y acostarme junto a él. Sabía que la descomposición y la corrupción de su piel quemarían mi vista y absorberían mi alma para volver a la unidad perdida. ¡Mierda! ¡Lo sabía! Pero el egoísmo del ente de carne superó el valor del inmaterial, el deber se volvió obligación insensata y el respirar adquirió mas valor que la vida. No pude y me arrepiento. El primer paso de traición, con una tensión inmediata e insoportable. Penetrante en el silencio, de compases sostenidos completados por negras. El segundo, materia negra del cielo. La luminaria extinta por un suspiro y el calor envenenado por el miedo. El tercero fue el asesino. El grito, desde todas partes, extendiéndose por el universo, atrapado en mi cabeza. ¡Ese grito! calamidad inmaterial, arpía de mis pesadillas mas negras. Devorador de la tierra, material del miedo reprimido. Terror, desesperación. Perdí mi amor inmaterial, mi mano se había vuelto innecesaria. Corrí, donde mis pies volaran mas rápido que la devastación y mi alma desrealizada pasara desapercibida. Llegué perdido al final del cementerio, lleno de gente, carruajes y colores. El día era gris, nebuloso y silencioso. Las personas repararon por primera vez en mi existencia. Me miraron curiosos y desviaron la mirada. Vestían de colores los alegres, vestían de negro los desolados. El consuelo se desvanecía y temía que el grito me sacara de mi escondite. Traté de atravesar el funeral sin ser visto, lo logré a medias. Ni una sola flor, ni un solo rosario asomaban un hombro para llorar.
Escapé de mi funeral ambivalente, era la salida del laberinto. El bosque muerto y el cementerio habían quedado atrás, pero el miedo y la materia negra quedaron para siempre aquí. Mi amor acompañante me esperaba acostado a la salida, en un despertar engañoso. La noche llena de estrellas me devolvía la tranquilidad perdida. Mi sudor seguía siendo frío y mi corazón latía tedioso. La duda había materializado el terror, el terror venció la voluntad reduciéndome a lo que soy. Ni siquiera las lágrimas respetaron al débil, revelándose a mi tiranía. El cansancio me vencía, el sentido había muerto. Me recosté a su lado y me entregué a Morfeo, y desde los labios silenciosos y la cáscara vacía le pedí que me llevara para siempre. Y a pesar que me entregué a la ilusión de ropa tibia y aromas complejos se que algún día tendré que despertar. Asumir mi inexistencia, levantar la vista contra el grito. Destruir las ilusiones, recuperar la razón. A través del dolor incauto y el sollozo amargo, recuperar la gloria del espíritu roto. Por ahora, seguiré soñando.
[[Soñado el 13 de Junio del 2006]] |