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Era un cuarto pequeño, de pisos sin baldosas, paredes sin revocar, en un rincón de San Lorenzo. No había muchas casas lindas por ahí, no había muchas casas por ahí. En esta, apenas cabían tres camas y un moisés de mimbre. Una para mi tía y mi tío, el moisés para mi primita de apenas una semana de vida; para mi hermana y para mí las otras dos. Llovía esa tarde, la radio, que estaba en una silla, esparcía una música que ya no recuerdo, que se fundía con los ladridos del perro, tampoco recuerdo la hora, aún no era de noche, pero en estos lugares, la hora no es tan importante, todos estábamos ya acostados; acostumbrándonos al horario de la recién nacida.

La cálida humedad de los días de invierno no ayuda mucho a dormir, yo daba vueltas en la cama; esperando.

Todas las camas rechinaban a su propio ritmo, despareja y cadenciosa sinfonía, el perro, la lluvia sobre el techo de zinc, las camas, la radio, el viento entre los árboles; la respiración de los cuerpos en el cuarto.

Yo seguía esperando.

Separo mi tío su brazo, y su cuerpo, de la hermana de mi mamá, mamá a la cual nunca conocí; ni en fotografías. Se aparto de ella, de su esposa, condenada a cuarenta días de abstinencia sexual; poso uno a uno sus pies en la húmeda arcilla roja del suelo y el agudo rechinar que produjo la cama al levantarse completamente pareció detener aquella silenciosa sinfonía por completo. Camino despacio el pequeño trayecto hasta nosotras, se detuvo en medio de las camas; nos contemplaba el sueño y llegaba hasta nosotras su olor a vino

Esta vez me toco a mi.

La hermana, de mí nunca conocida madre, observaba los pasos del padre de su recién nacida hija, con los ojos entreabiertos y la cabeza semi-hundida en la almohada.

En estos lugares no importa el horario, el sol se disipa entre los matorrales.

Se sentó en mi cama, empezó a acariciarme la espalda, luego fue bajando sus caricias, yo dormía, mirando la pared, no lo veía y de lo que ocurría nada sabía, era la mejor de las actitudes. Fue bajando las caricias, bajando hacia mis nalgas sus caricias. Mi hermana, cuya cama tenia frente a la mía, dormía, con sus entreabiertos ojos, volteaba la cabeza, ella no sabía nada, estaba dormida, era la mejor actitud a tomar en estos casos.

En la tarde o noche de mi barrio sin vecinos, llovía, el perro afuera ladraba, la radio sonaba, yo de esto nada sabía, ni que mi tío estaba sentado al borde de mi cama, acomodándose y acomodándome, nada sabía, estaba dormida y soñaba, soñaba algo que no recuerdo porque las caricias nublaban mi mente, y hacían explotar burbujas en mi piel.

Empezó a frotarme dura y pausadamente las nalgas, bajando de vez en cuando a los muslos y las pantorrillas, regresando siempre a las nalgas y la entrepierna. En uno de esos deslices de su mano - de los muslos a la pantorrilla - lo acompaño mi bombacha y la hizo viajar, desde mis muslos hasta los tobillos tres o cuatro veces, como si estuviera bailando, con ritmo y suavidad, luego cayo al piso, yo estaba dormida, y por supuesto, de la danza de mi bombacha a lo largo de mis piernas nada supe, serían las seis o siete de la tarde, pero en estos lugares sin vecinos, la hora no importa mucho, se cierra la única puerta, del único cuarto, de la casa sin piso y el sol ya no molesta.

Desabrochando la blusa que utilizaba para dormir sin ninguna dificultad, con maestría casi, como sí se desabrochara sola, empezó a acariciar mi espalda, que se la mostró desnuda, con una mezcla de besos y mordiscos, saliva y vino.

La radio mezclaba su mala calidad de audio con el húmedo aire del cuarto sin ventilar, el espeso olor de la tierra roja mojada se evaporaba en las tibias manos de mi tío acariciándome el muslo. No recuerdo que música, no recuerdo que hora, mi piel no escucha, no lee el reloj, lo único que en ese momento estaba despierta en mí era mi piel, yo, era pura piel, y era más piel donde las tibias y grandes manos de mi tío me tocaban, lo único que mi memoria guardo fue que a mi piel - yo era toda piel - para nada disgusto esa táctil sensación, tibia, pecaminosamente táctil sensación, acariciándome los muslos, como antes nadie los había acariciado, no es, que nunca haya sido tocada, pero, los otros eran niños, que apenas empezaban a deletrear el idioma en el que mi tío escribía las más sublimes poesías, apenas empezaban a conocer las letras, con las cuales mi tío escribía odas en mi piel.

