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Eran los inicios tímidos de una vida nueva. Llevábamos un curioso equipaje, de recuerdos marchitos, casi olvidados, unos miedos descarados que no se dejaban esconder y una montaña de ilusiones nacientes. El avión, los sueños siempre se deben de comenzar volando, nos había dejado en una isla de sienas, gualdas y bermellones, sedienta de verde, rodeada de un brillante azul. Eran tiempos de dudas y descubrimientos, y las palabras se nos escondían en el corazón, demasiado tímidas para ser pronunciadas.
Un viento de levante, suave y cálido, nos trajo aquella dulce melodía de las olas jugando con las rocas ocres. Desde el balcón, primero ella, sus ojos de ese azul de mar de invierno, luego una caseta de cal y el estallido total de un azul más vivo aún que nosotros.
La noche anterior resonaba en un eco claro y perpetúo en mi cabeza, retornando imágenes recientes, luces y magias.
Atardeció, caminamos cogidos, con las mejores ropas que teníamos: yo de blanco ibicenco, ella con su falda vaquera, tan corta, y esa blusa de lino y cenefa azul. Casi callados, escuchando a los pescadores celebrando la cena, por el paseo abrupto que bordeaba la entrada del puerto. Las barcas danzaban mecidas en una estela de sol. En un colorido vals, se movían con sus rojos, verdes, o amarillos, a rallas todas ellas, reflejándose coquetas sobre el agua violeta. Las amarras susurraban en cada movimiento, versos en un idioma antiguo, desconocido por la mayoría de hombres, que sólo entienden los viejos arrugados de sal.
Nos detuvimos varias veces, a conversar rápido con las vendedoras de los puestos de frutas, en esas camionetas de los años sesenta, reconvertidas a escaparates callejeros, exhibidoras de aromas frescos. No había prisa, ni más hambre que el capricho fortuito de unas fresas diminutas, colmadas de miel.
Desde la sombra oscura, allá en el púrpura nocturno del horizonte interior, vigilaba como cada noche la ciudad amurallada de Medina, temerosa de una nueva invasión turca, u otro Napoleón trasnochado – Pobre Medina-pensé – No hay una memoria más amarga que la de unos muros viejos, ¿cuántos asaltos habrá ya sufrido?.
Sigue, Medina, subida en su meseta, escéptica y temerosa, señora de su pequeño mundo, tan lleno de gentes de otros confines, de idiomas contrapuestos, de caras renegridas de sol y mar, más del sur, de este mar compartido con sus orígenes africanos.
Llegamos con una sonrisa calma, un alma compartida en un soplo de paz. Nos esperaba inquieto un vino rojo, casi acarminado, algunos pescados de roca y un siempre pretencioso jazmín.
Se nos fueron los sueños, trepándose unos sobre otros, se agigantaron, fundiéndose se hicieron uno y vomitaron palabras hermosas, besos largos de labio mordido, brindis de copa al aire y mañana mejor..
Afuera, en la bahía quieta, una luna rojiza y rellena, descubría la noche. Las olas cansadas se iban a dormir, el viento se hizo tenue brisa, y alguna estrella, más atrevida, despuntaba coqueta, cantando una nana que nos hizo llorar.
Era una cena de dos, para dos, para los que éramos y estábamos, marginado el mundo, las obligaciones, los pequeños fracasos. Era un momento de dulce gloria, con una embriagada emoción, de abrazos perfectos, cogiendo su espalda, besando esos hombros, tan desnudos, tan puros y perfectos.
Regresamos a nuestra balconada, lento, entre bromas y más abrazos, pretendiéndonos, jugando a conquistarnos, claudicando a la seducción por voluntad propia.
Las salinas talladas en roca, nos festejaban la risa, aplaudían cómplices la traviesa mano tras de la falda, en bocado atrevido en el cuello eterno, cantaban a ese parpadeo acompasado de la tentación.
Mordí su oreja, ese lóbulo perfecto con la diminuta peca, bailamos con la música de los corazones jóvenes. Sin más palabras ni secretos, desnudos de almas, sin pretensiones ni papeles adjudicados, nos celebramos la noche entera, sin tregua y sin normas, dejando sueltos estos demonios, que son ángeles disfrazados.
La miraba la mañana siguiente, sabiendo en el fondo de mi alma, que había ya encontrado mi Seda.

Texto agregado el 06-09-2006, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-12-2008 Es maravilloso! anka
 
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