Hay una cuestión clara que hablamos o no, eso no es importante.
Hay una cuestión oscura, repetitiva y desoladora, que definitivamente no vale la pena.
Después estás tú, con las ojeras por dentro y las vísceras agarradas por un anzuelo que te tiró no sé quien en no sé donde. Hay que aceptar los hechos. Hay que aceptar que te desangrarás por dentro y morirás luego escupiendo los coagulos.
Ahora te diría que escucharas Com, de Mono, pero no sé si la tengas, quizás sí, quizás no, depende de tantas cosas que no me da la cabeza para enumerarlas. Casi como con el resto de la vida. Te diría que la escucharas o pusieras en un equipo de música o tararearas mientras yo me tiro de espaldas en el suelo de madera. Tú, después, te acercas pero no me tocas. Te quedas a cinco milímetros de mi cabeza para dejarme ver el aire que sale de tu nariz y tu boca y tus ojos e intentar traducir todos los enredos de la puta madre que hay entre nosotros y el resto del mundo. No digas nada. Piensa todo lo que quieras. Piensa cosas pornográficas o new age, imagínate bosques o prostitutas ancianas muriendo de sífilis en una cama rancia. Para efectos del caso, es lo mismo.ççççççççççççççççç
Dejamos que todo baje. La pulsión, la presión sanguínea, el nerviosismo y la apatía. Dejamos que la rebeldía se desvanezca en colapso neuronal, en moribundez del alma o explosiones de guitarras eléctricas envilecidas por múltiples violaciones mercadotécnicas. Dejamos que todo se vaya calmando, que el océano se seque, que Ghandi resucite, que las baterías suenen como tarros o piedras pateadas en la calle, que las ganas de hacer el amor sean incontenibles.
En el último suspiro te pones a gritar con la garganta exigida al límite. Yo me arrincono y miro las tablas peladas llenas de vigas y adelantos de tiempo, de nubes, de cosas asquerosas que nos van a pasar y nos pasaron al lado de todas las bonitas. Gritas tanto que parece que tu grito y la música fueran una sola cosa, un puro orgasmo fatal, homicida, parricida, en el cual liberar con pura pasión todo el ruin colgajo musgoso que la frustración nos ha pegado. Gritas como enajenada, como la séptima encarnación del demonio en la tierra, como si fueras Buda enculado por Michael Jackson o Benedicto dándole al tambor en Nepal. Joder, joder, sudas y gritas, te mancomunas y te vuelves sustancia volatil, espesa, te me metes por los poros en una compenetración absurda y dramáticamente hermosa.
No hay colapso entre nosotros. Es una cadena negra y blanca que nos une de tripa a tripa como sincera manifestación de amor. Como un bombo tocado sin reverberancia cuando todos los hijos de puta apagan los televisores y las radios y se sientan en los balcones de sus casas, o se asoman por las ventanas sin cortinas, a escuchar el zumbido hiperquinético que tiene el aire con smog. |