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Miércoles 30 de agosto de 2006

A las 21:30 horas la jornada de trabajo había transcurrido con inusual fluidez. Ni siquiera debí estar allí aquel día, era miércoles, mi descanso establecido, pero el lunes anterior alguien que lo necesitaba me propuso el intercambio, de manera que alli estaba, en la sala de redacción del diario cuando debería estar en el cine. Un repaso de la situación, considerando la hora, me hizo abrigar la esperanza de que terminaríamos temprano aquella noche.

Todos los reporteros habían ingresado sus notas al sistema de cómputo, nada extraordinario había ocurrido, la jerarquización de la información disponible estaba concluida, lo demás era cuestión de rutina, armar planas, escribir escabezados de nota y enviar todo al área de talleres, en donde se ocuparían del proceso de impresión. Sin duda podríamos cerrar la edición a las 0:30 horas, quizá antes. Uno de esos días que siempre deseábamos tener.

Eran las 21:40 horas cuando mi tercera taza de café estaba agotada, de manera que me levanté por la cuarta. Retornaba a mi mesa de trabajo cuando fui requerido por la compañera ocupada en armar la sección de notas policiacas. Me pedía una opinión sobre qué fotografías debía incluir. Mientras me mostraba en pantalla la serie de imágenes sangrientas captadas en un accidente automovilístico pasó por mi mente un pensamiento: ahora estamos aquí, pero en un segundo todo se puede terminar. Despojos de seres humanos atrapados entre metales retorcidos, ilusiones frustradas, todo se acaba en un momento.

De vuelta ante la pantalla de mi ordenador me concentraba en la nota política que debía encabezar. Las inconformidades generadas por el resultado de la reciente elección presidencial estaban dando mucho de qué hablar en los medios de difusión. Se armaban muchas planas sobre reacciones y opiniones en las fuentes políticas. El espacio dedicado a la política superaba en esos días al espacio que trataba sobre la galopante irrupción de los cárteles del narcotráfico en la ciudad, ciudad turística, lugar ideal para el éxito de su criminal negocio.

En ese momento, a las puertas del estacionamiento una mujer joven, atractiva, preguntaba al guardia de seguridad si cerca de alli había un parque infantil. Mientras el guardia le respondía, la mujer miraba hacia el interior. Sacó un teléfono móvil y explicó que llamaría para que fueran por ella porque estaba extraviada. Sólo pronunció: "Estoy frente al periódico, todo está bien, aquí espero". Luego correría hacia un auto en donde la esperaban cerca de allí para retirarse a gran velocidad.

Los relojes indicaban las 21:47 horas.

Sólo transcurrieron algunos segundos cuando nos sorprendió el primer estallido que hizo cimbrar el edificio de una sola planta. Se había producido en el área de estacionamiento para el público, con sólo una pared de por medio con la sala de redacción. Estruendo seco, ensordecedor. Instintivamente miré hacia la ventana que tenía apenas un metro atrás de la cabeza. Sonó entonces el segundo estallido. Más fuerte aún. Esta vez hizo añicos el vidrio de la ventana. Escuché sillas que caían al suelo, alguien apagó las luces. Sentí necesidad de correr hacia afuera; consideré más seguro tirarme al suelo. Acurrucado contra el muro, el oído atento y la vista puesta en la destruida ventana transcurrieron algunos segundos, largos segundos de incertidumbre, de tensión elevada al extremo.

Retornó el silencio de la noche. Uno a uno nos fuimos incorporando, mi compañera más próxima, con quien había intercambiado opiniones minutos antes, salió de abajo de su escritorio con el terror dibujado en el rostro. La ayudé a levantarse, se abrazó a mí y soltó a llorar. Preguntaban si alguien necesitaba ayuda, nadie respondió afirmativamente. Nos encaminamos hacia la salida. Éramos 14 personas en la sala, nadie resultó herido.

En el pasillo que conduce al área de recepción el humo impedía ver más allá de dos metros. Una secretaria del área de dirección estaba recargada contra la pared en estado de shock. Pisando vidrios rotos alcanzamos la entrada principal y comprobamos que justo allí se habían producido los estallidos. Inconfundibles esquirlas de granada de fragmentación por todas partes, en la fachada, en los autos estacionados dentro de un radio de 15 metros, pero tampoco ahí había lesionados.

En poco tiempo se escucharon las sirenas de los vehículos de emergencia, se acercaban desde todos los puntos cardinales. Dos carros de bomberos fueron los primeros en llegar. Al verlos entrar pensé que ya no estabamos solos, hasta entonces me volví a sentir seguro.

Todos sabíamos que se trataba de una advertencia de quienes se enriquecen a costa de la vida de millones jóvenes, de aquellos a quienes la muerte importa muy poco. Una advertencia de los cárteles de la droga.



En Cancún, en la costa mexicana del Caribe.



Texto agregado el 06-09-2006, y leído por 542 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
30-03-2008 Si Julio, tal como lo describes en este relato. Vivimos llenos de terror y no sabemos cuándo nos toca. En nuestro país hay secuestros a diario, ahora secuestran hasta a los pobres. Dicen que es el hampa común, que si las pamdillas, pero también se menciona todo un plan maquiavélico para desestabilizar los cambios que se están dando en algunos paises de latino américa. Según la opinión de los expertos analistas internacionales, todo dirigido desde los USA, o sea desde la peste que azota a nuestros pueblos. Excelente relato. Un abrazo y todas las estrellas que cubren tu cielo de Cancún. Sofiama
30-11-2006 Me encanta... cuanto más leo tus escritos más me maravillo. ¡Lo describes como si hubieses estado allí! Asombroso!! Vuelvo a preguntarte lo mismo... ¿ficción o realidad? Mis 5* y un besazo muy grande desde Barcelona. ennag
24-11-2006 caramba, nunca me imagine que la narración termnaria asi...muy fluida y bueno no permite despegarse...y al final...duele...soy de mexico tambien... luzyalegria
20-10-2006 hermoso5* neison
18-09-2006 Por su realismo descriptivo parece como si sucediera tal cual lo dices. Una cosa es ver el terrorismo en las noticias y otra que sean las mismas "noticias" las que sufran el terrorismo. azulada
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