Esa distancia humana
tan pequeña y tan fugaz.
Aquella distancia tan corta,
que separa la vida de las decisiones
nuestra realidad de las emociones,
tu silueta lejana y marchita
con mis silencios torpes y enardecidos.
El vaivén de mis pupilas
junto a la sensación y los temores.
Aquella preciosa aventura de construir,
aquella inocente licencia otorgada
sin excusas, sin temores.

Escucha el silbido del viento
que lejano pasa por esa distancia…
escucha el grito de sus emociones
que intenso y piadoso nos transporta por un momento,
nos quita la realidad un par de segundos
y nos permite ver mas allá,
unir esa distancia…

Escucha la infinidad de ese acantilado
que espera ser acabado,
cuyas razones siguen excavando
como una pala furiosa,
sacando y sacando,
aumentando la oscuridad,
acabando con un sueño.
Aquella flor marchita
que el agua de la vida pretendía,
esa delicadeza y sobriedad
queriendo volar libre en demasía
anhelando sentir pura una verdad
sin la mordaza en su cuello
sin el tedioso pasado que volvía y volvía.

Esa distancia
cuyos motivos no merecen,
sin sentido y liquidando con creces
ayudando a los humanos a morir
y a sus pequeñeces consentir
que las oportunidades no valen la pena
y las verdades solo quitan con el tiempo
que inversamente deciden
el bienestar irreal de un alma ingobernable
que cada dia se rebela más y más
esperando volver a caer
no con la frialdad de esa distancia,
sino con la calidez de un rostro
que en una de esas vueltas de la vida
y sin mediar pretensiones
intentó volver a existir…