Aunque estaba Marcos, mi pobre y tontito Marcos, que escribió ya dos o tres versos para mí, en mi piel y en papel, pero en este momento, no quería acordarme de él, yo, escúchame por favor Marcos, no estoy haciendo nada, solo estoy durmiendo, no es mi culpa que me guste como me gusta, si me acuerdo de él me siento culpable, mejor es que lo olvide, que no lo vea, hablare con él, yo no hago nada, pero cuando veo a Marcos, me siento culpable de que me guste lo que en realidad no me gusta, sensación contradictoria en mi alma, me gusta cuando me toca, mas, no me gusta que me toque, rodeada de ojos que dicen no ver, pero sus miradas, no quisiera que vieran lo que ocurre, no quisiera que ocurra lo que ocurre, pero no seria igual si no estuviésemos en la misma pieza y no seria igual si no ocurriese lo que no quiero, yo, estoy dormida, de lo que pasa nada sé, no es mi culpa y sin embargo a Marcos no lo puedo ver.


Mientras mi tío se acomodaba más a su placer y ciertamente al mío, entre mis piernas y el vetusto colchón, exhalando olor a vino sobre mi nuca, entre mi delirio y mi repugnancia, mi piel se erizaba y mis pezones se endurecían como nunca, apretaba mis labios y mis manos sudaban, se entreabrían y cerraban y sudaban, no dejaba de ver a mi hermana girar la cabeza hacia la pared, a mi tía acurrucarse entre sus sabanas, y a mi primita, tan linda; parecía estar en otra habitación. Yo las veía a las tres, me asqueaba pero no podía dejar de gozar el placer que el tibio toque de mi tío me procuraba. No podía asquearme más su olor a vino, no podía excitarme más su olor a vino, no podía dejar de excitarme con las caricias que mi tío me proporcionaba y ya no con sus virtuosas mano.

Era para mí, profundamente confuso lo que sentía, quería por un lado gritarles:
- ¡Malditas! ¿Porqué no me ayudan? ¡No se hagan las dormidas, yo sé perfectamente que están despiertas! ¡Ayúdenme por favor!
Y por otro, susurrar al oído de mi tío:
- Por favor, has menos ruido, para no despertarla, que no se enteren de lo que esta pasando.

Quería, saltar de la cama y gritar, bañarme para quitar de mi cuerpo tanta asquerosidad, pero también quería, mantenerme inmóvil, para que mañana, todo me haya parecido un sueño y así yo, yo misma, no me hubiera enterado del magnifico y repetible pecado que mi tío y solo él, porque yo me mantuve inmóvil, yo no tuve culpa, había cometido conmigo, y solo conmigo, y no lo cometería con nadie más, pues yo no se lo permitiría, total, estaba dormida y en mis sueños mando yo y yo no le permitiría tocar a otra. ni siquiera a mi tía, al final ¿quién pone los limites entre el sueño y la somnolencia? y más en estos lugares, donde los vecinos están tan lejos y la ley la dicta el miembro más fuerte de la familia. éramos una familia.

Los sueños, si no se cuentan, nadie los sabe.

El día amaneció nublado, al menos así lo recuerdo, pero tras las nubes siempre hay un día perfecto, celeste el cielo, sin nubes, blanco el sol. Pero bajo ellas estaba yo, gris en la cama, no quería levantarme, no quería despertar, obligando a mis párpados no abrirse, a mis oídos no escuchar el murmullo de la mañana, no quería oler el azúcar derretirse con la yerba para el cocido, no quería ver a mi hermana secar sus pies para ponerse las medias, ni mirarme al espejo. Yo estaba gris y quería permanecer dormida. Me levante de un salto y fui a prepararme para el colegio.

Texto agregado el 02-09-2006, y leído por 1945 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
11-07-2007 me gusta tu forma de narrar. muy bueno. Gourmet
05-07-2007 Me gusto muchisimo tu cuento, el tema es muy complicado, pero tu lo hiciste ver de una manera impresionante,me hiciste sentir lo que la protagonista, me atrapaste con la trama y tu redaccion, wow, enserio, wow... felicidades, ***** losergirl
02-07-2007 La inocencia de una niña que se debate entre lo que sabe que está mal pero al mismo tiempo siente el placer de la carne, la lleva a divagar por dudas y sentimientos entredichos. Buena narración, reflejo de muchos abusos que se comenten pero con el atrevimiento de de convertirse en primera persona y darse la libertad de colocarse en posición de la abusada, nada usual lo que hace del cuento algo muy especial. mojada
23-06-2007 Wow! qué fuerte y sin embargo como dice Mirache, está muy bien tratado, la violación como un golpe entre culpa y no culpa, qué fuerte... ufffff.... no dejo la rabia aún, me gusta mucho la narración porque pinta la escena de una manera formidable y sin lograr lastimar, me lo llevo ***** Sarcastica
28-04-2007 me encantó,,,es genial lamanera en que tratas este tema MIRACHE
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