Salió de su casa. Se había puesto mecánicamente una campera, en la suposición-certeza de que hacía frío.
Por un momento, estuvo a punto de ir hasta la cochera a tomar el auto. Tenía las llaves consigo. Pero decidió que era una de las costumbres a romper.
Comenzó a caminar, disfrutando deliberadamente cómo su sombra se fundía con otras sombras: las de los árboles y su escaso follaje ( si las ramas están sin hojas, de todos modos se llaman follaje ? ), la de alguna columna de acero que soporta el toldo de aluminio del mercadito de la media cuadra.
Qué lugares tan conocidos, tan trillados, y ahora, qué nuevos y distintos.
Caminó las dos cuadras hasta la avenida. Debía ser tarde: pocos autos circulando, y sobre todo, pocos taxis. Pero eso lo único que hizo fue acongojarlo un poco más.
Descubrió un poco horrorizado, que no conocía bien las cuadras de la avenida más próximas a su casa. Que no tenía mucha idea de la ubicación de la mejor pizzería del barrio, del café menos post moderno y más acogedor, en fin, de las cosas que hacen que la vida sea amable.
Tanto era el desconocimiento, que ni siquiera sabía a ciencia cierta en qué sentido caminar: hacia el sudoeste o hacia el nordeste ?. Esa clase de decisiones son inmediatas y sencillas si se sabe dónde encontrar el refugio adecuado. ( Anotar mentalmente: el “refugio adecuado” es una noción relativa: depende de cuál es la injuria de la que queremos distanciarnos … ).
Pero no tenía clara ni de la injuria recibida, ni el catálogo de posibles refugios. Claro, hay que anotar que los refugios no son de una vez y para siempre. Los refugios resaltan ( como las luces de las máquinas tragamonedas de los casinos post modernos ) según alguna sutil trama de sus características objetivas ( intimismo, iluminación, mobiliario, nivel de ruido, decoración, enseres, amabilidad de los mozos ) con las necesidades que emanan de lo concreto que provoca la necesidad de refugiarse.
Así, anduvo algunas cuadras, hasta pasar por el frente de una comisaría.
Algo lo impulsó a entrar. Cuando el uniformado que atendía la guardia le preguntó bastante cortésmente en qué lo podía ayudar, articuló ( como un libreto bien aprendido )
- Vea, creo que acabo de separarme de mi mujer definitivamente. Aunque hace más de cinco años que vivo en el barrio, nunca me fijé dónde hay algún hotel de esos para pasajeros y familias. Y en realidad, con la hora que es y teniendo que trabajar mañana, lo mejor que podría hacer es irme a dormir. Usted no me puede indicar alguno ?
- Mmmm la verdad es que no. Le parecerá mentira, pero nosotros empezamos a ubicar lugares en el barrio que nos toca, cuando hay lío. Y esos hoteles por lo general no dan problema. Hasta le diría que no sé si hay alguno en la jurisdicción. Este barrio es medio bacán, vió ?
- Bueno, igual le agradezco.
- Oiga, si me permite, le doy un consejo. Si no le parece, no me haga caso y perdóneme, pero a mí me parece que usted tiene que volver a dormir a su casa. Porque al final, es su casa, no ?
- Capaz que tiene razón. Pero no es fácil volver una hora después de haber salido, diciendo “voy a dormir en el living porque no sé a dónde ir”. Es como declararse derrotado y además desamparado.
- Perdone, pero a mí me parece que es tan su casa como la de su mujer. A mí no me parece que volver a dormir a la casa propia ( aunque sea alquilada, usted me entiende ) sea estar derrotado, y … cómo dijo usted ? … ah, desahuciado .. no, desamparado. Es ocupar su derecho, don. Y sobre todo si lo hace sin violencia, y teniendo en cuenta que yo soy testigo de lo que le pasa y que usted no quiere violencia.
Volví. Entré sin hacer ruido, o el menor posible. Me saqué la ropa y me acosté en el sofá. Estaba con frío, porque me hubiera hecho falta una manta. Al poco rato, unos pasos tenues en la escalera me acercaron esa manta. Y nada más.
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