- Yo tardé muchísimo tiempo en tener relaciones con Lara. Y cuando las tuvimos eran asquerosas. A veces ella se quedaba a dormir en mi casa, solo a dormir, pero yo no era capaz de descansar a su lado. Y verla allí, a dos centímetros de mí, y no poder tocarla… - hace una pausa, suspira y prosigue: - Me ponía… En alguna ocasión me masturbé mientras ella dormía. O… algo más. Imagínate cuando se despertaba porque yo…
- David, ¿hacías eso? – me siento un poco utilizada. Siento que no es quién esperaba que fuera. ¿Cómo podía hacer eso? No logro entenderlo. A mí siempre me había respetado…
- ¿Y qué querías que hiciera, Lore? Creo que el sexo es importante en una relación, sin él, o si no va bien, la pareja acaba rompiendo. No digo que sea lo más importante, pero es necesario.
- Sí, yo también pienso eso. Pero supongo que deberías haber respetado su decisión.
- Ella no concebía el sexo antes del matrimonio. Y yo estaba salido perdido. Y la quería, la quería mucho. – pienso que me gustaría escuchar eso de su boca referido a mí, pero sé que no lo siente. – Bueno ahora ella a rehecho su vida y le va genial. En cambio yo… aún tengo todo a medias. Fue muy difícil aceptar que ya no estaba a mi lado. Digan lo que digan el primer amor nunca se olvida y es el que más daño causa. Los demás duelen, pero ya nunca es lo mismo.
Seguimos hablando. Noto como la expresión de David cambia a menudo que me cuenta su relación con esa chica. Le pregunto si se encuentra bien. Que si quiere que cambiamos de tema. Él me dice que no, que no está mal, ni va a ponerse a llorar ni nada parecido. Que es por la alergia.
Sonreí: la conversación empezaba a convertirse en una seriedad articulada de las conversaciones que nunca se recuerdan.
Pienso en cómo me trataba David cuando estábamos juntos.
A pesar de su aspecto un tanto macarra y duro, era muy dulce. Al terminar me abrazaba (a menudo era yo la que me apartaba porque no soportaba ese contacto tanto tiempo) y me acariciaba suavemente la piel. También solíamos hablar a susurros mientras deslizaba su dedo índice por cualquier rincón de mi cuerpo.
Era algo precioso. Me sentía protegida y resguardada bajo esos brazos delgados pero fuertes.
¡Y cómo me besaba! Sabía exactamente que beso elegir para cada momento: dos en cada mejilla para saludarme, un pequeño beso en la comisura de los labios para despedirse…
Me sonreía. Me pedía que me acercara a su lado, me atraía y me daba besitos suaves en la cara y en la boca. Seguía besándome mientras acariciaba a veces con la palma de su mano a veces con la yema de sus dedos, como de puntillas, otro punto de mi cuerpo: mi cuello, mis mejillas, mi pelo, mi espalda, el contorno de mis caderas… Mis pechos, los moldeaba a su antojo, haciéndome reír, y excitándome tanto… Jugaba con mi ombligo y costados, provocándome mil carcajadas. Yo terminaba gritándole que paraba y me abrazaba a él risueña, contenta, vital.
Esa era una de sus grandes virtudes: hacerme reír, y sentirme cómoda a su lado aunque estuviera desnuda.
Sabía mucho de mi vida. Y cuando lo conocí me dijo que los dos podíamos aportarnos mucho mutuamente. Y, en mi caso, fue cierto.
Con David descubrí un mundo totalmente distinto a lo que estaba acostumbrada a tratar. Tenía un destacado punto malévolo. Se arriesgaba, a menudo, sin pensar en las consecuencias. Había sido, como él mismo confesaba, “malo”. Había cometido muchos errores que ya había pagado caros, sin embargo, decía tener suerte, otros de los suyos no tuvieron tanta. Con todo esto, David había madurado mucho, se había hecho fuerte frente a la adversidad y estaba preparado para enfrentarse al mundo de cara, sin mentiras. David, además, era generoso, hablador, vividor y buena persona.
Siempre me trató bien, respetando mis sentimientos y escuchándome cuando yo le contaba mis problemas.
Cuando lo conocí su vida era un lío tremendo. Lo tenía todo a medias. Quiero pensar que yo le ayudé a olvidar, por unas horas al día, sus problemas.
¿Le gusté alguna vez? ¿Le gustaba estar conmigo? Hay veces que me sobrevienen estas y otras preguntas a la cabeza.
Es complicado averiguar lo que piensa y siente el otro. Y la mentira es tan fácil…
Había algo más en él que me atraía: sus constantes cambios. Siempre era una sorpresa encontrarse con él. La monotonía no cabía en su modo de vivir la vida. Y junto a mí, cada momento era distinto. Por su forma de acariciarme, de hablarme, de besarme…
Al releer lo escrito parece que mi relación con David era puramente sexual. Nada más alejado de la realidad. Al principio salíamos de vez en cuando a tomar un café, le acompañaba a comprar o hacer sus recados y sobre todo pasábamos tardes enteras contándonos nuestras vidas, hablando de cualquier cosa. Alguna vez comíamos o cenábamos juntos en su casa. Compartíamos nuestros sentimientos.
Aún así, poco a poco nuestras “citas” se realizaban siempre en casa de David.
Allí me sentía cómoda.
Los dos éramos libre y lo sabíamos.
Pero yo quizá esperé algo más. Algo que jamás llegaría.
Me aferré a la idea de que durante el tiempo que nos veíamos a menudo no hubo ninguna otra chica.
Nuestras conversaciones, a veces tontas otras muchas profundas me llevaban a querer saber cada vez un poco más de él. Era un chico rebelde. O mucho más que eso.
Por eso me gustaba estar a su lado. Porque tenía esas dos caras tan bien definidas: su bondad y ese aspecto de chico malo, que hacía las mil delicias.
Y… que guapo estás, después de los besos, las caricias y los abrazos. Tan despeinado y sin arreglar.
Me hace feliz verte a mi lado y seguir contando con tu gran amistad.
Alguien de pie, junto a mí, limpia sus gafas. Me recuerda mucho a ti...
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