Volvió a voltear el rostro para ver si el automóvil negro aun la seguía, a su parecer había desaparecido; respiró tranquila pensando en lo vaticinado por su horóscopo de esa mañana, el cual leyó como todos los días mientras tomaba apurada un café parada al lado de uno de los reposteros de la cocina, “Precaución, tormentos te seguirán pero tu buena intuición sabrá como esquivarlos”. Le sonrió al espejo retrovisor y acomodándose mejor en su asiento prosiguió con su andar hacia su trabajo.
La mañana laboral pasó como cualquier otra, una reunión aquí, llamadas a algún proveedor por allá y la hora del almuerzo acercándose. El teléfono sonó poco antes de la una de la tarde. Una voz alegre le saludó desde el otro lado de la línea: “Ingrata, ya ni te acuerdas, no me has escrito ningún e-mail desde que viajé, ¿qué ha sido de tu vida?, ¿sigues trabajando en el mismo lado?, ¿conseguiste marido? Jajaja... Ojalá que todo te este yendo bien. Acabo de llegar de Buenos Aires y tengo noticias, ¿qué te parece si nos juntamos para almorzar?¿Sí? ¡Perfecto! Te paso a recoger en unos quince minutos. Entonces te veo amiga, besitos... Bye”. La llamada era perfecta para desenfocar su mente del trabajo extenuante que le esperaba por el resto de la tarde y después de todo, no veía a Carla desde que viajó a Argentina seis meses atrás.
Cuando salió a la calle, el sol brillaba tenuemente pero sus rayos calentaban el pavimento y se sentía un bochorno en la calle. Los comienzos de noviembre pueden ser traicioneros con su clima errático, sol con viento helado o la atmósfera oscura y con nubes de lluvia pero a la vez con ráfagas de calor filtrándose por la espesa nubosidad. Lorena se colocó los anteojos oscuros y dio una ojeada a la calle poco concurrida, la presencia de una morena de vestido rosa y anteojos rojos le llamó la atención y pudo vislumbrar detrás de aquella apariencia de señorita recatada a su amiga perdida (solo seis meses) Se destrozaron en saludos y besos, en conversaciones efímeras a la puerta del edificio empresarial donde Lorena trabajaba y enrumbaron hacia algún restaurante de moda donde poder conversar.
Fue una tan buena sobremesa que Lorena llamó a la oficina para cancelar sus reuniones de la tarde y quedarse con su amiga conversando mientras disfrutaban de un café con vista al mar. Carla le contó sus vicisitudes en Argentina, del novio bonaerense que se había conseguido, de cómo le costó el que no se le pegara el dejo gaucho y de cómo se rompió el brazo tratando de esquiar en Bariloche. Lorena la escuchaba extasiada, viviendo cada aventura como si fuera la suya propia, y su mirada se perdió en el horizonte rojizo del océano que se extendía frente a ellas.
- ¿Qué te pasa? – Preguntó la recién llegada.
- No es nada... Es solo que me gustaría viajar algún día - Se sentía algo de tristeza en las palabras de Lorena -, espero poder hacerlo, pero por el trabajo ahora no puedo. Además en el horóscopo siempre me sale que...
- ¿Sigues creyendo esas tonterías del periódico? – Carla la interrumpió bruscamente, mientras observaba a su amiga asentir tímidamente con la cabeza, para luego agregar en un tono más confidencial – Sé de alguien que puede decirte lo que desees saber por un precio huevo. La conocí en Mar del Plata, es una brujita de primera y es bien amiga mía, hace dos semanas que se vino para acá a tentar suertes, porque decía que su destino no estaba en Argentina sino cerca de mí... ¿Puedes creerlo?
Carla rió y Lorena hizo un esbozo de sonrisa mientras nuevamente se hundía con el sol que ahora tornaba al cielo de un color purpúreo. Una mano le extendía una tarjeta con un teléfono garabateado rápidamente, la voz de Carla le decía que cuando llamara preguntara por Melissa y que dijera que era de parte de Carloncha (Así me conoce ella jajaja) Y viendo el reloj decidió dejar a su amiga sumida en sus pensamientos, asegurándole que la llamaría al día siguiente.
