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El hálito de su aliento se veía pesado en el cuarto del señor que debía asesinar, parte de mi trabajo, es solo eso, parte de mi trabajo, se repetía internamente.
Sabía que faltaba poco, había contado sus pasos antes, sabía cuánto se demoraría: no más de 4 minutos en revisar todo el salón anterior y retornar.
Los problemas vendrían después, entrar había sido fácil, salir…
Y el señor…si despierta, no despertará nunca lo hace.
Las noticias de los huesos no habían sido buenas. Los había arrojado cinco veces todas auguraban algo terrible a punto de pasar, aun así tenía que arriesgarse solo esperaba que el conejo sacrificado les fuera agradable arriba.
Vamos Olidamara no me falles.

-Ya y ahora que haces- Jaime le gritaba a Roberto del otro lado de la mesa, el complejo de ser dios es muy grande cuando controlas el juego en la mesa.
-Espera, espera, puta madre ¿qué hago, alguien tiene ideas?-
-No sé, tú te metiste en esas ahora tú ve como te sales- la verdad ni Gustavo o César tenían la menor idea de cómo salir del enredo, buscaban en sus libros apuntes, notas de juegos pasados pero no tenían idea de cómo salir de esta y la mesa de madera estaba ya hecha un desorden entre papeles, libros y notas. Rebuscaban.
-Vamos muchachos que no les queda mucho tiempo… y por lo que veo algo va a ir mal… muy mal.
-No friegues Jaime, deja pensar, paciencia, paciencia, ¿cuánto le falta al tío de la otra mesa?- Roberto comenzaba a morderse las uñas.
-Pff, cómo si te fuera a decir, tú apurarte nomás-
En su cabeza Roberto pensaba, dos o tres minutos, ya serán tres ¿podré esperar tanto? Carajo, debe haber otra forma.-

Aunque dentro del cuarto hacía mucho frió él se sentía caliente, había decidido en un inicio entrar y esperar, pero sabía que ha estas alturas y no podría seguir escondiéndose mucho, malditos suelos crujientes, él lo había escuchado entrar y ahora lo perseguía, ese maldito sabueso Creonte, siempre protegiendo a su amo, no lo dejaría en paz. Había conseguido escapar una vez de él, colgarse en el techo sin que lo notara, mantenerse ahí entre las sombras, entre las dos vigas, ajustando con todas sus fuerzas, una suerte que el traje negro lo ayudara a camuflarse. Ahora no estaba en la habitación, pero ¿estaría cerca?, no escuchaba nada. Sus extremidades comenzaban a cansarse de hacer presión contra las vigas de madera, abajo el suelo crujiente solo debía hacerlo cortarlo y salir, pero cómo, una habitación sin ventanas, una mesa (su escritorio), los pisos crujientes, comenzaba a sudar, eso no era bueno, salir, ese es el problema.

-Oye no me dejes mal yo te traje aquí por una razón debes tener algo bajo la manga vamos no me decepciones.- Jaime estaba aburriéndose ante la falta de acción en su mesa.
-Ya está lo tengo solo necesito mi…
-¡Al fin! A ver trae eso aquí, uhm- escudriñaba la hoja de arriba abajo.- veamos que esperas lanza.

Los descendientes miembros de la secta de Olidamara creían en el azar mas no exactamente en la predestinación, su dios meramente se limitaba a abrir posibilidades caminos hacia la salvación o la muerte, no cualquiera podía conocer el secreto de los huesos, y mirar el camino, solo algunas familias, las que permanecían desde el inicio tenían los ojos preparados para ver en uno de sus lados las puertas a un milagro, a un cielo o infierno poblados, una forma quizás de burlar al destino.

Ahora, ahí arriba, deseaba volver a darle una mirada a esos huesos, no quería, como era seguro, condenarse al infierno, los mejores asesinos nunca dejan rastros, la secta nunca deja rastros.

-Muy bien, los sellos, todo funciona ahora, qué harás con tu hechizo- Jaime se veía preocupado por algo, y no miraba a nadie continuaba viendo sus hojas.
-Ya ahora usa la puerta
-Claro y ahora a los dos se les ocurre hablar, y en donde la pongo. Ya la pongo en…


Puik, con el esfuerzo de concentración olvidó el sudor en su frente, una gota ya había escapado.

-Ah! Te tengo- desde la otra mesa un tipo gordo se paró de golpe y golpeo la mesa mirándolos.
-Problemas- dijo Jaime

Con el susto los huesos rodaron de su manga izquierda y cayeron del techo.

-El hechizo ya se fue.
-Cómo que se fue, bien si todavía no he hecho nada con la puerta.
-Mira como estas no hay forma de que los sellos se mantengan, perdiste concentración, ya fue la puerta ahora.
-Mierda.

Los huesos aun caían pasando entre sus ojos. En la puerta el sabueso empuñaba su daga sobre el hombro izquierdo calculando distancia, fuerza, velocidad, trayectoria.
-Maldito sabueso- pensó

-¡Haz algo!- Gustavo y César
-Segundos- anota Jaime
-Sellos- Roberto
-¿Seguro?-Jaime- dado de 20, entonces caes.
-Caigo-

La daga surcaba el aire pero sus ojos solo miraban los huesos caer, imposible, no podía ser… debía tomarlos, nunca perderlos.

El dado surcaba otra vez la mesa rodaba por ella hasta el borde apunto de caerse, despacio rueda, el borde, mitad afuera…

Sus ojos cerrados se abrieron una vez más, caía con ellos, la puerta, el sabueso, la daga, la punta de la daga…

Los dados, el suelo rodando de bajo, rueda…

Entrecierra los ojos cruza los brazos sobre la cabeza, falanges limadas en su palma.

Los ojos se amontonan bajo la mesa, el dado rebota, salta, se detiene.

Él aun cae, la daga se acerca, cuando escucha a lo lejos o cerca, voces que no reconoce, pero él también grita: ¡VEINTE! ¡VEINTE! ¡VEINTE!

La madera de la mesa se partió por el golpe.

Texto agregado el 11-09-2006, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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