Cursaba yo mis 17 años y me encontraba en un campamento muy cerca de la cordillera. Para cuidarnos de los supuestos ladrones, decidimos hacer guardias durante la noche, eran las 03:00 de la mañana cuando Francisco me despierta moviéndome insistentemente pero con dulzura, como si no quisiera enojarme.
Sin ningún deseo de acompañarlo me levanto con frió y desgano manteniendo un silencio sacro, que obviamente aguaba todos sus planes de conquista, insistió tanto que fuéramos a la cima, que solo por matar el tiempo accedí.
Lentamente iniciamos el ascenso, entre matorrales y con un cielo acogedor lleno de estrellas. Él hablaba de sus cosas, yo a ratos bostezaba admirando el espectáculo astral, cuando una luz lejana comenzó a acercarse fulminantemente, cambiaba el rumbo y giraba como si se alejara, quede totalmente silenciada ante esa presencia y aplaudí cuando comenzó a alejarse, Francisco también conmovido se puso frente a mi y me dijo que era una señal. Sin habla no pude avisarle que la luz volvía agresivamente. Él quedo abatido en el suelo y yo totalmente encandilada, sentí que me trasladaba a un lugar diferente, mis ojos estaban cegados, en instantes percibía olores y sensaciones extrañas en mi cuerpo, ante la desesperación grite y mi voz fue silenciada con un aroma muy especial, desvanecí.
Los años han pasado, con Francisco nos casamos y tuvimos aquel hijo que supuestamente habíamos engendrado en la cima de la montaña. Ustedes saben que una mujer pude hacer creer al hombre lo que sea y puede además guardar el más terrible secreto en su ser. Sin querer soy parte de esto y es lo único que me salvará aquel día, del cual les aseguro, no falta mucho tiempo.
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