Era el último examen de la carrera. Después de cuatro años, estaba a menos de dos horas de convertirme en licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Pero primero tenía que superar mi asignatura preferida. Una materia que era distinta a todas las demás, imprevisible, que se encargaba siempre de poner a los mejores estudiantes en un aprieto. Creo que esto era lo que más me divertía: ver cómo alumnos impecables, capaces de memorizar un listín de teléfonos con la precisión de un bisturí, sucumbían ante preguntas desconcertantes con las que no servía nada más que la imaginación. Se podía estudiar Comunicación de Masas, Psicología de la Percepción, incluso Planificación de Medios... Sin embargo, el estudiante más pintado estaba desarmado ante Teoría y Práctica de la Creatividad Publicitaria. Claro que la parte teórica permitía casi aprobar la asignatura con preguntas tipo: qué significa USP según Rosser Reeves o quién es Bill Bernbach. Pero nadie podía pretender sacar buena nota sólo con eso.
El aula estaba llena de estudiantes excitados. Se sucedían las típicas preguntas: ¿cómo lo llevas?, ¿crees que entrarán los caminos creativos? Y por supuesto, las típicas respuestas: lo llevo fatal, como entren los caminos creativos me jode vivo. En esos momentos los miedos se apoderan de las risas nerviosas y la tensión se acumula en los tapones de los bolígrafos mordidos. El ambiente se calienta progresivamente hasta alcanzar el clímax con la llegada del profesor.
Augusto Baldomero era un excreativo publicitario que acabó dando clases en la universidad, cansado del estresante día a día de una prestigiosa multinacional. En las aulas había encontrado su verdadera vocación: impresionar a cientos de cerebros jóvenes fácilmente impresionables con los secretos de un mundo mágico en el que todo es posible. Nos fascinaba con ejemplos de conceptos creativos realmente buenos y siempre terminaba sus clases con un “ustedes pueden ser los autores de la próxima gran campaña”. Un gran tipo, el señor Baldomero.
Nos sentó en los pupitres por orden alfabético y empezó a repartir los exámenes. A mi derecha estaba Kenyon, el típico estudiante de intercambio que más que aprobar esperaba que le aprobasen. A mi izquierda, Cristina, la mujer con la que siempre había soñado, la chica que había amado en secreto desde que vi entrar sus zapatos de tacón por la puerta de la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Intercambiamos un “buena suerte”. Fue lo peor que me podía haber pasado. O sea, no es que no me gustase tener a Cristina a una distancia tan corta como para poder oler su perfume. Me habría encantado pasar los cuatro cursos a su lado, pero precisamente en el último examen... ¿Cómo iba a concentrarme así?
A las nueve en punto sonó el timbre que daba por iniciada la prueba. Recorrí rápidamente las preguntas teóricas: defina brevemente short list, brainstorming y briefing (1 punto), ¿el modelo AIDA está obsoleto? (1 punto) y por supuesto, desarrolle los distintos procedimientos que puede usar un creativo para construir un concepto publicitario, o sea, los caminos creativos (2 puntos). Contesté como pude, procurando no levantar la vista del papel ni un solo instante para no caer en la tentación y quedarme embobado con Cristina.
Juro que lo conseguí los veinte primeros minutos, pero cuando llegué a la pregunta práctica lo único que tenía en la cabeza era la preciosa cara de Cris. Hice un nuevo esfuerzo por fijar mi atención y leí: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? Responda creativamente (6 puntos).
Había oído en alguna parte que, por lógica, primero tenía que haber sido el huevo, porque según la teoría de la evolución de las especies era más sencillo que una célula evolucionase en miles de células que el proceso inverso. Y aunque no estaba convencido de ello, pensaba que un huevo debía ser una célula.
Fuese como fuese, esa respuesta no me servía para nada, porque no era suficientemente creativa. Me puse a pensar alternativas. Seguro que Cristina tenía una buena solución. Me permití el lujo de mirarla un instante con la condición autoimpuesta de volver rápidamente a mis asuntos. Levanté la vista y allí estaba, con el bolígrafo suavemente atrapado entre sus labios y la mirada perdida en el infinito. Estaba guapísima. Llevaba un jersey de cuello alto, con franjas horizontales de colores vivos. Su melena rizada caía como una cascada sobre ese arco iris y su examen... ¡estaba totalmente en blanco!
Entonces supe qué debía responder a la pregunta de los seis puntos. El mundo que me rodeaba desapareció de repente y mi bolígrafo comenzó un camino implacable hasta el punto final. Contesté algo así:
Está claro que a falta de huevos, primero voy a ser un gallina. Porque si tuviese huevos, ante esta pregunta tan teórica para evaluar la práctica de la creatividad, no respondería nada. Eso sí sería una respuesta creativa adecuada. Dejar el examen totalmente en blanco. Espero que haya algún otro alumno que se atreva a hacerlo. Yo no tengo lo que hay que tener.
Entregué el examen convencido de que esa respuesta absurda me permitiría aprobar y lo más importante, haría que el examen en blanco de Cristina tuviese sentido para el profesor. Estaba seguro de que le pondría un excelente, o quién sabe si una matrícula de honor.
Pero como sucede cuando el despertador interrumpe un sueño agradable, todo se esfumó en un instante. Una semana después de mi hazaña vi un insuficiente al lado de mi nombre en la lista de notas. No me lo podía creer. ¿Era posible que ese fracasado creativo de mierda no hubiese entendido nada? Aún no había terminado de pensar cuál sería el insulto más adecuado para ese capullo cuando Cristina me tocó en el hombro.
- ¿Has aprobado? –me dijo con su voz frágil–
- No, el muy cabrón me ha suspendido. ¿Qué tal te fue a ti?
- Suspendida, claro. Dejé el examen en blanco. Sólo vine a consultar qué día es la segunda convocatoria.
- Deberías mirar tu nota antes, ¿no te parece? –le dije con aire misterioso–
- ¿Para qué? No contesté ni una sola pregunta... –respondió riendo–
- De todos modos, deberías comprobarlo –insistí confiando aún en Baldomero–
- De acuerdo... ¡Vamos a ver!
Cristina recorrió con el dedo índice la lista buscando su apellido.
- Suspendida, ¿lo ves?
Mi derrota se confirmó. Aunque visto en perspectiva me alegro mucho de haber suspendido el examen. Cristina y yo quedamos para estudiar juntos ese verano. En la biblioteca, en su casa, en mi casa... Nos vimos a menudo para estudiar Teoría y Práctica de la Creatividad. Al fin y al cabo, ¡la teoría eran cuatro puntos! Recuerdo perfectamente que aprendimos de memoria los caminos creativos racionales (problema-solución, demostración, comparación, trozo de vida...) y sobretodo, que practicamos habitualmente algunos caminos emocionales: el humor, la belleza, el sexo y el romance.
En septiembre volvimos a las aulas siendo pareja. Nos volvieron a sentar por orden alfabético y, a pesar de que no hubo ninguna pregunta referente a los caminos creativos, aprobamos el examen... y nos licenciamos.
|