Adoro los trenes. En mi pueblo, cuando el día alcanzó la madurez y el sol quema, cuando hasta las alimañas buscan el refugio de la sombra, yo deambulo por los andenes de la vieja estación, valija en mano, por supuesto; valija vacía, siempre la llevo vacía porque no voy a parte alguna, yo no salgo de mi pueblo, sólo juego a ser libre, a ser libre como las aves, yo sólo imito al que trepa en el ferrocarril y mira horas y horas al través de la ventanilla, mira pasar el tiempo, y observa que el tiempo va quedando atrás. Me confundo entre la gente, me inquieto cuando el expresso de las cuatro viene con demora, compro el diario vespertino y me siento en una banca, y me entero sobre los devenires del mundo, qué grande es el mundo, más grande que mi pueblo; me lustro el calzado y consulto el reloj cada cinco minutos.
Se van las horas y llega la máquina; entra con estrépito a la estación, una GR-690 de 1930, a vapor, italiana, bella y estilizada, potente como ninguna, jala una decena de vagones, los cuatro primeros son de carga, luego vienen los pasajeros de segunda y al final los de primera y clase especial, de éste, cuentan que es muy lujoso, yo no lo conozco, yo sólo veo algunos rostros detrás de los cristales, rostros de gente que ve pasar mi pueblo y nada más... no recuerdo de alguien en mi pueblo que suba o baje de aquel vagón especial.
Con agudos silbatazos, la máquina se abre paso hasta detenerse por completo; algunos la llaman ruidosa, yo digo que sus sonidos son música para los oídos, música marcada por el ritmo que dan los empalmes de los rieles, música que culmina como un himno, triunfante, cuando la caldera suelta gran bocanada de vapor.
Entonces tomo mi valija y me preparo para abordar. Como nadie va a despedirme, me despido de los que no conozco, he descubierto que de esta manera no duelen las despedidas; otros se abrazan y se besan, los enamorados lloran y no sueltan sus manos, yo prefiero un "hasta la vista" y ya... hay quienes dicen "vuelvo pronto", yo prefiero callar.
La máquina anuncia su partida, como si tuviera prisa por mi pueblo dejar atrás, los garroteros lo confirman, todos a bordo están, todos menos uno, todos menos yo; porque yo permanezco en el andén, con mi valija en la mano. Con la diestra digo adiós a los que se van, digo adiós y me digo: son muy tristes las despedidas. Solo en el andén he quedado, con mi valija vacía. Los de la estación me llaman el loco, qué saben ellos de mi pesar.
Con mi valija en la mano, con mi valija vacía recorro el polvoso camino de la estación... mañana volveré, mañana, cuando regrese el expresso de las cuatro; quizá mañana lo haga, quizá mañana lo aborde, quizá mañana deje La Soledad.
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