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Vivir

En la calle resonaban los ecos de las sirenas. Un par de coches de policía y una ambulancia se amontonaban en el centro de la avenida. Los curiosos se agolpaban, echando un vistazo al tumulto para averiguar lo sucedido. Una mujer con expresión angustiosa se interponía entre el alboroto y sin dudarlo, traspasaba la cinta de plástico que prohibía el paso a la callejuela donde había ocurrido la desgracia.
- ¡Oiga! ¡No puede pasar, señora! - le advertía uno de los policías.
- ¡Es mi hija! ¡Por favor, tengo que verla! ¡Es mi hija! -repetía desesperadamente la mujer -.
¿Dónde está?
- Venga, le llevaré hasta ella, pero tranquilícese...
- ¡No puedo! ¡Necesito verla!
El hombre la cogió del brazo cuidadosamente y la acercó a la ambulancia, donde varios enfermeros introducían una camilla. En ella yacía una joven adolescente, desmayada, con las ropas desgarradas y diversas heridas en la cara y rasguños en los brazos. Su pantalón tenía una pequeña mancha de sangre y la madre se quedó aterrada. Los auxiliares sanitarios, al ver que la mujer estaba al borde de un ataque de ansiedad, la agarraron suavemente y la subieron al interior del vehículo al tiempo que la acomodaban a su lado.
- Venga, acompáñenos al hospital. Allí se relajará, le harán unas pruebas y tratarán que desaparezcan sus nervios.
- ¿Qué le ha pasado a mi hija? - susurró sollozando amargamente, mientras mantenía la mirada fija en ella, aún sin asimilar lo ocurrido.
- Todo va a salir bien, ahora se lo contamos.

[ ¿Dónde estoy? Lo veo todo negro, pero oigo voces. Escucho a gente, personas que no reconozco, gritos, coches, sirenas. Estoy sola en este abismo y siento un profundo dolor. No recuerdo lo que pasó, sólamente me acuerdo de su cara. Ese hombre, sediento de encontrar a una chica de la que aprovecharse. No podía escapar. Me atrapó, me hizo sufrir. Veo una luz. ¿Quizás esto sea la muerte? No puede ser. Estoy oyendo la voz de mamá. Muy lejana, pero está ahi, llamándome... ]

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- Irati. Estoy aquí, no va a pasar nada - le dijo suavemente la madre a su hija, tendiéndole la mano y apretándosela con fuerza.
La chica todavía seguía acostada en la cama desde la noche anterior, cuando la habían llevado a esa horrible habitación. Odiaba los hospitales. Los odiaba porque le hacían recordar malos momentos: la muerte de su padre, el golpe de su hijo mayor en la pierna, que no le permitió moverse de casa en semanas, su operación de apendicitis... Eran tan repugnantes. Sólo había gente enferma y dolorida, visitantes tristes e inquietos preocupándose por la salud de sus familiares. Lo único que le agradaba era la planta de los recién nacidos. Allí las madres sonreían, felices por la llegada de sus hijos, sanos, fuertes en su mayoría, con toda una vida por delante. Asomarse a la sala de los bebés recién llegados al mundo era dibujar una sonrisa en el rostro, infundían un caluroso halo de esperanza. Pero ahora tenía miedo. Después de lo que le habían informado los médicos, se atemorizaba. Por ella no, por su hija.
- Mamá... - musitó la chica de pronto.
Sus hermosos ojos verdes vieron la luz después de muchas horas de oscuridad.Por fin había despertado de la inconsciencia, por fin podía charlar con ella. La mujer abrazó suavemente a su hija, nerviosa ante el extraño escenario en el que se encontraba.
- Cálmate. Túmbate de nuevo - le sugerió, al tiempo que se asomaba al pasillo y le hacía un rápido gesto a una enfermera, con la intención de que los doctores acudieran ante el despertar de la joven.
Tras el chequeo de la chica, los médicos hablaron a solas con la madre y más tarde, dejaron que descansara.
- Mamá... No se qué me ha pasado, no me acuerdo de casi nada - le dijo con gesto indeciso la joven.
- Prefiriría contártelo más tarde - le aconsejó su madre -. Ahora debes dormir.
- Lo quiero saber.
- Irati... los médicos te lo explicarán en su momento.
- Por favor.
La mujer miró a los ojos de su hija, cansados, vencidos por la tristeza y la confusión, y vio el reflejo de los suyos, también agotados por la dura noche.
- Bueno, cariño, lo que te voy a decir es algo difícil...¿recuerdas algún detalle, aunque sea minúsculo, de lo que ha pasado?
- Te he dicho que casi nada... sólo me acuerdo... de la cara de un hombre. Vino a por mí y ya no recuerdo lo que pasó después. Fue todo... negro - contestó mientras una lágrima corría por su mejilla.
- Irati, ese hombre del que hablas...ése... - tartamudeó queriendo jurar contra él -. Ese hombre... te violó.

