Me crearon en noviembre de 1981 en una fábrica de zapatillas de Capital Federal. Esta fábrica era la única que hacía específicamente botines para fútbol, es por eso que todos los equipos del país y hasta la Selección Argentina, compraban los botines allí.
Pero yo siempre tuve un problema. Me hicieron sin una tira blanca de las tres que caracterizaban a la marca y es por esto que me tuve que bancar las cargadas de los otros botines durante cinco años. Digo cinco años porque en el ’86 el utilero de la Selección compró veinte botines y entre ellos estaba yo (vale aclarar que mi primo jugó en el mundial de 1978, esto viene de sangre), y al ser uno de los elegidos, gané el respeto de mis compañeros.
El viaje hasta México fue largo y estuve un poco apretado porque nos tenían a todos en una bolsa chica.
Al otro día de la llegada, bien temprano a la mañana, los jugadores estaban listos para el primer día de entrenamiento. Minutos antes, uno de los botines había comentado que había un jugador al que le decían “El Diego” que parecía que le iba a ir bien en este mundial, porque era un excelente jugador. Por esto, todos los botines nos pusimos muy nerviosos esperando la elección de Diego. Pasaron cinco, pasaron diez, pasaron diecinueve jugadores hasta que llegó Maradona, Habíamos quedado “Talle 44” y yo. Pero el mejor momento fue cuando me miró y dijo “estos me van a ir bien” y con cada una de sus manos sostuvo mis dos partes.
Pasamos la primera fase y octavos de final. Ya para ese momento era terrible mi dolor de cabeza, Diego le pegaba muy fuerte. Pero llegamos a los cuartos de final y jugábamos contra Inglaterra.
Y llegó el 22 de junio de 1986 (nunca me voy a olvidar esa fecha), pero no pudo haber sido peor, porque diez minutos antes de que empiece el partido, Diego pisó un charco con agua y me empapé. Maradona no quería jugar sin mí, pero después de hablar con Bilardo, le dijo que entrara con otro par de botines (fue “Talle 44” porque era el único botín de sobra), que mientras uno de los ayudantes me iba a secar.
A los diez minutos del primer tiempo, Bilardo le dijo que estaba listo y en segundos estaba jugando con Diego. El primer tiempo terminó 0 a 0, pero cinco minutos después del entre tiempo y luego de un centro al área proveniente de un despeje errado de un jugador de Inglaterra, el Diego pegó un salto tan impresionante que llegué a sentir que estaba volando. Fue gol, fue “la mano de Dios”.
Pero 5 minutos más tarde, llegó el mejor momento de mi vida. Corrían los 10 minutos de la segunda parte y la Argentina ganaba 1 a 0. De repente vi que la pelota se acercó a mí al ras del piso después de un pase de un compañero. Fue emocionante, fue como si Diego hubiera atado la pelota a mí. Arrancamos atrás de la mitad de cancha y corrimos más de 60 metros, habíamos gambeteado a cuatro ingleses y faltaba el arquero. Recién cuando estuvimos a menos de un metro de él, Diego le metió un amage y Shilton, el arquero de Inglaterra, se lo comió y con un toque suave con mi parte derecha, metimos el gol. Antes del toque final recibí una patada terrible de un defensor de Inglaterra, pero no nos importo nada, ya habia entrado. Y así metimos el segundo y pudimos hacer el mejor gol de la historia. El partido terminó 2 a 1 y asi pasamos a la semifinal, la que ganamos 2 a 0 frente a Bélgica. Y finalmente el 29 de junio de 1986 salimos campeones del mundo ganándole 3 a 2 a Alemania.
Ahora estoy en el 2005, y ya pasaron 19 años de ese gran momento, ya estoy en la última etapa de mi vida. Ahora no me queda otra que esperar, rodeado de este vidrio, mientras la gente pasa y comenta: “MIRÁ, CON ESTOS EL DIEGO LE METIÓ EL GOL A LOS INGLESES”.
FIN
Juan Manuel Fernández
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