LA ESCALERA
¡ Pues claro, joven, pues claro!, claro que tengo una escalera. Dos. En realidad tengo dos. Sí hijo, sí, pase, ande pase. Ya le muestro, ahora mismo. Por aquí, hijo, pase sin vergüenza. Y disculpe por la modestia de la casa, pero el sueldo de la portería no da para lujos. Modesta la casa, sí, pero limpia, también. Tendrá usted que convenir conmigo que poca gente puede presumir de un hogar tan limpio. ¡Y desinfectao! En esta misma escalera sin ir más lejos no creo yo que haya muchas casas tan arregalditas. Pase hijo, pase. Tenga ojo con el pico de la lámpara. ¡Cuidado que es usted alto! Yo enseguida lo vi, cuando se presentó usted aquí con el señor Vicente hace una semana, -seis días para ser precisos; lo recuerdo porque yo había hecho tortilla de patata, y siempre hago tortilla de patata los viernes, y hoy es jueves ya, así que eche usted cuentas -, pues le decía, yo que le vi y pensé: ¡qué mozo más majo y más alto, el nuevo inquilino del cuarto derecha! A ver sin este dura un poco más que los dos últimos. Que no es que no fueran majos, que sí que lo eran, no crea usted, pero yo con ellos, pues eso, poca cosa, poca relación, quiero decir. Eran una pareja muy moderna, muy de sus cosas, y conmigo hola y adiós, y poco más. Y alguna prenda que se les caía al patio cuando tendían la ropa y luego bajaban a buscar. Porque ya sabe usted que el tendedero de su piso de usted, y el de todos los vecinos de este lado, da sobre este patio de la portería. Casi siempre bajaba la chica, muy educada. Y guapa. Pero de pocas palabras, ¿sabe usted?. Lo de modernos lo digo porque lo eran, y porque alguna vez bajó a recoger una de estas bragas de ahora, tan pequeñas y con tantas transparencias. Aquí en confianza se lo cuento a usted, porque va a ocupar el piso de ellos, vamos, donde ellos vivían, pero yo de estas cosas nunca ni palabra con las señoras de la escalera; y eso que con alguna de las vecinas, con varias diría yo, pues me llevo muy pero que muy bien, ¡sí señor! Es una cosa de carácter de las personas, que va en las venas, digo yo. Porque yo no hago distingos con los vecinos: de entrada todos son buenos. Pa’ mi todos son buenos, ¿sabe usted?, porque no voy yo a desconfiar o malpensar de un señor o una señora que no conozco, así sin más. Pero luego con unos hablas más, y con otros menos, eso es como todo en esta vida. ¿ No piensa usted lo mismo, joven? Y pa’ mi que la pareja esta no estaban casados, que por eso también se me hacen muy modernos. Yo nunca les pregunté nada, no vaya usted a pensar que yo me meto en esas cosas, ni me importan. Pero se me hacía a mí que eran de los que no han pasao por la vicaría, vamos, arrejuntaos que se suele decir, y ya le digo que a mí me da igual, porque ellos eran pa’ mí lo mismo que los demás. Mire, aquí está la escalera. La pequeña de las dos que tengo. Sólo son dos pasos, así como para encaramarse para alcanzar algún bote en los estantes altos de la cocina. La compré ya hace años, ¿sabe usted?, porque cada vez que necesitaba rellenar el azucarero tenía que llamar a mi marido, - que no es tan alto como usted, pero alto yo diría que sí es -, para que me bajara el bote del azúcar. Y no es que gastemos mucha azúcar, porque mi marido el café ni lo prueba, por la tensión, ¿sabe?, y yo sí me tomo mis dos o tres cafés con leche, a veces hasta cuatro al día, pero quitando el café poco más uso le damos. Al azúcar, digo. Algún yogur de los naturales, aunque ahora algunos vienen ya azucaraos y todo. Y ahora ya no es como antes, que yo hacía dulces y pastas, y bien ricas que me quedaban, aunque parezca falta de modestia, pero la verdad es la verdad. Ahora que mis dos hijas marcharon