El escritorio de Lorena estaba atiborrado de papeles y carpetas por revisar, ella se balanceaba en su silla, haciéndola girar con el pie derecho mientras el izquierdo se encontraba sobre el asiento. Mordía un lapicero observando al mundo desde la ventana de su oficina, en el piso 14 del edificio empresarial. Era el cuarto día desde su encuentro con Carla, no la había vuelto a ver pero si a hablar con ella por teléfono y revisar unas cuantas cadenas tontas de ella en el e-mail. Su vista se posó en la tarjeta y en el teléfono garabateado en tinta roja. Cerró la puerta con llave para no ser importunada y marcó. Una voz pasiva pero joven le contestó, pensó en colgar y romper la tarjeta pero algo en ella le impidió hacerlo, con voz temblorosa preguntó por Melissa y esta asintió al llamado, haciéndole de su conocimiento que Carla ya le había puesto al corriente de ella. Lorena se quedó impresionada de lo poco recatada que podía ser su amiga y sonrió.
La cita se dio un jueves después del atardecer, Lorena había dejado todo ordenado y listo para el día siguiente en la oficina, salió sin mucho apuro y llegó a la hora pactada. Al ingresar al recinto donde Melissa trabajaba se imaginó algo muy distinto; imaginó un ambiente oscuro, con alguna luz rojiza, manteles y telas colgadas por todos lados y oliendo a cientos de varillas de incienso encendidas, pero el espectáculo era muy distinto: Una pequeña salita muy bien iluminada, un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, debajo del cual había dos varillas de incienso quemándose lentamente, una mesa y tres sillas, y en una de esas sillas, Melissa. También Melissa fue origen de muchas fantasías en Lorena, la creía una vieja narizona, con arrugas, vestida de muchos colores, con turbante y aretes y pulseras gigantescos, pero solo vio a una mujer de aproximadamente 30 años, cabello suelto hasta los hombros de color castaño y mirada profunda, vestida con unos jeans y una casaca de polar encima de una camiseta manga corta. “Las brujas de ahora no usamos escobas, sino aspiradoras... Modernízate”, le dijo a Lorena con una sonrisa que le hizo entrar en confianza. Hablaron un rato, acerca del trabajo, de la vida de Lorena, de su manía de no salir de casa sin leer el horóscopo del diario, de cómo muchas veces se le había cumplido lo que en él leía. Melissa le preguntó el porque de su visita y Lorena contestó que deseaba saber como le iba a ir en el futuro, si conocería a alguien por quien vivir, si su situación económica mejoraría, si viajaría, si... Melissa la cayó con un gesto de su mano y echó parte de una baraja de cartas españolas, previamente “cortadas” por la mano izquierda de Lorena, sobre la mesa. El rostro de la bruja cambió repetidas veces de la baraja extendida hasta el rostro de Lorena. Sacó de un cajón otro juego de cartas, el Tarot de Marsella le hizo tener la misma reacción, así como el I Ching, la Cábala y otros juegos más que a Lorena le resultaban uno más extraño que el anterior.
Lorena salió a la calle después de la sesión en la que no recibió ninguna palabra de la bruja recomendada por su amiga, tan solo un sobre cerrado que le entregó con la consigna de que lo abriera solo cuando llegase a su casa. Se dirigió a su auto aparcado cruzando la avenida, caminaba absorta en el sobre que llevaba en las manos y en el mensaje que habría dentro, resistió la tentación de abrirlo en medio de la calle y un destello la hizo reaccionar. Su cuerpo voló seis metros desde su posición al sentir el choque de la camioneta que la embistió rompiéndole la columna y matándola instantáneamente; muchos curiosos se concentraron alrededor del cuerpo inerte hasta que llegaron las autoridades.
Carla fue la primera en llegar a la morgue para reconocer el cuerpo. Le devolvieron las pertenencias con que contaba Lorena al momento del accidente. Una cartera con su billetera y sus documentos, algunos objetos de cuidado personal más un pequeño espejo roto, una fotografía de ellas dos cuando tenían 16 años y el sobre cerrado aun. Carla no resistió la tentación y abrió el sobre en donde encontró una frase escrita con la misma tinta con que fue garabateado el número de Melissa, llevó sus manos a la boca y se desplomó en el suelo llorando. El papel cayó al piso, mostrando en tinta roja la frase que decía: “Lo siento... No tienes futuro”. |