Les atendieron como reyes, les hicieron creer que eran importantes. Los alimentaron con prodigalidad y les hicieron empalagosos cariños. Su vida fue regalada y en esas mentes poco acostumbradas a los códigos humanos, incluso llegaron a creer que existía ese dios que sólo habían escuchado mencionar en boca de los mismos que ahora les hacían todo tipo de arrumacos.

Todo eso era demasiado bueno para ser verdad y aún sin tener demasiado conciencia de lo que les rodeaba, comenzaron a sospechar de tanto regaloneo gratuito. Y fue uno el que dio la voz de alarma y a esta voz se sumaron otras y cuando estimaron que todo era demasiado excesivo, por lo que aquello comenzaba a entrar en los lindes de lo peligroso, se concertaron para soltar amarras con esta situación y antes que la aurora les delatara con su epifanía de colores, huyeron despavoridos a lugares remotos en donde nunca más nadie les hiciera hipócritas adulaciones.

Esa festividad fue recordada en el orbe por ser la única en que los humanos debieron celebrarla recurriendo a verduras y ensaladas. Todas las bestias, incluyéndose gatos, perros, lagartijas y ratas, escaparon de la región en una huída tan sorprendente como inexplicable…