a Madrid ya sólo me pongo a hacer dulces muy de tarde en tarde. Se casaron allí, muy bien casadas las dos, quiero decir con dos chicos muy buenos, y allí siguen. La mayor me ha dado ya dos nietos. La otra nada todavía, pero yo no quiero meterles prisas ni decirles nada, ellos son jóvenes y ya tendrán tiempo de tener hijos si Dios quiere. Cuando vienen mi hija y mi yerno con los niños sí me animo a hacer dulces, pero ¡ay, hijo!, vienen tan poco…Vea qué bien está la escalera…y muy práctica, como le decía, joven. Estas manchitas de pintura se las hizo un vecino que tuvimos antes, en el segundo derecha, dos pisos por debajo de usted, exactamente. También me la pidió nada más llegar, como usted, para dar una manita de pintura a no sé qué , me dijo. Pero yo no se lo tuve en cuenta, lo de las manchas, digo, porque las cosas están para usarse, ¿o no, joven? Y unas manchitas más o menos no van a ninguna parte, aunque eso no quita que a mí me guste tenerlo todo bien curioso, pero no nos vamos a poner a mal con nadie. Así que úsela usted sin miedo, hijo, que no pasa nada. Mire, mire, aquí está la otra, la grande. Igual le viene a usted mejor, eso depende de para qué la vaya usted a necesitar. Yo esta apenas la utilizo, pero la tenemos también ya hace tiempo, porque nunca se sabe para qué se puede necesitar, y aunque no sea más que para si a un vecino le hace falta, que para eso estamos, ¿o no?. Muchas veces me la pide la señora Adela, la del segundo izquierda, que ya la conocerá usted. Una señora de lo mejorcito que hay por aquí, atenta conmigo como ninguna, y yo con ella tan ricamente. Nos tenemos mucha confianza, ya le digo a usted, y unas veces si una necesita una taza de harina, o de aceite, que esas cosas siempre se le pueden acabar a una en el peor momento, o un limón que muchas veces hace falta para el pescado o para una mayonesa, o cualquier cosa. Pues yo con ella y ella conmigo, estupendamente. Eso no quiere decir que no me lleve bien con otras vecinas, pero como con la señora Adela, con ninguna. Y con los señores, lo mismo, no vaya usted a creer. Todos tan atentos, ¡ claro que sí! Y porqué no lo iban a ser. El único que es un poco más suyo, no es que sea antipático, ¡no señor! pero yo le noto como un talante más raro que a los demás, como más cambiante, no sé yo si será cosa del tiempo o de los años, pues es el señor Ernesto, del cuarto izquierda, que ya tendrá usted tiempo de conocerle porque lo tiene puerta con puerta. Esto no se lo digo para nada, no es que yo quiera prevenirle de nada, pero yo a veces lo encuentro como altivo, arrogante, como si pensara que la portera no fuera digna de darle los buenos días o las buenas tardes. Pero yo como si nada, no vaya usted a creer, que ya van siendo muchos años, y una ya ha visto de todo en este mundo y de nada me asusto ya. Muchos años y una no está tan joven como antes, y el trabajo de la portería cada vez se me hace más cuesta arriba, ¿sabe usted? La escalera, por ejemplo, que hay que fregarla dos veces por semana. ¿Cuántos años diría usted que tengo? Cincuenta y nueve ya, y sesenta en diciembre. Ya son años trabajando, desde los dieciséis, unas veces aquí y otras allá, pero en esta portería son ya casi veintidós; imagínese usted la de gente que habrá pasado por este portal y por esta escalera, joven. Ellos pasando, unos vecinos que se van, otros nuevos que vienen, como usted, joven; y mi marido y yo aquí siempre, para todos igual, como le decía a usted, siempre en la escalera, para lo que ellos y usted necesiten, hijo, como ahora usted esta escalera. ¿Cuál le va mejor, joven? ¿ Cuál se lleva por fin?
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