¿Existe alguna especie tan egoísta como el ser humano? No lo creo. De alguna manera todo lo que hacemos es por nuestro bienestar. Si escarbásemos en lo más profundo de nuestro retorcido corazón, veríamos que cada acción que realizamos, cada decisión que tomamos es meramente egoísmo, y que el móvil que nos lleva a realizar esas buenas acciones es una especie de inconsciente lavado y perfumado de conciencia.
Volvamos el tiempo atrás dentro de nuestros pensamientos y recordemos el momento en que tan bondadosamente le dimos esa moneda al sucio y triste niño que mendigaba por un poco de vida y reflexionemos,¿el niño fue más feliz ese día? ¿Solucionó acaso al menos un poco de su problema, fue menos excluido por la sociedad?, ¿ Al tener esa moneda en su bolsillo la gente lo miraba con menos lastima que tristes días anteriores?. No, claro que no. Sin embargo nosotros seguimos felices nuestro viaje, orgullosos de nuestra caritativa alma, con la frente en alto porque la gente fue testigo de nuestro acto de piedad y así continuamos, con nuestra conciencia totalmente limpia y perfumada. Hasta tengo mi propia teoría sobre Jesús: por haber nacido humano, hizo ese gran sacrificio de morir para salvarnos, solo por quedar bien ante los ojos de su padre, y que este, mire orgulloso a su maravilloso hijo el redentor.
Podrán estar de acuerdo o no, pero si no lo están, yo creo que tienen los ojos bien abiertos, solo que no quieren ver. Exactamente igual que yo, antes los sucesos que voy a relatar…
Era el primer día de un frío otoño. La tranquila estación había llegado trayendo a cuesta un gran bolso con sus pertenencias, las cuales había desparramado por todo el pueblo: fríos vientos otoñales, hojas secas revoloteando y crujiendo al quebrarse a nuestro paso y días más cortos. Recuerdo perfectamente el momento en que le preste atención por primera vez. El profesor eligió los grupos de trabajo de tan solo dos personas, y a mi me había tocado con Adela. Adela… su nombre era casi tan feo como su cara. Maldije a mi suerte tanto como al profesor por haberme agrupado con esa cosa.
Aunque no quería ni siquiera imaginar su horrible sonrisa, Adela se había vuelto un problema en mi tranquila vida. Si no quería desaprobar la materia, debía hacer el trabajo; si iba a hacer el trabajo, tenía que juntarme con ella; si me iba a juntar con ella, debería hacerlo en algún lugar; si me juntaba en un sitio público la gente me vería con “eso” y estaba seguro que moriría de vergüenza; si iba a mi casa mi padre me propinaría una gran paliza por manchar el buen nombre de nuestro linaje, llevando una chica tan fea al seno de nuestro hogar; así que siguiendo la cadena de problemas, llegue a la solución de que el único lugar en el cual podríamos reunirnos sin que mi reputación corriese peligro era su casa. Ella obviamente acepto gustosa, yo sabía que lo haría, porque era un orgullo para una chica como ella llevar a alguien como yo a su casa. Después de presentarme a su madre –la cual por cierto estaba gravemente enferma- comenzamos con el trabajo.
Los primeros días se convirtieron en un martirio a causa de las cargadas de mis amigos, la vergüenza que sentía al ir a su casa, pero tenía muy a mi favor que al no tratar de enamorarla –de hecho ni siquiera podía mirarla a la cara debido a su fealdad- como con todas las chicas, solo nos dedicábamos al trabajo y nos estaba yendo muy bien.
Con el correr de los días comenzó a suceder algo muy extraño: a pesar del grave estado de salud de su madre, de la cual solo ella se hacía cargo, Adela siempre me recibía con una amistosa sonrisa dibujada en su horrible rostro, tratándome amablemente el cien por cien de los momentos que pasábamos juntos, y eso –aunque en ese momento se me hacía imposible aceptarlo- comenzaba a agradarme. De a poco ya no me disgustaba tanto el ir a su casa, aunque aun me avergonzaban muchísimo las cargadas de mis amigos. Con el correr de los días llegue a disfrutar cada segundo que pasaba con ella… hasta que me enamoré. Así de simple, no pude evitarlo. Un gran problema había golpeado las puertas de mi orgullo. ¿Cómo haría para estar con ella sin avergonzarme frente a mis padres y amigos?. Acaso era la mujer más fea del pueblo, pero la más hermosa en su interior. Era exactamente eso: una horrible larva con una hermosa mariposa por dentro. El problema era hacérselo ver al mundo. Por eso decidí olvidarla, hasta el día en que murió su madre, victima de su furiosa enfermedad, y ella quedo completamente sola, sin ningún familiar ni amigo que pudiese acompañarla en un momento tan difícil. Era la excusa perfecta –aunque en esos días no lo veía así, sino que lo escondía en un sucio rincón de mi conciencia- para estar con ella sin avergonzarme. Les explique a los míos, que lo que hacía era un acto de bondad, que Adela no tenía apoyo de parte de amigos ni familiares, y que en ese estado podría hacer cualquier cosa. Yo seria un mártir y aceptaría la pesada cruz de pasar un tiempo junto a ella , pues sabía que al estar enamorada de mí podría reconfortarla hasta sacarla de ese profundo y oscuro pozo de tristeza, y así comenzaría una nueva vida. Salí de mí casa ese día, observado como se observa a un santo; hasta creo haber visto escaparse algunas lagrimas de orgullo a los delineados y hermosos ojos de mi madre. Mientras me dirigía a su casa, la vi sentada en el banco de una plaza, sola, triste, con su cara inundad en una melancolía que solo ese rostro tan antiestético podía mostrar. Me acerqué lentamente mientras que mi corazón siguiendo su propio ritmo, se aceleraba a cada paso. Ella me amaba, yo la amaba, los míos la aceptaban, estaríamos juntos… todo encajaba prefecto como en un rompecabezas recién armado, y cuando la tuve enfrente, le declaré todo mi amor. Todavía recuerdo exactamente las palabras que utilizó: -“Lo siento. Sos un buen muchacho, pero no me gustas… creo que nunca podríamos tener nada juntos, gracias por tus palabras. Lo siento mucho”…- . Estaba totalmente atónito. Ahogado en un mar de vanidad y egoísmo no reparé en que ella podía no haberse enamorado de mí. Comencé a caminar sin saber lo que hacía, desconcertado, pensando como una mujer así podía haber rechazado a un hombre como yo…y mientras me alejaba y cruzaba la calle con mi mente totalmente perdida en vanidosos pensamientos, me arrollo un colectivo.
Hoy, un año después del accidente, estoy paralítico. Inmediatamente después que recobré la conciencia, Adela vino a verme y me dijo que me olvide lo que me había dicho, que en ese momento estaba muy confundida y que ella realmente me amaba. Estoy seguro que lo hizo por lastima, pero estoy más seguro aun, que lo hizo por sentir su conciencia limpia y perfumada. Una cadena de hechos egoístas me llevo donde estoy hoy, y mientras todos sienten lastima por mí, acentúan lo bondadosa que es Adela al estar con un lisiado que ya nunca volverá a caminar… ¿existe un una especie tan egoísta como el ser humano? No lo creo...esta frase ya nos hace egoístas, pero el alma del ser humano esta constituida de esta manera, y sería muy egoísta ante nuestro creador tratar de cambiarla.
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