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Grafitero, silencioso rayador de muros,
asaltante de fachadas, despotricador sempiterno,
plumón en mano acometes
y dejas estampada en la piel límpida de la casa
una grosera, indescifrable y flagrante marca,
luego te pierdes en la noche
como uno más de tus garabatos, que cobra vida
para extraviarse en los extramuros.

Grafitero, anarquista declarado, tu afán no es otro
que evidenciarle al resto que existes
que eres uno más que se atreve a gritar
con el plumón en ristre haces alarde
de tu mal entendida democracia.


Pablo, el grafitero, estaba radiante aquella noche. En honor a la verdad, el tipo saltaba de contento, ya que en pocas horas más, su pareja le daría un hijo. Como estaba desempleado, su mujer había acudido a un hospital comunitario en el cual no existían sofisticado equipos ni una atención esmerada. Esto se explicaba por la excesiva demanda, que obligaba a colocar a los pacientes de a dos por cama y a veces incluso de a tres. Como se puede deducir, la salud era un bien al cual se accedía con dientes y muelas.

La mujer, una modesta operaria textil, de tez morena y de baja estatura, aguardaba panza arriba el nacimiento de ese hijo que a lo mejor lograba el milagro de que su hombre encontrara por fin un trabajo estable.

Manos en ristre, el hombre bosqueja un sueño
un sueño investido de carne rosada,
de bracitos breves y mirada ciega,
un trocito de carne que llevará su sangre,
esperanza latente en la vida de todo hombre
aún en la de un grafitero que siembra tempestades
en cuanto muro se le aparezca ante sus ojos.


A medianoche, temblando emocionado, el grafitero aguarda que la blanca puerta se abra para recibir a ese niño que aparecerá con su rostro amoratado. El no pudo asistir al parto y se quedó en la antesala, dibujando ilusiones en su mente aturdida.

Por fin, ingresa el médico con un bulto entre sus brazos. El grafitero se abalanza para contemplar a su descendiente y cual es la sorpresa al contemplar que aquel niño tiene la piel garabateada por miles de rayas inteligibles. El doctor dice que es una enfermedad muy extraña, que nunca había visto caso igual. El grafitero llora ante ese engendro que le recordará a cada paso su historia inconexa.

Y se va llorando del hospital, aquel
con el alma estrujada por tanta miseria,
se aleja derrotado con la mente en blanco,
sólo sabe que no rayará nuevos muros
ni grabará en ellos ilegibles consignas
toda vez que su estirpe ya ha sido herida
decretando su muerte, su muerte de grafitero…











Texto agregado el 08-09-2006, y leído por 252 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-09-2006 Genial!! ahora entendés cuando digo que quiero contagiarme de los escritores! este cuento es una joya, y el poema inserto, otra. Besos y estrellas Maestro. Magda Gmmagdalena
08-09-2006 Todo se paga en esta vida..Las malas y las buenas...Magnífica y original combinación de estilos... churruka
 
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