Buscaré vuestro feudo por todas las tierras,
cavando los montes y derrotando tormentas,
dragando ríos y mares que cruzan las sierras,
oculto no permanecerá de mis sentidos alertas.

Y cuando lo encuentre en el confin del ocaso,
os irradiará mi luz como manantial de pureza;
destruyendo toda traza de duda al acaso,
exiliando a aquellos que os obliguen a toda bajeza.

Si sentís un abrazo frío que os rodea como la clara a la yema,
he de ser yo que desde las lejanas nieves eternas os observa;
cerraréis vuestros ojos solo mientras mi tierno beso os quema,
y no a la muerte, que a mi estampa le teme como a la caterva.

Más no os quedaréis en el olvido mesquino,
de mi corazón ni mi mente cuando os retenga;
porque mientras os dejáis yo ahora maquino,
reteneros viva a mi lado aunque la parca venga.

Bien me conoce ya la terca muerte,
que en mi alma ya no se empecina;
no osará de hecharos ninguna suerte,
cuando sabe que mi amor se os avecina.

Presto en mi caballo voy a vuestros brazos,
pero he de cambiarlo pronto por otro alado;
para acortar esta demora sin dejar trazos,
Que mi presencia pronta estará a vuetro lado.