Esos pequeños ruidos aparentemente imperceptibles la pusieron en alerta, sintió la mano de él acercarse y retroceder arrepentida, su piel se estremeció al frió contacto de esa mirada extraña escudriñando su cuerpo desnudo y cerró los ojos esperando que su mente, aun bajo tinieblas, fuese dando luz, poco a poco a su propia desnudez. De ahí paso a la tarea de unir la fragmentada noche que no acaba de terminar. En su mente las escenas se suceden una tras otra sin una relación aparente hasta que un hilo invisible da cuerpo a la conciencia, certeza que explota en torrente de ira que no encuentra mas cauce que apretar aun más su cuerpo desnudo. Su respirar se vuelve más cauto tratando de controlar cada uno de sus poros, órgano a órgano hasta concluir que cada miembro parece estar en su lugar. Siente, cree reconocer un cosquilleo que escurre de su boca y recorre el mentón, lo imagina recorrer su cuello para irse a perder en el abismo de sus senos. Imagina el color marrón de la sangre al secarse, un escalofrió más recorre su espalda y trata en vano de ocultarlo, la ira va convirtiéndose en temor, espera sin respirar unos segundos quizás minutos tratando de adivinar el momento del ataque, siente intensamente una mirada clavada en su nuca, en su espalda. El temor retorna a ira cuando descubre sus manos tratando de detener el alma que se le escapa de entre las piernas. Atrás siente la mano de él que ha perdido timidez y se atreve a recorrer su cuerpo, escucha su respiración acercándose a su nuca llevando su ansiedad a un punto incontrolable cuando escucha claramente una voz que penetra hasta su alma – Es hora mi amor, que se hace tarde.

© Francisco Valencia