el rápido de las 20,15 Un hombre vuelve, como lo viene haciendo desde años, en el rápido de las 20.15. Viaja cansado y semidormido, fantaseando co-mo siempre con dormir dos días seguidos. Piensa sin pensar en su recorrido. Llegar a Castelar, bajar y subir corriendo por el túnel, ca-minar siete cuadras y poder por fin descansar, aunque sea por esas pocas horas. Por culpa de él, del destino, o simplemente del viejo jefe del ferrocarril, se baja en Merlo, tres similares estaciones des-pués. El hombre baja del tren y desciende, junto a las otras sombras, por el túnel mirando los escalones y esquivando a los mendigos. Al salir siente que algo no anda bien. Así no es Castelar, o por lo menos no lo era. De soslayo, con miedo a que descubran su miedo y su aturdimiento, va mirando el barrio mientras camina las habituales siete cuadras. Al llegar, se detiene frente a una casa que no es la su-ya, pero que está en el mismo lugar en donde tendría que estar el chalecito con esos pilares que nunca terminó de arreglar. Con un temblor reprimido saca las llaves y trata de abrir. Una mujer que espera, en la noche, a un marido que no llegará, siente ruidos de llave en la puerta y abre. Se encuentra con un des-conocido que, aturdido, la besa en la mejilla en forma mecánica y que al tanteo se dirige a la cocina. Por un instante ella duda. Pero sa-cudiéndose el vértigo que la invade, se dirige a la cocina y sin saber bien por qué, le sirve la comida a ese extraño, que ahora es su mari-do, que mira fijamente la mesa, como si tuviera terror de ver algo más que los familiares cubiertos. Cuando terminan de comer, él mira una serie y ella lava los platos mientras se cuentan, como todas las noches, las novedades del día. |