La actuación había salido preciosa. Alicia, mi hija, se había lucido ejecutando sus lecciones de piano junto al pequeño violinista que la acompañaba a dúo. La sincronización era perfecta. Me recordó a ese amor de pequeña; el que hacía que mis momentos volaran junto al alma. Todas las tardes nos veíamos en el conservatorio entre solfeos y lecciones de armonía; él, con su violín; yo, ante mi piano. Luego, la plazoleta del teatro se extendía para nosotros dos entre juegos y risas. Aunque no compartíamos clases, esperábamos la salida para vernos. Desde el principio lo noté interesado, mientras temeroso, me arrojaba flores en medio de monosílabos furtivos. Sólo hubo miradas, lo demás fue todo imaginario. Luego el tiempo nos dispersó en otras aulas y otras calles, para no vernos nunca más...
Fue cuando volví a ver a mi hija ante esos palpitares con su acompañante. Quizás en un futuro, ella también lo vuelva a recordar enamorada...

Para vos; Luis, donde quiera que estés...

Ana Cecilia. ©