Hoy por primera vez escribo directo en esta página, sin el puto word de por medio, sin el copia y pega. Sin la posibilidad de satisfacer mi obsesión de controlarlo todo: los acentos, la redacción, las s, las c, las h, que palabra sea la justa y su lugar el exacto. Hoy he dejado con las ganas a ese perfeccionismo inútil que me acorrala, que no me deja en paz. Ese perfeccionismo que según su nivel seré más o menos amado. Hoy no he podido controlar lo único que tiene control en mi vida: mis historias, mis pensamientos. Hoy quiero acostarme temprano y dormir en paz, pero sé que no se va a poder porque las equivocaciones revolotearán sin cesar en mi cerebro. Y eso está mal, bueno, realmente todo en mi vida está mal, desde hace rato. Pero me encargo de taparlo muy bien, que no se noten las costuras ni la cola instatánea.
Cuando venía a la oficina, a través de la ventanilla del bus vi como el sol ilumunaba las casas, el azul, el rosa, el aguamarina y el blanco de sus paredes estaban vivos. Increíblemente no había gente en la calle, no percibía los otros autos, sentí que ese bus con los que ibamos ahí eramos los únicos en el mundo. La luz, las casas coloridas, la calle vacía, el bus, su pelo castaño revuelto por el viento, su piel de cal, tendría 16 a lo sumo, demasiado hermosa. No pude pensar en nada más, ni en mis equivocaciones.
Gracias, ya me siento mejor. Cualquier queja váyanse al jodido infierno.
Chau! |