[ No, no puede ser. Es imposible que me esté pasando ésto a mí. No lo puedo asimilar. Llevo media hora tratando de conciliar el sueño, desde que mamá se fue a hablar con los médicos para concretar cuando me harán las pruebas... de embarazo. Estoy muy asustada. Nunca había imaginado lo que ésto podía hacer sentir, cómo se arrastran los recuerdos, las escasas imágenes que conservo de esa fatídica noche. ¡Por Dios, sólo tengo 17 años, no me puede estar pasando ésto a mí!]

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- ¿Qué opciones tenemos? - preguntó la mujer, esperanzada.
Había pasado una semana, siete angustiosos días llenos de dudas e inquietudes. Madre e hija aguardaban tras la mesa del ginecólogo a que éste respondiera. Necesitaban ayuda. Precisaban de ella tras el anuncio del embarazo de Irati, esa desconcertante noticia que había dejado desolada a toda la familia. Era muy joven.
- Sinceramente... ya saben lo que hay. Dos opciones, puesto que llegamos tarde para que la chica pudiera tomar la píldora del día después. Si la hubieran encontrado y examinado antes, quizás no se encontrarían en esta situación - comentó el especialista, apenado y con gesto de fastidio -. Pero ahora es mejor que no hablemos sobre lo que podía haber pasado. Ya saben, hay dos caminos: el corriente, es decir, que nazca el bebé, o el alternativo, que pienso que sería el más adecuado debido a la edad de la chica: el aborto.
Las visitantes guardaron silencio, mientras reflexionaban. El médico prosiguió.
- De todas formas, deben tener en cuenta que la decisión debe tomarse calmadamente, es algo difícil. Tengan presente que un aborto a esta edad debe asumirse, de lo contrario, puede convertirse en una experiencia complicada, incluso podría decir que traumática.
- Y... ¿qué sugiere que hagamos? - formuló la madre, confusa.
- Mi consejo es que Irati acuda a un psicólogo. Él se encargará de decidir si la chica se encuentra preparada para la intervención o no - dicho ésto, el médico le tendió una tarjeta a la madre -. Tome, éste es uno de los mejores que conozco, y hace gala de una gran cordialidad y comprensión con los adolescentes y niños con problemas.
La mujer leyó la tarjeta y sonrió tímidamente, complacida por la ayuda.
- Muchas gracias, doctor Peñafiel - dijo al tiempo que se ponía en pie y le tendía la mano al hombre.
- Recuerden que me tienen para lo que necesiten, cualquier imprevisto. Espero que me mantengan informado, haremos revisiones periódicas de Irati sea cual sea su decisión - se dirigió a la chica cogiéndole la mano cuidadosamente -. Ánimo.
Las dos salieron de la consulta, volviendo de nuevo al mundo exterior, un universo de maldad e incomprensión.

[ ¿Qué puedo hacer? Estoy entre la espada y la pared. No quiero tenerlo, su vida no sería buena a mi lado, pero... ya le siento dentro de mí. Tengo en mi interior un pequeño ser vivo que crece, que lleva mi sangre, que puede que se parezca a mí. No quiero... matarle. El doctor tiene razón, abortar puede ser muy duro. Necesito pensarlo, aunque la verdad es que no dispongo de demasiado tiempo para ello. ]

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" Irati Sánchez.. sí señor, una alumna excelente. Digna merecedora de una matrícula de honor, de una plaza en la universidad de Deusto. Esta chica es brillante, debe continuar estudiando en los mejores centros..."

