Se acomodó suavemente entre mis pechos, lo note tibio, ingenuo. No me arremetió como sus amigos con el desenfreno y el imperio de su urgencia. Me miró como pidiendo permiso y se quedo quieto, tierno, obediente.
Yo me mecí despacito y lo fuí guiando: Primero una mano en mi cadera, haciéndole sentir la sensualidad de mis armas, luego sus labios entre los míos, y eso que no acostumbro a besar cuando estoy trabajando, por fin lo palpé despacito, por allí donde sabía que se estaba haciendo hombre.
Respondió a mis caricias con vigor y timidez. Yo que soy ducha en estas artes me enternecí hasta el infinito. Entonces lo premié y acomode mi exhuberancia entre sus labios, bebió de mis senos hasta el cansancio como quien es un experto en las lides del amor.
Mientras se acomodaba sobre mí se le escapo una sonrisa y un gemido, entonces reaccioné contraria al protocolo, como una adolescente que se deja por primera vez y me entregué a su frenesí. Estuvimos aprendiéndonos mucho tiempo, tanto que mis compañeras tuvieron que golpear para recordarme otros turnos, otras turgencias, otros perfumes.
Nos despedimos con un beso, él porque no sabía nada de putas, yo porque me había olvidado de cual es mi lugar.
Los billetes sin embargo quedaron en la mesa y a mi que he transitado cuarenta primaveras y recorrido una lista interminable de cuerpos afiebrados, a mí que ya nada me provoca, me dieron ganas de llorar.
|