De lo salvaje, de lo salvaje, de lo salvaje te nutres como el acople de un micrófono. Te pones a llorar en las noches en un sí bemol repetido. Estás frágil y lejos, estás tan de vidrio cuando mueres.

No quiero que me leas como si te estuviera escribiendo yo. Yo no valgo nada ni importo. Nadie al final. Por eso somos tan buenos, es como pena congelada blanca negra en el paladar sin cuerdas. Platillos o pieles que se fugan, desdoblamientos, sangres tensas, nerviosas, sangres que mascan pasto y barro, descendiendo en trinos hermanos, mellizos, lilas, envejecidos, con los ojos recalcitrantes como un monte de palitos de fósforo. Estás sostenida en un hilillo azul hielo que te atraviesa la garganta haciéndote doler, te levantas y sollozas destruida, encarnando la vida en moléculas invisibles, traspasando todos tus desvelos en humo de cigarro que baja en espirales.

Mira como me desarmo como si fuera un gemido. Yo no digo nada, me amargo no más, pero me amargo sin pena ni gloria, me amargo con tizas que no son de colores sino de lodo. Como si yo mismo fuera el polvo, como si detrás de los muebles se encontraran todos los pergaminos de Judas y los demonios. Como si yo ya me hubiera trastornado y no supiera decir ninguna cosa sensata.

Pasa que me voy, que me voy, pasa que no entro a las partes, pasa que no escribo, pasa que echo de menos hasta con lágrimas y no digo nada, no busco nada, a nadie, me escondo, me dejo arrastrar por la corriente del río que no se acaba sino en el mar sin agua. Pasa que no pasa la vida por la garganta, que no caben los recuerdos en el corazón, que todas las cosas fueran de papel mantequilla, que se perdiera la brújula y el puto bosque fuera invisible en claridad.

Pasa que el avance es retroceso, que pensando inventas fraudes, que las luces amarillas llegan muertas apenas tocan el suelo o las ramas de los árboles pelados. Pasa que la voz se vuelve idiota en el momento que pierde la dignidad frente al silencio, que el ejercicio de caminar la misma ruta envilece los nervios, mata las neuronas, aturde el hígado, viola los pulmones. Pareciera tan difícil escaparse desde los sesos al paraíso. Pareciera que en esencia el sueño ya ni existe, que las colonias no tienen aromas, que al café le falta azúcar, que los relojes despiertan más temprano, que los gallos están mudos, que el cemento es el lecho para los adoloridos, que las almas fueran los rezongos de alguna degenerada, cáustica, decadente, deprimente, acongojante y execrable fausta vida que masturba al corazón para satisfacerle ante sus súplicas, ante la petición sincero blanca de que el aire sea aire y no un sucedáneo.