La luz crepuscular iluminaba tenuemente el rostro desnudo de la joven sobre el sofá. La piel blanca sintética del sillón más largo de la sala estaba invadida por aquella bella y juvenil mujer. Sus párpados miraban el respaldo del sillón y la pared que se escondía detrás de éste, sus párpados cerrados podrían parecer incluso más bellos que las pupilas e iris que se escondían detrás de las delgadas capas de piel; pero aquella era una mentira, una enorme mentira, sus ojos marrones aunque nada fuera de este mundo tenían una belleza escondida, algún secreto que se detenía a medio camino de la mirada. Sus ojos marrones eran una belleza para quien supiera leer misterios, encontrar secretos en una mirada o para aquellos poco que existen en el mundo que son capaces de conocer un mundo mirando un grano de arena; irónicamente ella en algunas ocasiones tenía tan peculiar don. Cada vez con menor frecuencia, pero con afirmativa presencia, ella era capaz de ver en ese grano de arena, planetas mundos y cosmos que para las personas normales sólo era un grano de arena.
Pero ahora esos ojos mágicos estaban cerrados. No pasaban de las seis, había llovido a medio día, y la brisa de la tarde aún fastidiaba a los peatones, pero sus ojos estaban cerrados. Cerrados como la noche, cerrados como el mar, cerrados como una tormenta de media noche, como un eclipse de sol; sus párpados presionaban con fuerza a su gemelo opuesto, y un suspiro tenue, delicado, casi imperceptible sacudía los rubios vellos de sus brazos. Un susurro me dijo alguna vez, que él y sus parecidos suelen encontrar abrigos muy buenos en la soledad, y un albergue maravilloso en el silencio; nunca podremos saber cuánto nos dice ella en aquellos suspiros. Una lágrima solitaria se secaba en su mejilla, de aquellas que se llaman “angustia” y que no conocen apellido, que no requieren más motivo para salir al exterior que un simple suspiro mal colocado. No lloraba, no dormía, simplemente suspiraba y no quería abrir los ojos.
Muchas son las veces en que uno sueña despierto, que fantasea e imagina. Muchas son las ocasiones en las que de pronto alguien llama a la puerta de nuestra mente y simplemente se digna a decir “Soy yo” y entra sin mayor recato, entra con tan simple presentación, entra de tan soberano modo; es simplemente la fantasía, que entra a redecorar la mente como mayor le plazca, expulsando de corrido a la realidad y bañando las paredes con pintura, pintura de colores, colores imaginarios. Ella ahora estaba en una habitación azul, azul intenso y oscuro, era el infame baño donde se aseaba todas las mañanas. Miraba desnuda su imagen en el espejo, miraba pensativa sus propios ojos, sus orejas, su cabello, las paredes se derretían y la vestían con unos pantalones de mezclilla azul intenso y oscuro, una playera a juego y zapatillas deportivas blancas, se veía radiante. Ahora caminaba por su calle, su figura era la de un fantasma de carne, su andar el de alguien que no tiene intenciones de desviarse, llegó al final de la calle, a la esquina con una avenida principal muy concurrida. Allí estaba él, al otro lado de la calle, sonriéndole. “Soy yo” dijo una voz diferente al otro lado de la puerta, pero esta vez no abrió y se dejó entrar, sino que volvió a llamar de nuevo mientras ella ya estaba frente a él; “Soy yo” dijo por última vez la voz, con el mismo tono y la misma intensidad. Ella ahora lo miraba estupefacta, incrédula y con una angustia oprimiéndole el pecho, él se daba la vuelta. “Soy yo” dijo la voz, pero ya estaba adentro, ésta era la voz de la realidad que de ávido movimiento sacudió las paredes y abrió las ventanas. Afuera habría la tela de un sofá blanco.
Seguía mirando la tela del sillón, seguía pensando. Y aunque la fantasía había colapsado muchas imágenes juntas y creado un gran caos, la verdadera inspiración había sido la memoria. Hacía semana y media que eso había en verdad ocurrido, y cada día a partir de entonces presentaba esas imágenes, acosándola a cada instante, espontáneamente y de una manera rápida y sutil. Ella no olvidaba, ya sea por masoquismo, por gusto o por no tener más remedio; ella no olvidaba ese día, esa conversación, esa palabra ni la espalda infame alejándose de ella.
Pero estamos hablando del presente, y sólo se hablará de eso, aunque se arriesgue el futuro y se descuide el pasado, la realidad es que para ella en especial, el pasado yacía mejor en el olvido y el futuro estaba más muerto que el presente. Ese no era un pensamiento agradable, ya que no podía dejar de angustiarse de cosas pasadas y no podía olvidarse del futuro, un futuro que aunque desconocido, era ya muy predecible; aquello que había pasado se repetiría todas las veces que el tiempo le dejara y no dejaría nada a aquello que ella simplemente anhelaba, aquello que ella simplemente llamaba destino. La lágrima se había secado, pero el sentimiento salobre al tacto seguía perceptible para ella. No quería llorar, suficientes lágrimas habían sido derramadas, suficientes dolores habían sido sufridos, ella lo que buscaba era descubrir qué buscar, qué hacer, qué pensar, qué decir, qué acción podría tomar para dejar de sentir eso que sentía, eso que se podría resumir a la lágrima seca en su mejilla: angustia.
Ahora ella estaba mirando fijamente la tela del sofá, tal vez pensando que
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