La imagen que tenemos del Vampiro, siendo por su naturaleza nuestro depredador, esta envuelta de un aura bohemia, romántica y agradable. Todos queremos ser Louis, o que Lestat nos convierta en uno de ellos, ansiamos su libertad y su inmortalidad e imbuidos por su erotismo, fantaseamos en la cama. Los adoramos.
Esta percepción, influida por el cine y la literatura, se ha grabado en nuestro subconsciente, ejerciendo un influjo en las antípodas de su verdadera esencia. El poder de seducción de Stocker o Murnau, entre otros, es sorprendente, satisfactorio y solaz.
Todos sabemos, que los vampiros son personajes ficticios, inocuos. Pero si nos detenemos en la sensación que nos producen dos estadistas, Napoleón y Hitler, veremos que hay un gran abismo entre lo odioso que nos resulta el líder Nazi lo simpáticamente loco que se nos presenta el Corso. Estos últimos iconos, producto de la historia, cine y literatura, no dejan de ser, ambos, viles dictadores imperialistas.
Acercándonos a nuestros tiempos, e influidos por la televisión y el seudo periodismo, entre otros, nos aparecen personajes como Sadam o Bush, Chirac o hasta el mismo Papa. Los medios nunca son objetivos, y puede ser que el influjo de la semiótica no se corresponda con la verdadera naturaleza de algunos personajes.
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