Nunca hubiera yo pensado que se pudiera hipnotizar en verdad a las cobras. Cosas de fantasía, esas historias de encantadores de serpientes. Y sin embargo, ahora no me queda la menor duda de que en efecto, la música puede lograr eso y mas.
Es increíble como sucesos distantes en el tiempo se conjuntan e influyen sobre nuestro futuro para crear instantes inesperados, mágicos y misteriosos.
Así llega hasta mis oídos, que se acomodan en la penumbra de la capilla gótica, el tono agudo de su voz, tono en el que no estaba yo acostumbrada a escucharla. Esa voz que resguardada por el laúd y el clavecín emerge de un escenario bañado en luz roja. Voz que se desliza por el vestido de encaje color sangre, mientras su piel marmórea se contornea con el sentir. Me hace estremecer.
Suena también una flauta arabesca, que inicia compitiendo con la voz, para después intentar seducirla.
Así es como la magia llega a mis oídos, y de pronto me doy cuenta que he dejado de ser yo. Mi cuerpo oscila al compás del rojo sangre, mis piernas una prolongación con escamas, que se ha enroscado. Tan solo me quedan las notas, tan sólo eso logro percibir. Y aún cuando estoy presa, siento como el veneno de mis dientes se desvanece, no me quedan amarguras ni odios cuando escucho su voz.
No me queda agresividad ni desprecio. ¿Quién intentaría atacar o huir? Cuando se está ante una visión del paraíso no queda mas que oscilación, no habría más que llorar si hubiera lágrimas, no habría mas que cantar si se conocieran las letras, no habría mas que sentir y oscilar, oscilar, oscilar... |