El apresurado viento mecía a los árboles de un modo desequilibrado y casi taciturno.
El árido panorama, esclarecido por el aldeano ocaso, estaba ya apunto de invertirse, pues muchos fragmentos de nubes grises asomaban en pueblecillo para fusionarse entre si. Del mismo modo, una pálida monotonía de añoranza serpenteaba por los céspedes amarillos de las callejuelas, y por las roídas arquitecturas de las moradas de tierra remota.
En una época posbélica, el país había dejar de lado la redención del angosto pueblecillo de Waywa, que pese a su reducida cifra demográfica, era un pueblo sereno y con mucho rebaño; pero era un pueblo bastante recóndito, por ello, la tecnología y la pedagogía se centralizaban en las principales ciudades. La gente sabía poco de revoluciones y filosofías marxistas. No obstante, a principios del año 1995, la ignorancia se invirtió a miedo, opresión y miseria, y hasta da miedo pronunciar a los autores de estos cambios, cuyas filosofías desquiciadas ejecutaban mucha violencia. Sin duda, aquel año seria inolvidable para los aldeanos que vivieron en carne propia aquel trence prolongado.
Los condenados, así se les llamaba a una tropa de rudos hombrecillos que vestían de negro. Estos, muy armados, presionaban a los aldeanos a trabajar para ellos, y los que se oponían morían guillotinados ante la masa; a estas circunstancias, ya nadie pretendía resistirse.
Se trataba de un reducida tropa de imberbes sucios y huérfanos, se congregaban por las tardes en una nauseabunda madriguera que anteriormente se utilizaba de chiquero. Estos muchachos de apariencia trivial, intrigaban al pueblo con sus disimulados planes de evasión. Estos muchachitos, dirigidos por Pedro, que constituía parte importante de la escasa y desarmada tropa de imberbes rebeldes. Tomas era uno de los más rudos y siempre adquiría ideas nuevas para la revolución. José, no muy atento a la asamblea por su peculiar miedo al fracaso, dedicaba su tiempo a la poesía y de vez en cuando proporcionaba opiniones misericordiosas. Simón por su parte, manipulaba su conocimiento para crear armamentos por si las necesitaban. Todo parecía un juego de soldados y asesinos; pero, pedro siempre daba sus discursos sin balbucear y de un modo bastante serio.
__Mi padre logro salir de este lugar que esos cabrones se dieran cuenta; pero cuando torno por mi, lo asesinaron. Antes de morir me dijo, “no seas niña, no llores, busca un modo de salir de aquí, estos soberbios condenados impiden tu huida, pero no tu inteligencia.” Esas fueron algunas palabras que mi padre logro decirme antes de ser asesinado,_dijo pedro de un modo muy valiente, mientras los restos se mecían con el trasero.
Una fría tarde de otoño, mientras la insuficiente tropa se instalaba en la madriguera. Sonó los tres campanazos lastimeros, anunciando una escena suicida.
Al escuchar el rígido sonido inesperado, los pobladores eran obligados a una congregación en la plazoleta del pueblo. Los niños corrían desequilibrados. Los ancianos se ocultaban en los graneros. Las ovejas se dispersaban esquivando a sus pastores, las gallinas evadían sus jaulas. Los perros maullaban en coral y transmitían melancolía a todos. Todo se volvió caos bajo el eco de la campana.
En una situación desesperada, la tropa silenció. Desde la colina más alta se lograba ver la dramática escena, los chiquillos muy perplejos espectaban mientras buscaban una solución para evitar la trágica escena que se suscitaría en breves minutos. __Que hacemos, __dijo José, el poeta. Ninguno replicó. Después de unos segundos, Tomas sugirió rudamente una oposición o un ataque trasero. Simón prefirió asistir disimuladamente; sin advertir sospechas. Pedro recopilo las ideas y sustrajo de su bolsillo una harapienta tela rojiza de percal, y dijo: “tengo 16 años, soy el mayor de todos ustedes. Desde que cumplí los trece, dedicaba mi tiempo buscando aliados rebeldes, incluso le solicité a mi tío y a algunos hombres con mucho mas de experiencia; pero se burlaron de mi. No me rendí, seguí buscando, y vi a tres niños que jugaban a la guerrilla, muy valientes y con una estrategia impresionante, y pensé que eran los adecuados; eran ustedes. Por eso, dividiré esta tela y cada uno de nosotros se quedara con un fragmento, y lo guardaran como recuerdo. Bajaremos todos y espectaremos con cuidado”
Cuando los cuatro imberbes se aventuraron valientemente hacia la plazoleta, percibieron en el crepúsculo una sensación final. Marchaban sin miedo, con sus recónditos armamentos.
Una inmensa muchedumbre cubría la plazoleta. Los niños buscaban un vació para dirigirse a primer fila. Las doncellas preferían reservarse en la parte posterior. Las madres silenciaban muy desesperadas a sus bebes. Algunos ancianos murmuraban cobardes. No faltaba algún joven rebelde que exhibía su camisón del Che Guevara. Pero solo murmuraban, pues nadie tenía el coraje de dirigirse personalmente hacia los terroristas.
Se escucho una trágica balacera que despertó una curiosidad muy nostálgica, la tropa buscaba estar en primera fila. Cuando muy furiosos surgieron de la muchedumbre, se adaptaron en un miedo casi prolongado. La brisa soplaba veloz, el silencio espantaba y nadie quería ser el siguiente asesinado.
Se trataba de un tipo escuálido que hacía lo mismo que Pedro, un rebelde fracasado que nunca quiso unirse al grupo. Este suplicaba piedad mientras se hallaba interrogado por los terroristas, juraba no ser rebelde y respetar la opresión. El tipo, para salvar su vida dijo: “son ellos, los chiquillos que están a la izquierda”, y señalo a pedro y su insignificante tropa.
Mientras los restos silenciaban y los terroristas reían a carcajadas, la tropa entro en un estado de pánico, unas lágrimas emanaban de los ojos del poeta. Simón intento escapar, pero la estrujada masa posterior se lo impidió. Tomas se acobardo e improviso una escena normal. Pedro por su parte, pensó que era el final.
Unos minutos después, los imberbes rebeldes yacían agonizando. Con una voz pálida, Pedro articulo: “cobardes, ahora soy libre”
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