Todavía recordaba las palabras de su tutor durante la entrega de notas de la primera evaluación. Segundo de Bachillerato era duro, sin duda. Ella había estudiado y trabajado sin descanso para conseguir los mejores resultados. Tanto esfuerzo merecía una fiesta con las amigas, una noche en las mejores discotecas y bares de Bilbao. Pero éso había sido su maldición. Esa vuelta a casa sola, el callejón... Las pesadillas la atrapaban en un mundo interior del que no conseguía escapar. Ahora, sentada en su pupitre de siempre, en la misma clase, con la misma gente, su mundo se le antojaba extraño, distinto a como lo era antes. Pero debía cumplir con sus obligaciones y tenía que seguir demostrando su talento ocurriera lo que ocurriera. Ese día se encontraba mal, llevaba tres semanas de embarazo y los ligeros dolores en el útero siempre estaban presentes, haciéndole recordar su desgracia.
- Irati, ¿te encuentras bien? - preguntó el profesor de Economía a su alumna -. Pareces tener mala cara, ve al baño si lo necesitas - le aconsejó, mirándole con gesto cómplice y amable.
Todos los maestros lo sabían. Se había emitido un comunicado entre el profesorado para que la ayudaran a sobrellevarlo. Odiaba la situación y no quería que nadie sintiera pena por ella, ni, por supuesto, que la aprobaran para hacerle un favor. Ella podía superar todo sola.
La joven se levantó de su silla ante la atenta mirada de sus compañeros. Sólo sabían lo ocurrido sus mejores y más fieles amigas, a los demás les había contado la falsa historia de que había estado enferma los días de falta a clase. Al salir del aula, se encaminó en dirección al servicio y se encerró en uno de los baños. Allí, sentada en la tapa del inodoro, se levantó la camisa ancha que llevaba para disimular los escasos gramos que había ganado de peso, y se acarició la zona del ombligo. Podía percibir ya sus pequeños movimientos.
¿Sentiría las suaves pataditas al cabo de unos meses? Sus ojos se nublaron y las lágrimas comenzaron a desfilar por su cara, a rodar por esa tez que hacía apenas unas semanas siempre mostraba una preciosa y complaciente sonrisa, llena de positivismo.
- Cielo, ¿estás ahí? Soy Rosa - interrumpió sus pensamientos la voz de su amiga, tan cariñosa y consoladora como de costumbre.
Irati abrió la puerta sin pensárselo dos veces, y se arrojó a los brazos de la chica, todavía llorando.
- Vamos, tranquila. Todo se va a solucionar, ya lo verás - le aseguró.
- No, no puedo estar así... - sollozó la otra, nerviosa y confusa.
Su amiga le secó la cara con un pañuelo.
- Irati, tienes que relajarte. Claro que es imposible que estés así, ésto no es sano. Lo pasado, pasado está y por mucho que todos queramos, no hay vuelta atrás - prosiguió mirándola a los ojos -. Si estás de esta forma tú te vas a encontrar mal, y esa personita que tienes ahí dentro - señaló hacia la barriga que ya había comenzado su proceso de crecimiento - también lo va a estar, y me imagino que querrás que si nace, esté sano, ¿no es así? Bueno, dejemos el tema aparte, ahora lo importante es que te cuides. Yo voy a tratar que te alegres, que ya es hora. Esta tarde salimos.
- Rosa, yo no...
- No quiero nos. Vamos a ir a la heladería de al lado de mi casa a tomarnos un chocolate con churros y a reirnos del tío ése que intenta ligar con nosotras siempre que vamos, el camarero feo. No me digas que no tienes ganas...
Al recordar al chico, Irati rió. Sonrió como no lo había hecho desde hacía tiempo.
- Así me gusta. No quiero más caras tristes.
Las dos amigas se abrazaron de nuevo.
- Todo ésto acabará, Irati. Ya lo verás, las cosas van a salir bien - le consoló su compañera con seguridad.

