“Alta cuna y baja cama”, susurró la doncella de mayor edad. Otra criada más joven , inexperta en este tipo de queaceres, la miró aterrada ante la frialdad de su comentario, pero bajó su cabeza de niña, porque sabía que no podía hacer otra cosa. Al fin y al cabo su señora había cometido un acto atroz y a pesar de que hasta hacía bien poco fue su compañera de juegos en el jardín trasero del castillo, merecía ser castigada por su horrible ofensa, no solo a su prometido sino también a su familia.
Observó como se cerraba chirriante la puerta de la celda y un enorme sentimiento de culpabilidad, que la acechaba hacía ya demasiado, la golpeó recordando las palabras de su ama, apenas unas semanas antes: “ Le amo, es lo único que sé, y si tengo que escapar al fin del mundo con él, lo haré. Esta noche me entregaré a él para demostrarle mi amor y mi lealtad”.
No sabía cuantas lágrimas derramaría por ser fiel a sus pueriles sentimientos.
Después de esa noche, se acabó el mundo para ella. Ya no había recados de las doncellas ni de los criados, las notas a través de la verja ya no se colaron más porque el viento se las llevó, como las palabras de amor que su apuesto galán había susurrado al otro lado del muro tantas noches de luna llena.
El pánico hizo que las lágrimas desaparecieran al ser descubierta. Sabía cual sería su castigo, la desterrarían a la isla de las malditas. Volvieron a brotar mientras se alejaba viendo la triste máscara de decepción en la cara de su padre, el rey.
Lloró mientras cruzaba los campos de su amado reino hacía la costa, y lloró mientras la galera en la que viajaba, surcaba el imprevisible mar hacia esa isla hacia la que muy pocos sabían navegar.
No vio la luz del sol hasta arribar a la costa. Fue conducida hacia una pequeña embarcación que la llevaría hasta la playa y torpemente abrió sus ojos hacia la luz.
Al principio apenas experimentó un extraño sentimiento de júbilo, pero a medida que se acercaban hacia aquella arena negra la luz se volvía cada vez más blanca y resplandeciente. No la deslumbraba, pero hacía que la invadiera una paz que no había sentido jamás.
Y así se dulcificó su mirada y según se iba adentrando en el valle donde permanecería recluida por el resto de sus días una extraña magia invadió su cuerpo. Desapareció el miedo.
Al cabo de pocos días ya correteaba descalza por el monte, sin hacerse daño en sus delicados pies. Pasaba el día fuera, perdida entre los barrancos, sin entender porque de repente era tan feliz.
Pronto su curiosidad hizo que pasara horas preguntándose el porque de su felicidad. Dejó de escuchar el arrullo del viento en las ramas de los pinos y ya no le sorprendía ver el reflejo de su cuerpo desnudo en la laguna.
Pensó tanto que recordó; el motivo por el que estaba allí, a su familia, a su pueblo, la decepción que les había causado. Quiso llorar y no pudo, así que gritó, tan fuerte y tan alto que al cabo de unas horas calló extenuada bajo un pino.
Despertó de madrugada al escuchar un suave susurro en su oído, pero al incorporarse no vio más que la oscuridad de una noche sin luna y las estrellas que parecían flotar a su alrededor.
“No te asustes”, escuchó, pero siguió sin ver a nadie.”¿Quién eres?, preguntó confusa, “¿y donde estás?.
“No podrás verme, pero sí escucharme, hazlo atentamente, porque de ti depende la felicidad del valle y de todos sus habitantes.”.-“¿Qué habitantes?” dijo ella intentando vislumbrar a alguien a su alrededor.
“Todos nosotros”, le explicó la voz,”los árboles, los animales, los arroyos y por supuesto tú, su amada.”
“¿Su amada?,¿de quién?”
“No seas impaciente y déjame contarte tu historia de amor: cuándo llegaste a la isla el Valle ya sabía que vendrías, te había sentido. Tu capacidad de amar, llevaba siglos esperando a alguien como tú, que se rindiera ante el amor luchando así contra el miedo, contra la oscuridad de una existencia gris y fría, carente de emociones.
Así que al llegar tú, se abrió al sol y derramó de nuevo sus aguas. Nos abrazó con ternura para hacer florecer nuestra belleza y que tú pudieras disfrutar de ella.
Sé tú misma, déjate amar y ama.”
Se hizo el silencio, pero poco a poco los grillos volvieron a cantar, y un grato sentimiento de tranquilidad empezó a apoderarse de ella mientras volvía a sucumbir en los brazos de Morfeo.
Cuando la vinieron a buscar aún yacía tumbada bajo el revelador árbol con él que había conversado en la madrugada.
Eran dos hombres armados a caballo. Tenían noticias del reino; su padre le ofrecía su perdón a cambio de su matrimonio con el hijo de un rey aliado. Pero ella ya no querría volver nunca, así que corrió a esconderse entre la maleza. El valle la protegía mientras bajaba por las laderas inaccesibles para los caballos.
Pasó todo el día huyendo. Los soldados extenuados y sin sus monturas se rindieron ante la noche y se perdieron para siempre en la oscuridad.
Volvieron a buscarla pero no la encontraron nunca. La creyeron muerta, pero jamás lo ha estado. El amor la hizo eterna, la convirtió en niebla y así sigue acariciando a su amado valle hasta que el mundo decida no creer más en el amor y desaparezcan para siempre.
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