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Escuchó la puerta de ese bar que se abría, pero al darse vuelta no encontró a nadie. El estaba parado en la esquina, esperando el colectivo que lo devolviera a su casa. Eran las cuatro y cuarto de la mañana, y la gente ya no estaba en las calles, el bar estaba vacío.
Esperaba en la parada apoyado contra un poste de luz. Noto entonces que un aroma a alcohol y a fermentación, susurraba su nariz, se dio vuelta y un hombre, que rozaba la mitad de su vida, sin poder coordinar una frase completa, trato de preguntarle por un lugar: “sabe usted donde está el lugar rojo?”
No contestó, y se quedó pensando.
El hombrecito borracho insistió en preguntarle, estaba compungido, le urgía una respuesta. “Necesito volver ahí...” decía, mientras que se alejaba, arrastrando su paso en el suelo desparejo, que le provocaba algunos tropezones.
Un bocinazo hizo que dejara de mirar el recorrido de este hombre, y al volver la vista atrás, él ya no estaba, y el bar ya había cerrado.
Tomó el colectivo algo atónito. Tenía la sensación de haber hablado cara a cara con un pedazo de viento, que paraba donde quería, y volvía y se iba, tan rápido.
Se quedó pensando qué era ese lugar rojo, era obvio que ese hombre estaba confundido, y necesitaba encontrar un lugar, que quizá era su casa, y que tenía las paredes rojas, o de ladrillo a la vista. O quizá el auto, su mismo auto era rojo y el necesitaba volver ahí, pensaba. Pero no, todo eso no era posible, era un vagabundo, se le notaba en los ojos y en su ropa. Su lugar rojo estaba en ese bar quizá. Entonces decidió volver a buscar la respuesta para dársela al hombre borracho, y tal vez loco.
Tomó el mismo transporte que lo trajo a su casa, a la mañana siguiente, para volver al lugar. Entró al bar, y se sentó en una mesa, al costado de la puerta, mirando hacia el ventanal. Pidió un café doble y un tostado de jamón y queso; tomó un diario de la mesa vecina, y se puso a leer el suplemento de policiales. Mientras, observaba detenidamente cada rincón de ese bar, intentando encontrar la respuesta: el lugar rojo.
No halló nada, se tomó el café, terminó de leer el suplemento de policiales, y se dirigió al baño. Entró y el lugar apestaba. El olor nauseabundo: amoníaco, lavandina mezclada con orina, irritante, penetró en lo más hondo de su ser. Atinó a vomitar, pero se contuvo. El baño tenía cuatro compartimentos y cuatro mingitorios. Se miró en el espejo, se lavó las manos, la cara, se la secó con unos papeles absorbentes, y miró otra vez el espejo. Uno de los compartimentos tenía la pared, por encima del habitáculo, manchada de rojo, como salpicaduras. El abrió lentamente la puerta, y le costó creer lo que estaba viendo. Es el día de hoy que todavía no puede superar la idea de haber visto a ese hombre, el borrachín loco, muerto de un tiro en la cabeza. Las paredes del lugar impregnadas de rojo, el olor a muerte, el frío, la humedad, y el amoniaco, como letales símbolos de un bar que jamás volvió a pisar.

Texto agregado el 05-09-2006, y leído por 122 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-09-2006 mmm, esta buena la historia pero me pareció un tanto tirado de los pelos que el tipo vuelva al bar a buscar ahi la rta , se que al comienzo del relato sintio abrirse una puerta, pero no se , no me cerró mucho eso... despues es interesante, y cierra bien, no habras sido vos el que esperaba el bondi, no? je je je, besos y mis +++ ya que me gustó. anag
 
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