Podría tal vez ver las cosas de otro color, y decidirme a pensarte; no acabo de comprender porqué escribo, y tú te presentas como el mejor de los bálsamos para mis confusas minucias.
Te leo y te releo y no acabo de comprenderme, me generas aún más dudas, aún más causas para escribir. Y sólo sé observar tu foto y pensar, que tal vez tú supieras sonreírme.
Tus tonos ocres me iluminan, ¿serán quizás mi guía? ¿Podré ver yo más allá de tus ojos, y adentrarme en los míos?
Pensé, sólo a veces, que cuando me tornara famoso mi corazón se volvería pesado, de piedra y acero, de sangre y no más; pero no fue así, y no veo más que naranjas en tu foto, hojas, libros, mi gato, mi pequeño gato; y te tuve ahí, conmigo, acá en la foto, como ninguna chica me hizo sonreír a la lente que nos sorprendió. Si tan sólo sonriese tu foto, no perdería mi alma llorando. No perdería mi calma escribiendo. No escribiría, si tan sólo sonrieses.
Prosas me embargan el pensamiento, y me relegan al suelo; no debí intentar salir de la mediocridad, sólo para halagarte. Mas para halagarte me halagué, pedigüeño y gorrón; tan escaso como ridículo. Así es como me vi, reflejado en tu imagen, ¿podrás perdonarme?
Mil flores te asedian en ese espejo que quisiste franquear, dejándome sólo, lamentando mis heridas. Lamiéndolas. Besando tu foto.
Dios, cómo odio la naturaleza tras de ti, ¿no ves cómo me has dejado? ¿No hay amor en la vida que decida salvarme de mis pecados? ¿Acaso deberé expiar mis culpas, como si de ello único dependiera mi existencia conforme de mí, conmigo? ¿Acaso me volví una bagatela con la que tú has de jugar?
Comprendí, mi causa es justa, todo fue predestinado, ¿verdad, oh dios indiscutible que todo me confunde? Ya nada más puedo hacer por mí, reacio a abandonar mi triste vagar. ¿Cómo? ¿Qué dices? Ya nada puedes hacer por mí, o ¿es acaso ahora cuando aprendiste a sonreírme desde...? Desde la imagen…
Mi resolución es clara; firme; invariable. Te dejo, ¡oh, venerado mundo! ¡Lo siento tanto, tanto! