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Como te iba diciendo, no puede ser casualidad, pero, pongamos que lo fuera. Ya que de otro modo no entenderías, o tal vez sí, porque, sabes, yo nunca he logrado entenderte bien o, más bien dicho, descifrarte, porque tú cuando eres tú y no estas conmigo, yo no sé. En fin, como te decía, pongamos que lo fuera, pues, de ese modo te explico mejor y más rápido que todo comenzó el día que nos conocimos, hablo del día aquel en casa de Paola, porque claro, antes te había visto muchas veces, incluso nos presentaron, ¿te acuerdas? Pero no es lo mismo. Y no podía serlo, porque nunca había sospechado que bailar contigo era posible, y aun de haberlo hecho, cómo hubiera imaginado que hayas sido tú que viniste a sacarme. Yo entiendo, habías tomado una o dos coptitas de champagne y, bueno, era una fiesta, pero si lo que querías era bailar, ahí estaban tantos otros chicos, algunos incluso amigos tuyos, además yo no te caía muy bien, bueno, andaba convencido de ello, y es que, notaba algo extraño entre nosotros, algo que me llevó alguna vez a preguntar por ti, fue a una de tus amigas, aunque no se si tanto así o solo era una compañera tuya en el colegio, de todos modos no fue mucho lo que conseguí saber mas si lo suficiente para confirmar mis sospechas: yo para ti era un bicho raro; lo deduje de la forma como me mirabas, cuando me mirabas y cuando no también, porque, ahí sí, de pronto desaparecía, como aquella vez que conversaba con Martín sentados en la plaza y apareciste tú, le saludaste, se hablaron y se despidieron, todo, mientras tanto yo logré sentirme completamente inexistente, porque tus ojos, tan grandes y tan marrones, jamás insinuaron si quiera que voltearías a verme, y no fue que tan atento estaba yo a todo lo que hacías, solamente que, si para ti fui un poco de aire, debí quedar mezclado con el olor que dejaste al irte, o el que dejaron tus cabellos, pues, por naturaleza hueles rico, sí, pero a frutas... no lo sé, debió ser el champú que usabas. Pero vamos, que ése es otro asunto. Y no sabía yo muy bien cómo, pero tan mal no lo hice, y bailamos, justo esa canción que se pregunta y preguntaba: por qué Dios te hizo tan bella... yo además de eso, sólo deseaba adivinar por qué estabas a mi lado, por qué era como si la letra de la canción me enseñaran todo lo que iba sintiendo, por qué esa noche y por qué todo, todo había sido dispuesto para ti. Lo cierto es que aquella vez me di cuenta que no importaba mucho ser un bicho raro si estaba a tu lado, luego, todo lo que quise fue besarte, y ese, fue un incontrolable deseo que invadía mi mente cada vez que pensaba en ti, y me resulta tan complicado explicarte por qué, que solo se me ocurre contarte su historia.

Sin embargo, hay cosas que no necesito contarte. Aquella vez el tiempo se nos dio contado, habíamos terminado las clases y una semana después tenías que irte a un pueblecito allá no sé dónde en Argentina, porque tu papá trabajaba en una mina y aquel año, como nunca, le había sido imposible venir a pasar la navidad con ustedes. No fueron ni quince días, pero para mí pasaron años. Apenas respondiste una vez mientras yo andaba loco y mis amigos, siempre tan dispuestos y tan realistas, me explicaron de una y mil maneras que estando tú allá y yo aquí: la verdad tío es que ya fuiste, efectivamente, acabé convencido de que había sido, de que no me extrañabas tanto como yo a ti, porque yo sí te escribí casi todos los días, aunque no me respondieras, porque sabe Dios qué cosas, o más bien, qué chicos tan interesantes habían allá que me habías olvidado, que rabia, y qué peor para aquella paranoia y para mí que no poder hablar contigo y tener que revisar una y otra vez la bandeja de entrada, porque no había messenger y nunca llegaste a darme un teléfono. Con el tiempo y con el pesar de mi cólera, comprendí que al final, lo que hiciste fue salvarme de un recibo inmenso y de oír a mi madre recordarme lo desconsiderado que era. Además solo eran quince días.

