Esa mañana me levanté especialmente contenta, ya que había esperado por varias semanas aquel día tan especial para mí; el colegio había organizado una visita al zoológico y yo, con mis siete años, jamás había estado allí antes. Salté de la soñadera como nunca lo hacía, sin que nadie me despertara, y corrí a lavarme los dientes mientras mi madre remoloneaba todavía sin decidirse a comenzar el día.
Corría el año 3005 y mi vida en el planeta Tritón era como la de cualquier otro chico de mi edad perteneciente a una familia de clase media; se puede decir que no había mayores motivos de infelicidad en mi rutina cotidiana aunque debo reconocer que mis padres no se llevaban todo lo bien que hubiera querido. Mi condición de única hija, como era común entre las familias de mi clase, no implicaba malacrianza alguna de parte de ellos quienes, por el contrario, me trataban con bastante frialdad y con un nivel de exigencias desmedido para mi edad.
Mientras desayunábamos en familia nuestro complejo vitamínico, no dejé de pensar un momento en mi inminente excursión escolar; la variedad de especies animales que veríamos sería enorme y no veía el momento de llegar al lugar que durante tantas noches había desvelado mis sueños.
A las nueve en punto pasó a buscarme la micronave que nos llevaría a destino; mis compañeros me recibieron con la típica algarabía telepática que nos permitía comunicarnos y que, si bien no producía sonido alguno, se hacía sentir en nuestras desarrolladas mentes intergalácticas.
En tanto sobrevolábamos la ciudad terminando de recoger a los compañeros que faltaban, los comentarios infantiles sobre lo que íbamos a ver eran diversos y entusiastas; aunque habíamos oído hablar del zoológico muchas veces era la ignorancia general la que prevalecía y hacía volar nuestra frondosa imaginación. Sabíamos que nos encontraríamos con variedades de lo más diversas pertenecientes a planetas vecinos y con la gran atracción del lugar, numerosas especies extinguidas a las cuales tendríamos la posibilidad de presenciar gracias a un desarrollado proceso de clonación.
Cuando llegamos a destino, un mundo de chicos en fila india esperó su turno para entrar; las nubes debajo nuestro flotaban oscuramente densas y nos separaban de la ruidosa tormenta que recién comenzaba. Una vez adentro, y orientados por un solícito guía, tomamos asiento expectantes y fuimos provistos de los anteojos que nos permitirían ver el show sin riesgo alguno de distorsión ocular. Ante nosotros comenzaron a desfilar, uno a uno, los distintos recintos que contenían a los animales más variados. Cada uno de los referidos recintos sólo tenía en su interior una especie única y separada de las demás; mientras que para cada planeta había un color de recinto diferente.
Laxo, el guía, nos transmitía sus conocimientos con fluidez y claridad de conocedor y nos iba explicando las distintas características de las diferentes especies; a medida que iba avanzaba en su erudita exposición nos iba anticipando las siguientes especies a presenciar, anunciando para el final las más raras y valoradas como únicas por los especialistas; me estoy refiriendo a las clonadas de las que les hablé antes.
Debo reconocer que muchos de los animales que fueron presentándose a mi infantil vista me produjeron un terror difícil de tolerar; más de una vez me vi obligada a cubrirme los anteojos con las manos para evitar ver lo que me provocaba un miedo insoportable. Las disímiles características de las distintas especies provenientes de los más diversos planetas hacían que lo que se presentaba ante mi sorprendida mirada fuera, muchas veces, imposible de comprender y asimilar por mi limitada inteligencia, acostumbrada a los típicos animales de mi planeta, tan parecidos, en su fisonomía, a mis compañeros y a mí.
Laxo seguía describiendo con lujo de detalles todo lo que se presentaba ante nuestras absortas miradas deteniéndose con especial predilección en todo lo que tuviera que ver con la evolución genética de las ya extintas y las cuales eran la base, según decía, de las super-desarrolladas especies actuales.
Pasamos toda la mañana azorados por la variedad de monstruos que se iban presentando a nuestra vista sin solución de continuidad; a pesar del interés que nos provocaba el impresionante espectáculo, comenzábamos a aburrirnos y sólo esperábamos ansiosos la aparición de la última especie la cual, según nos había prevenido nuestro informado guía, provocaría en nuestros cerebros una confusa y perturbadora experiencia de memoria genética. Previo a esta última aparición zoológica que nos tenía tan intrigados, Laxo hizo una pequeña introducción en la que nos explicó que nosotros éramos el resultado de la desaparición del planeta Tierra en el año 2533 producto de una guerra nuclear provocada por sus mismos habitantes y cuyos pocos sobrevivientes, un selecto grupo de pacifistas con una inteligencia superior, habían emigrado a Tritón fundando una nueva civilización a la cual pertenecíamos y que había evolucionado exponencialmente para convertirse en la más desarrollada de las conocidas en la actualidad.
Laxo hizo silencio y todos los niños callamos mientras conteníamos la respiración; palabras ininteligibles y expresadas en una forma, la verbal, que los Tritones habíamos dejado en desuso varios siglos atrás, nos sobresaltaron y nos hicieron retroceder en nuestras aerosillas. Lo que teníamos ante nuestra vista superaba cualquier expectativa; fuera de sí, gritando y vociferando su indignación por el injusto cautiverio, paseándose de un lado al otro del recinto, se presentaba ante nosotros el más monstruoso especímen que yo hubiera visto antes. Mientras tanto Laxo había retomado su relato y parecía disfrutar su catarata de adjetivaciones:.............el más asesino, el más irracional, el último de los animales considerados feroces, el mayor depredador de los depredadores,......................¡¡¡EL HOMBRE!!!.
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