Las mujeres no lo saben, nunca lo han sabido:
Todas las noches, cuando ellas duermen, desciende del cielo un ser ponzoñoso que siente delirio por sus labios. Ese ser sorbe y sorbe hasta que en un estado de frenesí, hunde su aguijón en esa sensual carnosidad. Si la mujer no besa a alguien del sexo opuesto antes de dos días, morirá irremediablemente, víctima de terribles convulsiones.
Tampoco saben las mujeres que si ningún hombre toca sus caderas y amasa su cintura en un lapso no menor a treinta días, dicha fémina perderá su gracia y se masculinizará hasta convertirse en un ser de voz grave, un ser híbrido que vagará eternamente por parques y cementerios.
Si las situaciones citadas con anterioridad revisten grave peligro para ellas, ésta que les cuento ahora, es escalofriante:
La mujer que no haya tocado la piel de un hombre el día ocho de septiembre, sea este contacto un simple darse la mano, besar o acariciar cualquier parte de un macho, sufrirá a medianoche una intensa fiebre y de inmediato quedará ciega. Después de eso, manos diabólicas la conducirán por intrincadas veredas que la llevarán a la boca de un volcán activo. Allí será impulsada a la lava ardiente y por supuesto, nunca más nadie sabrá de ella.
Por supuesto que, en todas las situaciones mencionadas, no vale tocar al padre o hermanos o parientes cercanos porque ello sólo potencia el maleficio.
Ahora, si la mujer se encuentra en soledad y sin posibilidad alguna de encontrar a un hombre que la auxilie, que Dios se apiade de su alma…
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