Resumiendo, regresaste y las cosas no fueron iguales, pero sabes, nunca fueron tan así como para decir eso, y no me digas que te ando confundiendo, porque cada vez que quise separar lo de antes de lo de después, siempre fue lo mismo, y no pude recordar nada que no fueran solo esos días a tu lado, lo demás era sólo tiempo, que siempre fue tan igual, pero no por gusto tan igual, ni por gusto te fuiste y regresaste, aunque eso, yo sé, no dependía de ti. Pero si el verano empezó y después terminó casi sin poder verte, eso sí fue culpa mía, y vaya que acabé desesperado inventando explicaciones, unas para tranquilizarme, otras para disculparme, y con suerte no todo quedaría ahí, un día se te pasó el enojo y yo aprendí que, tanto como sea posible, mejor es no hacer el papel de perfecto idiota ofuscado por celos enfermizos –aunque tan ofuscado, en realidad, no estuviese– ni andar simulando falsas victorias en guerras también simuladas.

Como es usual en estos casos, lo demás fue como tenía que ser. Solo unos pocos días después, increíbles, eso sí, y tal vez a causa de ello y la incapacidad de asimilar la idea de que las cosas a veces son perfectas, con cara de quién no se cree lo que dice, me dijiste que algo no funcionaba y, aunque hubiera preferido mil veces que te estuvieras equivocando, era como si yo también notara el desperfecto –estructural más que funcional– en nuestra relación; entonces pensé que probablemente tenías razón y que acoplar tu forma de ser a mi forma de idear cómo debías ser, era algo muy complicado de hacer y muy tedioso. Por ello quizás, a partir de ese momento y hasta siempre, este juego sólo lo ganarás tú, aunque, como suele ser, especialmente en estos casos, todo quedará justificado por la ingenuidad de la primera vez: que como nada es igual, la primera vez es siempre; pero esa es una idea que el tiempo mismo no quisiera recoger y a veces, de pura flojera, yo tampoco. Lo demás fue como siempre. Eso es un decir. Y tú seguiste siendo tan indescifrable y yo seguí siendo tan invisible (recíprocamente a drede, tal vez), pero como dice una canción: if the world isn't turning you're heart won't return, anyone, anything, anyhow... y con el tiempo la vida nos fue manchando a los dos con tintas indelebles, pero con distintos colores.

Ciertamente hay algo más, algo que tardaría años, tantos como los que han pasado, para contarte con detalles cada una de las consecuencias generadas un instante a tu lado, que una y otra vez se han ido repitiendo como un destino inconcluso, un rumbo inevitable que no acaba, sino que otra vez empieza. De verdad que no quiero confundirte, pero dime tú si no es cierto, si no te acuerdas de esos otros días de fin de año, que no era cualquier año, sino mil novecientos noventa y nueve y se acababa un siglo en el colegio y por esas casualidades de la vida te encontré en la calle, tardísimo, como a las once, porque fuiste al dentista sin haber tomado turno y te quedaste esperando hasta al final, porque hace meses que debiste haber ido, pero de hoy no pasa, porque cómo vas a ir a tu fiesta de promoción con brakes, ¿y mañana? No! No vas a tener tiempo por lo del vestido, el peinado y todo eso. Y mientras me contabas de tu enamorado, sobretodo de sus peleas porque no soportabas a sus amigos y tampoco te caían muy bien sus padres, más que nada, su mamá, que te trataba como si ya te fueras a casar con él pero la verdad es que no le querías tanto así, y qué se hacía, nos fuimos caminando hasta tu casa, quedaba por ahí nomás, pero de verdad que yo no pensaba encontrarte y menos a esa hora. En todo caso, para mi también se hizo tarde y al llegar a tu puerta sólo te dije chau sin acercarme, y tú, extrañadísima, apenas me dijiste cuídate antes de darte la vuelta, yo quedé mirándote y pensando que a lo mejor debí besarte, pero lo hubiera tenido que hacer del modo que menos me gusta, así que no, contigo en la mejilla no vale.

