Y entonces me preguntas, ¿Se puede vivir así? No contesto. Sumo esta vida y la otra en la siguiente bocanada, me levanto por otro café –que ya es el cuarto- y sigo con los dedos tamborileando en la mesa el ritmo del tango que se lamenta en el aire a mi alrededor. Pero no contesto. Hace frío, pero como todo, opto por no sentirlo y dejo el sobretodo y el paraguas y tu voz y los recuerdos. No contesto. Me preguntas, muñeca hermosa, ¿Se puede vivir así? ¿Y tú me lo preguntas? Tú, con tus largos dedos de puntas rojas, la falda que se escurre hacia arriba en lentitud macabra por el tobogán indescriptible de tus muslos.
Tú, que con tus tetas intocables construyes el muro al paso directo de tu corazón. ¿Y tú me lo preguntas? Vuelvo a la barra, que es donde mejor se ve el espectáculo de ti misma, fumando sola en el suelo. Sé que no piensas. Tengo la certeza: Tu mente y tu corazón están en blanco. El espectáculo crece: Ahora estoy yo. Vuelvo junto a ti con la taza de café negro en la mano y busco tu conversación, pero se que no. Lo que busco es tu boca, que tiene la forma indiscutible de medio corazón, pero claro, como es lógico no lo sabes, no puedes verlo mientras tiñes tus labios de carmín furioso. Y entonces pienso que la seña roja de esa carne trémula no es más que la sangre que te ha dejado al pasar el ala rota de una mariposa. Ahí estoy yo, sentado a tu lado como un imbécil viéndote aspirar ese humo azuloso y sofocante, nada viene de mi boca.
Aún no. Entonces en ese maravilloso espectáculo empieza el momento del clímax... en su cenit, tus ojos se inclinan benévolos hacia los míos, pero ahora, nada hay de majestuoso en ellos. ¿Se puede vivir así? Preguntas, y entonces presiento que ha llegado todo a su final. El espectáculo ha terminado, la gente se levanta. También yo. Me observo a mi mismo levantándome de tu lado y dirigiéndome a la barra, tarareando en silencio las notas melancólicas del tango que continua sus lamentos en el aire. Entonces, mientras los primeros sorbos de café me escaldan la garganta y golpean con fuerza en el estómago, vuelvo a verme ahí sentado, levantándome de tu lado y caminando hacia la barra. ¿Y tú me lo preguntas? ¿Acaso importa? No contesto. No sabes, muñeca hermosa, que no eres más cierta que los deseos infames que aparecen en mis soledades y que jamás contaré a nadie. No sabes, preciosa, que no eres más cierta, ni más real, que los laberintos intangibles por los que me pierdo en silencio y de los que reaparezco un tanto más viejo, con un tanto más de muerte pegada de mi naciente soledad, no imaginas que no puedo saberte más real que ese ser indescriptible que recorre a tumbos mi cuerpo, lo pasea, lo estruja y lo rehace. ¿Se puede vivir así? ¿Y tú me lo preguntas? Te llevas el cigarrillo a la boca, y no contesto. Tal vez, al final del día se deshaga esta visión de ti, de ti y de mí que a veces sobreviene y en el espacio vacío quede la quietud pusilánime del final del espectáculo. De ese que no pasó nunca, pero que se reinventa una y otra vez en mis tardes de cafés interminables. Tal vez, se termine esta visión de ti y te olvide, como se olvida todo en esta vida. Tal vez, permanezca acá hasta que el teatro de mi mujer-visión apague las luces y quede completamente solo.
No lo sé. Pero sé, muñeca hermosa, que no contestaré. ¿Se puede vivir así? ¿Y tú me lo preguntas?
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