[ Quizás Rosa tiene razón. Tengo que asumir lo sucedido y tomarme las cosas con calma. El psicólogo también me lo dice. Toda decisión que yo tome será correcta, pero no debo desesperarme. Después de estas semanas de tensión, necesito tranquilidad. Sí eso será mejor... ]

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La intensa luz veraniega se filtraba por la persiana medio bajada de la habitación. En la cama, tumbada y con la vestimenta del hospital, Irati charlaba alegremente con su hermano mayor, Luis.
- ¿Qué tal te encuentras? - le preguntaba éste.
- Bien, ha sido largo pero estoy mucho mejor - afirmaba la joven.
- Ahora te sentirás mucho más ligera, ¿no?
- Y que lo digas, ya no llevo un peso encima. Vuelvo a ser yo.
Los dos hermanos reían. En la puerta del dormitorio, los padres de la chica conversaban con la comadrona y el médico.
- Ha sido un parto difícil, Irati es joven y se ha prolongado durante más horas de lo previsto - comentaba el doctor.
- ¿Y el niño? - preguntaba el padre, preocupado.
- No se inquieten, se encuentra perfectamente. Es ochomesino pero les aseguro que ha nacido fuerte, sólo necesita un pequeño apoyo en las incubadoras.
- ¿Vamos a poder verlo? - formuló la madre.
- Claro, pero no será mucho rato. De todas formas, lo podemos traer para que la chica lo conozca. ¿Les parece bien esta tarde?
Los dos asintieron.
Después de un eterno interrogatorio de los familiares, interesados en conocer el proceso de nacimiento del bebé, dejaron que Irati descansara. A las siete de la tarde, la enfermera apareció con una pequeña cuna en la habitación, lo que levantó la expectación de los allí congregados. Los padres de la chica se acercaron al lado de la cama de su hija.La ayudante médica depositó un pequeño bebé en los brazos de su joven madre.
Era precioso. Sus diminutas mejillas eran rosadas, sus ojos estaban entrecerrados y no tenía pelo. Sus pequeñas manos buscaban algo a lo que aferrarse. Irati le tendió su dedo y él lo agarró con fuerza, durmiéndose en su regazo.
- Es increíble que ya sea abuela - afirmó la madre de la muchacha, sonriendo ante el niño recién llegado al mundo.
- ¿Cómo lo vas a llamar? - se interesó Luis.
- Mikel. Se llamará Mikel - repitió la joven, embobada, mientras miraba fijamente a su hijo, con un deje de tristeza.
- Irati... ¿estás segura de lo que quieres hacer? - le preguntó su madre.
- Sí - corroboró ella con decisión, aunque con la tez rebosante de pena -. Lo estoy.

[ Es tan guapo, tan dulce... No, debo hacerlo. Será lo mejor para él...]

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20 años después...

