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La última vez que vi a mi amigo Ponciano, lo encontré entero desparramado en su flamante cama de doble ancho, diría que muerto como un muerto, y roncando su profundo sueño de bestia gordo y extenuado de su trabajo semanal. Sucedió un domingo de invierno. Ponciano había dedicado sus últimos quince años a comerciar con maderas elaboradas, y lo hacía tan bien, que poco a poco con el tiempo ya no hubo más en su vida que no fueran maderas elaboradas, y hasta su juventud se le fue muriendo sin darse cuenta, a causa de su perseverancia. Me provocó lástima, y no quise despertarlo. Tomé del brazo a Guadalupe, su esposa, y la llevé por el corredor ancho y bien acomodado que desemboca en la sala. Por cierto, todo el espacio estaba construido con maderas elaboradas y bien acopladas con unos gruesos pernos de acero. Sin duda se trataba de una casa hermosa y de buen gusto : el gusto de Guadalupe.


-Ponciano se está volviendo viejo -le dije a Guadalupe- hasta ronca con olor a maderas.


Ella sonrió. En un gesto natural la traje hacia acá y le acaricié sus cabellos dorados. La mantuve contra mí por varios segundos, y recién en su aroma a flores de campo comprendí que no quería soltarla nunca jamás.

Recordé aquella vez que, aunque era mía, la solté por un tiempo en nuestro juego de niños, para ir a beber de otras flores que me despertaban la curiosidad. Y eso fue muy grave, ya que ahí perdí para siempre , porque como de un zarpazo me madrugó Ponciano y le colocó una criatura en su vientre de niña.


Aquel incidente concluyó en ese matrimonio. De la ceremonia misma sólo tengo un retazo en mis recuerdos, pues hube de salirme a llorar la pérdida de lo único que consideraba mío en el mundo, y caminé por la niebla hasta que ya no se escucharon ni las campanas de la iglesia, ni mi propia llanto de niño grande, porque pude ahogarlo en el instante que tomé en serio que ninguna ceremonia ni ningún juramento me la arrebataría, por más que sangre corriera. Asistía al acto de mi propio despojo. Todo eso recordaba mientras me aferraba a su respiración. Luego le susurré:


-Vine porque me voy-


Su cuerpo ardía, y su respiración alborotada comenzó a despertar el ímpetu de mis entrañas. ¡Ay que no quería apartarme de ella! La sentía enteramente mía y sin embargo no lo era. Cometí el atrevimiento de beberme sus lágrimas y besarla suavemente en sus labios. Ella siempre mantuvo una conducta ejemplar, y sin embargo ahora parecía sucumbir sin remedio en aquel abrazo inaudito que surgió por sí mismo y también , no había vuelta, había de morir por sí mismo.

Luchamos desesperadamente para escapar de aquel sueño arrollador, y no obstante caímos en una mullida alfombra de lana que alguien que no pertenecía a este mundo colocó a nuestros pies. Una lámpara que colgaba del cielo hizo tres vueltas y pareció sonreír.














La vida completa se detuvo unos instantes, hasta que la sentí quejarse y luego aliviarse con un estremecimiento suave y tierno que no pudo ser un gesto más suyo.

Intenté buscar un recurso digno para volver a la realidad, y no tuve más ocurrencia que taparle sus oídos con mis manos. Ella, con una sonrisa del alma me apartó las manos:


Es por ti – le dije – para que no se te vayan a meter los remordimientos..


Ella meditó: no, no cabían remordimientos ni nada parecido, porque al fin y al cabo aquello fue un sueño largamente acariciado y un muy modesto tributo por verse obligada a escuchar nada más que asuntos de maderas elaboradas en el curso de los últimos diez años, porque hasta las energías del amor se la llevaron las maderas. Pero luego me dijo con su convicción de siempre:


_ Ni te sueñes que vamos a repetir esta tontería –

.

Eso también era muy suyo. Examiné a fondo sus ojos de océano planetario. Sí, eran los mismos destellos que me pertenecían desde los tiempos en que la llevaba tomada de la mano por aquellos bosques en que jugábamos a que el nuestro era un amor que había que cuidar "para que no se ensucie" y se termine pudriendo. Claro, antes de que la vida se encargara de torcernos la verdad, y antes de que siquiera sospecháramos que lo bueno se acaba mucho antes de lo necesario. Sí, Ponciano fue la bestia que dio fin con nuestra primera juventud. Sin dejar de aplastar sus cabellos, le contesté sin rencor:


-Yo voy a terminar de amarte recién cuando me metan bajo tierra. Sin embargo, ni te sueñes que voy a estar buscándote a escondidas.


Después mudó su expresión. Pienso que nos habíamos olvidado de todo lo demás que ocurría en el mundo en esos instantes. Es que aquí no había espacio para ninguna otra cosa que no fueran los incontrolables desahogos del corazón. Mas, dicen, es lo mejor que nos puede suceder. ¿Quién lo sabe?

¿Dijiste que te ibas? – preguntó-

- Me voy.-



- ¡Por cuánto tiempo?-



- Hasta que me bajen las ganas de volver -

- En eso se te puede ir la vida



- Ojalá.


Me despedí sin ser capaz de mirarla a los ojos de nuevo. Salí a la calle, La calle estaba fría y con niebla, de modo que apenas de divisaban los farolitos. Pero eso no me importaba, yo ansiaba ahogar mi pena de cualquier manera. Subí por una calle empedrada que nadie subía porque era peligrosa de rufianes, pero eso tampoco me importaba. La callecita de piedra se ponía fin en una arboleda. Hubo un movimiento de nubes y pude divisar un pedazo de luna en cuyo espejo había una frase que anunciaba : "por siempre jamás". Torcí por otra callejuela sin destino y en sus costados dormían las casas. Hube de sujetar mis ojos, pero un poco más allá no pude volver a hacerlo y rompí a llorar.

Texto agregado el 21-01-2004, y leído por 246 visitantes. (0 votos)


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