Pantomima excusa podrida que matas pegando con sutiles golpes mortales. Delicada mañana perfecta, perpleja por los azotes de mi irreverente discurso pagano, que ahora pronuncio desenfadado vituperando sin piedad quizás, al descanso obligado de los hombres comunes e inocentes.
No pienso en quedarme quieto esperando que la hiel lastime cual ácido cualquiera, se que pronto cerraré los ojos, abatido, y que olvidaré este momento loco que por fortuna se desvanece.
No he descansado lo suficiente como para despejar este sueño dominante que invade mis ojos encandilados, entonces acuesto mi cuerpo sobre la hierba húmeda esperando que una pesadilla tenue reemplace la angustia que me determina.
Opto por apuñalar al viento que sopla, en la farsa que es esta mañana repugnante, y libero la ruta, a mi corazón del acero, de mi daga tremebunda.
Tal vez debiera yo agitar la existencia, ablandándome al compás de la jornada, el alma, con un cepillo de esencia con puntas de experiencia vívida, rascándome el orgullo desmedido que determina mi ego irrencarnable.
Palabras que corren como agua de manantial, desde una fuente que la conciencia no puede sofocar, y que huyen del encierro de la cordura como criaturas de un cuento, dejando al descubierto la decadencia de mi ética panzona.
Pequeños principios que como reglas fijas uno va adoptando sin demasiado entusiasmo; aunque más no sea que algo de lo que se piense sea una verdad común relativamente cierta.
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