Tras una ventana de miles de hojas, un sol dorado estrellaba el cielo en miles de crisoles. Caminaba de la vereda de enfrente una niña llevando un pequeño carrito con una muñeca vestida de celeste, los rizos envolvían su cuello, abrigándola en la mañana fría que se reflejaba tras unos vidrios. A lo lejos se veía como un señor de entrada edad arrastraba sus pies buscando la satisfacción de ubicar uno delante del otro. Todos ajenos a todos, mantenían la mirada o en sus muñeca o en sus pies. Una frenada interrumpió la esquina de aquel barrio, donde las actitudes remontaban en el tiempo y se enajenaban a la realidad circundante bailando su vals al ritmo de las gorriones. Esos eran los únicos sonidos que llegaban a piel, mientras una mujer con su poncho marrón ahuyentaba a unos pequeños insectos que no se llegaban a divisar.
Si era paz eso; no lo podría definir. Pero yo detrás de estas rejas podía sentir tranquilidad. Mis lecturas me hacían trascender y solo me faltaba un pequeño carruaje en la vereda para poder sentir el pasado en las venas.
Un sonido estremeció aquel vals que nos rodeaba, gire bruscamente la mirada a la ventana, aun estaba la niña de rizos dorados, el anciano con sus paso y la mujer ahuyentando a los pequeños bichitos. Pero al buscar el sol..., no era mas amarillo, pude ver como algo, junto con un gran zumbido se aproximaba.
¿Sería uno de esos insectos que la mujer ahuyentaba y yo no llegaba a ver? No, era demasiado grande. El zumbido de fricción penetraba cada vez con mas intensidad en mis oídos, y ese objeto marrón con forma de punta se acercaba cada vez mas a mi. No pertenecía a los tiempos remotos que tenía en mis lecturas, no era el pequeño carruaje que yo quería en mi vereda. Llegue a tenerla a unos pocos centímetros de mi cara todavía del otro lado de mi ventana, cuando pude reconocer que era.
Una bala, atravesaría mi cuerpo dejándome tendida en ese sueño ancestral de mis hojas para siempre.