Parecía un libro cualquiera
con un grosor de tres centímetros
pero estaba forrado con cuero.
Me moría por ver lo que era.

Le pregunté al viejo maestro,
que dijo “Claro, ese es tuyo.”
y “Tú fuiste mi mejor alumno.
Si quieres leerlo, yo te espero.”

Lo abrí, y a mi ver, quedé mudo.
Pasé horas leyendo poesías:
cada una era la más linda,
me creía el dueño del mundo.

Mientras el viejo me sonreía,
dijo, “Ésta te hará famoso.”
Me fijé para ver cuál de todos,
y se empezó a borrar la tinta.

De repente me encontraba solo,
y anhelaba memorizarlas
pero el libro se hizo almohada.

Y cuando trato de hallar el modo
de acordarme, aunque sea un poco,
sólo me acuerdo... de sus palabras.