“Tomó el pan y Lo entregó a sus discípulos diciendo.
Comed todos de él, porque este es mi cuerpo.”
Luego alzo con ambas manos la ostentosa copa y ofreciéndola
Al cielo dijo:
“Bebed todos de él porque este es el Cáliz de mi sangre.
Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada
Sobre todos vosotros para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.”
En ese instante alcé los ojos. Un escenario esplendoroso.
El techo abovedado del templo se me figuró majestuoso.
Las figuras talladas en ébano, las vírgenes con mantos bordados en oro,
La fastuosidad del púlpito.
Todo, absolutamente todo, me pareció impoluto e inalcanzable.
El marco justo, en el que él, encuadraba perfecto….!
Se mostraba seguro y comprometido.
Sabía manejar los tiempos.
Esa pequeña línea en la comisura de los labios,
le daba a su rostro esa sonrisa eterna, que inspiraba confianza.
Sus ojos claros y sinceros, dejaban al descubierto su alma pura.
¿Cuantos se habrán sentido insignificantes ante semejante puesta en escena?
¿Cuantos escépticos habrán sucumbido ante la majestuosidad divina?
Pero yo, Lucifer, ángel de luz.
El hijo perfecto, la creación divina; me sentí traicionado.
Cambiaron la historia, para endilgarme la maldad humana.
Buscaron a alguien para justificar sus errores, y quien mejor
que el hijo amado de Dios.
Hablaron de mi expulsión de los cielos, por querer competir
Con mi padre.
Me regalaron un infierno con ríos de azufre hirviendo, donde yo,
Castigaría el pecado.
Quién cambia la historia, desvirtua la esencia.
¡Y lo han hecho!
He vuelto a la tierra para salvar a los justos.
Hacen ya dos mil años, me presenté aquí con el nombre de Jesús.
Fui hostigado, mal herido y traicionado.
Quién me negó tres veces antes que cante el gallo,
se llamó mi amigo y se autoadjudicó las llaves del reino.
Quiénes corearon ¡Barrabás!, ¡Barrabás! .Luego se llamaron cristianos.
Nunca he dicho “Padre,¿ porque me has abandonado?”,
porque mi padre jamás me abandonaría.
Los que amenazaron con la ira de Dios
lo hicieron en beneficio propio,
esclavizando a los pobres
y encandilándolos con la opulencia de un templo.
Caminé hacia él, con mis piernas prestadas.
Me detuve a su lado y mirando a sus ojos puros, pregunte:
¿Quién eres?
-¿Cómo, no lo sabes?- Soy un sacerdote
¿Qué es un sacerdote?
-Los sacerdotes somos los representantes de Dios en la tierra, hijo mío -. Contestó.
¿Estás seguro de lo que dices?
Yo no lo digo, la Santa Biblia lo dice.
Miré el libro y comprendí.
En él estaban todas las mentiras reunidas a través de los siglos.
Tomé un candelabro y lo incrusté en su pecho.
Sus ojos quedaron sin vida, mirándome asombrados.
La ostentosa copa, sirvió para que su sangre calmara mi sed.
Y las hojas del libro, alcanzaron para incendiar el templo.
Y Dios, mi padre, Sonrió otra vez.
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