En los días que siguieron supe más de ti que en todo el año y parte del anterior, hablábamos por teléfono, fuimos a pasear y quedamos un día más para vernos. Habían pasado dos años de aquella vez en casa de Paola pero era como si no hubiera pasado mucho más, casi nada, sólo tiempo. Tu papá que ya no trabaja en un pueblecito, sino en Córdoba, te llevaría con él para que estudies, tú me explicaste que como él era extranjero y no sé que más, la minera le pagaba la universidad de los hijos, algo así. A ti te parecía todo cool y feliz de la vida irías a estudiar a Córdoba, porque además, allá la educación debe ser mejor, y eso sí, la vida allá es más divertida y los chicos, las fiestas, todo lo que ya debías saber, pues, no era la primera vez que viajabas a Argentina y, bueno, yo tampoco me quedaría en Cusco, había ingresado a la Católica así que me iría a estudiar a Lima. En fin, quedamos para vernos, que sea algo así como nuestra despedida. Cuando llegué a la esquina de tu casa me di cuenta que aún era temprano, casi nada, pero recordé que no me gustaba esperarte en la sala mientras terminabas de arreglarte, porque tu papá, que así también le decías a tu abuelo, solía sentarse frente a mí y luego de preguntar cómo me encontraba y decirme que no tardabas en bajar, se quedaba mudo, observándome; de modo que fui a dar una vuelta por el parque, como quien gana los minutos necesarios para compensar tu habitual demora, alcanzaba incluso para ir hasta la tienda y comprarte un chocolate. Pensaba en un día antes, que también estuvimos juntos, que mientras caminábamos de la mano por toda la Av. de La Cultura, tal vez te acordaste que me querías porque yo sí olvidé que debía olvidarlo, y seguro que sí lo hiciste, porque cuando nos sentamos en ese paradero esperando nada y que el tiempo se vaya lejos, me sentí como nunca, y eso no podía significar otra cosa que un: sí... me encanta el chocolate. Compré uno no muy grande, aunque, de todos modos, por esas cosas tuyas, sabía que no ibas a acabarlo, lo importante era que bastaba un par de mordidas para que tus besos se vuelvan más dulces, aunque mucho más ricos con helado de vainilla, sí, porque el frío y tu boquita. Pero, a veces las cosas hay que tomarlas con calma, de cualquier manera, cómo adivinar lo que podía pasar, aunque, nada peor que llegar a la esquina (la otra esquina) y, por alguna razón inexplicable, verte con Diego. El colmo era que venían hacia mí, apurados, él hablándote y tú mirando atrás por donde debería llegar yo, seguramente pensando: no vaya a ser que aparezcas justo ahora, pero en ese momento yo apenas tuve tiempo para sentir como se caía el mundo y antes de siquiera imaginar qué hacía él contigo o ir a reclamarte qué sé yo, cualquier cosa, me puse fuera de su vista, quizás, porque no había algo más patético que me vieran así y él pensando: pobre idiota que no se da cuenta que es mi enamorada, quizás, porque ni bien mis ojos les vieron, imaginaria y nítidamente vi los tuyos, grandes y marrones, lograron hacerme comprender que tu amor fue como un plus en mi vida y, en realidad, yo no tenía derecho alguno de reclamártelo.