La suave brisa del mar acariciaba su piel. Tras varias horas allí tumbada, todavía no se había movido. Era una sensación tan agradable. De fondo oía las voces de los niños, que chapoteaban en el agua. Le encantaba la playa de su ciudad. Ese día no había demasiada gente y el rugido de las olas del Cantábrico la hacián sumergirse en otro mundo.
- Venga, perezosa, levántate y ven a nadar con Endika y Lidia. Vamos... - su marido aparecía y la intentaba animar haciéndole cosquillas. Irati reía.
- Cariño, no tengo ganas... estoy muy bien al sol...
- Bueno, quédate anda. Pero a ver si te levantas dentro de un rato y vienes. Estamos ahí enfrente - le dijo señalando el final de la arena y el comienzo del agua, donde una niña pequeña, con manguitos de colores en sus brazos, se divertía salpicando a su hermano, ya adolescente y crecido.
Irati volvió a cerrar los ojos al tiempo que su compañero se alejaba en dirección al agua. Llevaba varios días dándole vueltas al asunto. Habían pasado muchos años y aún lo recordaba. Mikel. Todavía se acordaba de su pequeña mano aferrándose a su dedo. Hoy era un día especial. Después de muchas cavilaciones y charlas con su marido, había decidido informarse sobre su paradero. Cuando a los 18 años recién cumplidos decidió dejarlo en adopción para que tuviera una vida mejor y más digna, sólo supo que una pareja, algo mayor, cercanos a la cincuentena, lo habían acogido en su hogar. Éso hizo que se quedara tranquila al ver que lo dejaba en buenas manos, en una familia estable, con un buen trabajo y con la experiencia que da la vida. Tras ello, retomó sus estudios y, aun habiendo aprobado todo, había decidido anteriormente repetir curso y no presentarse a Selectividad, por lo que volvió a cursar segundo de Bachiller. Después llego Deusto, Carlos, su carrera como exitosa empresaria, el matrimonio, Endika, Lidia... no se podía quejar. Pero Mikel siempre había estado ahí. Y, cuando hacía una semana, había acudido a informarse sobre su situación actual, se había quedado muy sorprendida. Su padre adoptivo había muerto cuando él tenía 11 años, en un accidente laboral. Desde entonces había convivido con su mujer, supuesta madre. Él no conocía nada sobre su origen y, a los 17 años, ella le contó todo sobre su pasado y su madre biológica, la verdadera. Poco después la mujer enfermó de cáncer. Mikel la cuidó y protegió hasta que, un día de primavera, cuando el chico iba a alcanzar la mayoría de edad, falleció. Su tío fue el que se encargó entonces de darle alojamiento y financiar sus estudios en Deusto. Ahora estudiaba Medicina y se encontraba viviendo en una residencia de estudiantes durante el curso. Después de ser informada sobre todo esto, Irati se sentía orgullosa y muy agradecida por toda la ayuda y educación que sus padres adoptivos le habían dado. Se lamentaba de lo ocurrido y sabía que su hijo les había querido mucho, tanto como a unos padres de verdad. Pero ahora estaba ilusionada: por fin se iba a reencontrar con él, iba a conocerle verdaderamente. La voz que había oído al otro lado de la línea telefónica le inspiraba confianza, amor. La voz de su hijo mayor.
- ¿ Te gustaría tener otro hermanito? - le preguntó Irati a Lidia, que se había acercado a la toalla de su madre a hacer un castillo de arena.
- ¡Qué guay! ¡Yo quiero, mamá! - contestó alegremente su pequeña hija de cinco años.
- ¿Y si fuera más mayor?
La niña, debido a su escasa edad, no comprendió nada y le preguntó:
- ¿Me llevaría al parque?
- Claro.
- Entonces bien - respondió sonriente.
Esa misma tarde, en el lugar donde habían acordado el encuentro, Irati le vio. Era alto, delgado, muy guapo. Vestía unos vaqueros y una camiseta sencillos. Cuando se acercó y se saludaron, comprobó que se parecía mucho a ella. Los ojos eran idénticos: verdes, grandes y separados, y su pelo color canela era prácticamente igual al suyo.
- ¿Qué tal estás? - le preguntó su madre.
- Muy bien - contestó el otro.
- Me alegro mucho. Tenemos demasiadas cosas de las que hablar, ¿no?
- Sí... mamá.
Esa palabra le llegó al corazón. Irati se aferró a su brazo y comenzaron a caminar, adentrándose en las calles de Bilbao, con muchas cosas que contarse.

Texto agregado el 11-09-2006, y leído por 436 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
22-06-2007 me gusto mucho tu cuento y todos tus textos en general tambien hecha un vistaso a mis cuentos cuentote
10-06-2007 Ed interesante, algo que le pasa a muchas jovenes ultimamente, y logra calar el sentimiento. 5* Jonh
11-02-2007 emocionante y emotivo, me encanta. Es increíble que un relato tan largo me deje con ganas de más.gracias x la invitación 5*. Zetrux
07-12-2006 Terrible, triste, dulce. Un hermoso relato. ¡Felicitaciones! lesu
28-11-2006 Me parece un texto excelente y una historia muy bien contada. Jamás me dejó de interesar, abrumado por tanta verdad y honestidad, con la cercanía sobrecogedora que tienes del tema. Quizás si esperar un poco más de desenfado en el manejo del lenguaje, pero sólo para pedirte que sigas escribiendo tan bien, siento que lo disfrutas, pero el rigor que pones en la redacción y ortografía, debe dejarle paso a tu diversión, a hacer que tu piel se adueñe de tu pluma. Te felicito, y me felicito de haberme topado con esta historia... venicio
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