UNAS PIEDRAS REDONDAS
Siempre llegas igual, con las manos vacías y una sonrisa mal dibujada en el rostro. Reviso tu bolso de viaje, solamente encuentro sorpresas, como siempre y me arrepiento otra vez de tener las manos grandes y los dedos ligeros.
Cuando te ibas por dos o tres meses era diferente, porque te extrañaba mucho, soñaba con tu regreso, cuando llegabas cansado y triste, no preguntaba, solo quería sentirte cerca y oler tu pelo salado. Besarte despacio la cara y tocar apenas tu piel con la punta de mi lengua para saber más de ti. No me importaban los porques ni los cuandos, como me importan ahora.
Es como subir una rampa arrastrando un cajón gigante lleno de tus carcajadas y burlas, que cuando llego a la cima debo abrir y temo hacerlo. Invento excusas y espero, hago tiempo, ensayo minutos nuevos y así paso el día mientras tu duermes y el cajón no se abre. Me siento en el blanco sofá de la sala nueva, arrimo la cabeza despacio para no golpearme contra la ventana abierta, subo los pies sobre la mesita ratona llena de recuerdos, velas gastadas y velas nuevas. Observo las medias grises rellenas con mis pies, nunca me gustaron, pero a ti sí. Al menos eso decías. Me levanto de mi placentero refugio, enciendo un incienso de pachulí y busco un CD de acuerdo al momento, escojo algo sui géneris, destapo el vino que te esperaba y vuelvo a soñar contigo. La canción me enamora aunque no fuera rubia y descalza, ni mis médanos fueran eternos, ni mis ojos un cielo transparente. Pero sigo atando cordones rosa, tejiendo ganchillo para ensartar una nube con otra y así llegar saltando de una en una hasta tus sueños, tratar de entrar sin que te des cuenta, quedarme a vivir en ellos para que no me apartes de ti cuando duermas.
Cuando nos despedíamos, al abrazarme, me apretabas contra tu cuerpo, me mimabas un poquito, acariciabas mi pelo despeinado, aun dormido, madrugado. Tu ropa olía a recién planchada, el resto muy bien doblado y cuidado descansaba en el bolso listo para partir, junto al desodorante, la afeitadora, cepillo, un libro y mi foto en el portarretrato azul. Siempre iba contigo a todos tus viajes. Preparaba tu bolso la noche anterior y revisaba en el baño que no se te olvidara nada. El cepillo de dientes se quedaba junto al mío para acompañarlo hasta tu próxima vuelta. La noche anterior a tu partida no dormía cuidando tu sueño, esperando la hora acordada para despertarte con amor y piel. Calculaba el tiempo que nos llevaría hacer el amor, tomar un café en la cama aun caliente, bañarte, llamar un taxi, en la espera decirte que te amaba y que te iba a extrañar como una loca, que te cuides, que tomes tus vitaminas, que te abrigues y no comas mucha grasa. Tú sonreías y me decías que parecía tu mamá. Me abrazabas y lloraba hacia adentro mientras cincelaba una artificial sonrisa para que llevaras contigo mi rostro feliz.
El pito del taxi me arrebataba bruscamente de mi ensueño, me decías: “me voy”, como si no supiera, y me separabas de tu pecho palpitante y desesperado por cumplir. Me pedías que me cuide y que me divierta, pero no entendía el mensaje. Un beso corto, con los ojos abiertos mirando al taxista y medio cuerpo dentro del auto. El nudo en la garganta dolía y tenía sabor.
Por primera vez me fijo en una arruga que te ha salido en la frente, justo en el centro, me dan ganas de tocarte, pero no quiero que despiertes aun. Así dormido te amo más, callado, solo mío.
Ya vendrán las batallas más tarde, en el almuerzo muy frío o muy caliente, en los cuellos mal planchados, en las flores muertas, en el piso que ya no brilla como antes y en la refrigeradora que suena como un avión despegando. Trato de halar el cajón hacia arriba, pero si me detengo, regreso unos cuantos metros y me canso más. El café se enfrió y olvidé tomarlo, lo meto un minuto al microondas y el minuto es un segundo, y empieza a pitar que ya está listo, me apresuro y no alcanzo a llegar. Te has despertado y en esta casa no se puede ni descansar, no hay respeto por el sueño ajeno, nadie me entiende, mejor me largo. Y te largas otra vez. Por eso quería que durmieras, para tenerte a mi lado, amándome en sueños, callado, sencillo, dulce como antes. Ese antes que en mi letargo es infinito y lo mantengo vivo para no perderte, para que no te vayas aunque te vas.
En la playa hay unas piedras redondas, pienso, cómo habrán llegado allí.
1 de agosto 2004
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