Después de aquel día, casi nada supe de ti, yo fui a parar a una ciudad inmensa –no muy recomendable para vivir, más que nada por el aire y el desorden (entre otras cosas), y la consecuente perturbación del equilibrio (no estoy seguro qué equilibrio), etc– no sé muy bien a qué, pero supongo que principalmente a estudiar. Como dice Michas: el tiempo es muy mierda, como quién dice que es muy listo cuando lo qué quiso decir fue que se había ido, pues, sucede que siempre es como si andara delante de uno y de pronto no sé cuantos años han pasado y sigo aquí, todavía, apoyándome en la ventana de mi cuarto a fumar un cigarro y mirar el percudido color del aire que me cuenta que estamos en mayo y que se esta haciendo tarde, pero yo no entiendo qué hago pensando tanto en ti.

Yo sé, que quién diría que te volvería a ver, o a lo mejor no, porque de todos modos esperaba hacerlo alguna vez, aunque esa era una idea abstracta, que mientras tanto, más por descuido mío que por inverosímil, quedó inadvertida, y de tanto no verte y de casi ya no pensar en ti, subestimé tu sonrisa, esa que si fuera un poco menos linda, seguramente, hubiera aprendido ya a no ser tan vulnerable ante tus labios y no ser tan complicado cuando me enamoro, a veces de ti y a veces de otras pero siempre por tu culpa. Te encontré por casualidad, porque así tenía que encontrarte, aquí, cuando había estado en Cusco y tú también, pero no nos vimos, te encontré por motivos del azar, un día después de llegar y uno antes de ir al norte, porque Cusco siempre es chévere: ver a los viejos, fastidiar a los hermanos y salir con los amigos, sí, pero el verano se está acabando y ahí no hay playa; y tú, así que ahora estas en Lima, meses ya y no me has avisado, te pasas, pero claro, yo sé, hay cosas que se nos escapan y dónde estaría yo, pero ya habrá tiempo... Nos acordamos de antes, cuando planeábamos ser grandes, trabajar en nuestro estudio de arquitectos, el mejor de todos, juntos en cada proyecto porque tus ideas son geniales, aun así me las ingenio para contradecirlas, y eso debía ser bueno porque obliga a repensar todo, y nada tenía por qué cambiar las cosas, pues, una cosa es el trabajo y otra cosa es el amor y, sin embargo, ya casi nada tengo que ver con planos de edificios o de centros comerciales, ni contigo, sino mírese: Srta. "ya me gradué" y tú con suerte serás abogado, y qué mal que todavía no sepas combinar una camisa con una corbata... (y yo pensando que para eso apareciste tú, como si te fueras a quedar... conmigo). Irresistiblemente, ese día se nos fue la mano, que como ya éramos grandes le habrás echado la culpa más al jugo de arándanos que al vodka, pero nada como esos dientes perfecta y empeñosamente alineados mordiéndome los labios. Por qué será que la vida nos había puesto, otra vez, juntos.

Siempre hay algo que no hace falta decir, porque seguro tú lo sabes ya, pero, el amor es algo así como una cuerda imaginaria que se extiende entre dos personas, y eso nunca me quisiste creer, pero detalles aparte, porque el dónde estés nunca fue tan importante, las últimas veces que nos vimos fueron solo eso, detalles. Que como ya te dije, este juego lo ganas tú y las circunstancias siempre serán las mismas, sobretodo hoy que la vida nos ha manchado tan distinto. Entre tanto, nada tengo que reclamarte, mi descuido fue desaparecer -siempre- en el momento preciso, incluso hoy que es sábado y se me pasa el día cansado tanto de estar solo, imagino que ya te fueron a dejar, no es que no me guste estar contigo o que no fui a verte porque soy un engreído, es solo que, como de costumbre, estuve ocupado descifrando por qué a veces todas las demás cosas pierden importancia y solo quiero explicarte bien todo esto, aunque en ello se me acabó el tiempo. Y no sé si intento confundirte con eso de que nunca nada fue lo mismo, porque seguro donde estás ahora, el tiempo en si, no tiene sentido, es solo que me enseñaste a quererte de un modo y, sin embargo, tú, si lo hiciste alguna vez... ¿cómo habrá sido?

Texto agregado el 05-09-2006, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


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