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Era temprano, el tiempo era frío, demasiado quizá. Cogió un poco de abrigo y se lo puso. Miró la calle a través de la ventana de su casa, estaba gris. Dudó en salir, Hace frío, diablos, tengo que hacer deporte, pensó. No lo dudó mas, cogió las llaves de su casa y salió. No había ni un alma por la calle. Miró su reloj: las cinco y treinta de la mañana. Respiró largo varias veces y dio el primer paso, luego el otro, el otro, y así continuó hasta encontrarse en medio de la ciudad. Continuaba su marcha cuando percibió que alguien le observaba. Se detuvo y miró: era un perro de mediano tamaño, de pelaje gris y blanco. Sonrió, Ven perrito, dijo. El perro se acercó y le lamió las manos. Se hicieron amigos en el acto, Vamos perrito, pero, ¿tienes un nombre? Qué te parece: Noia ¿Sí? ¿Te gusta? Me alegro. Ambos continuaron su caminata hasta llegar a un parque en donde las aves revoloteaban por el alborear que se manifestaba, Corre perrito, dijo el hombre. Le vio correr como si fuera un venado en su medio natural, mientras él pensaba en la belleza de lo inesperado, en las criaturas libres, en todo aquello que no era como él... Volvió a sonreír, esta vez de complacencia. Se detuvo y decidió retornar hacia su casa. Se dio media vuelta y no se detuvo hasta llegar. Ya estaba por entrar a su casa cuando escuchó los ladridos del perro, ¿Cómo me has encontrado?, le dijo. Lo acarició y se dio cuenta que no era un perro sino una perra, ¿Quieres vivir conmigo?, le preguntó. Ésta le miró a los ojos al hombre y éste sintió una luz bañándole el alma. Fue hermoso. La acarició mientras élla le lamía el rostro. Ambos entraron a la casa. El hombre buscó dos vasijas vacías y las llenó con un poco de agua y con comida del día anterior, y luego, fue a darse un baño. Salió de la ducha, se secó, se vistió y se dispuso a salir. La perra le miraba, movía la cola pues sabía que también ella saldría. Ambos salieron y fueron a tomar desayuno en un restaurante. Terminaron y volvieron a casa. Este le puso un poco más de agua en la vasija, la perra bebió. Ambos pasearon por toda la casa. El hombre le mostró unas cobijas que serían su cama, y luego, volvieron a salir a dar un paseo por el parque. Retornaron a casa, satisfechos. El hombre buscó una silla para sentarse, cogió un libro de Borges y empezó a leerlo, mientras la perra se posaba bajo sus pies, bajo la décima sinfonía de Mahler que sonaba en toda la casa...


Lima, septiembre de 2006

Texto agregado el 11-09-2006, y leído por 384 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-05-2008 Algo que ha ocurrido mil veces,sin embargo es agradable recrearlo leyendo tus letras pantera1
16-09-2006 nada como un buen perro o perrita para hace de compañia a un hombre solitario, muy hermoso. inakix
 
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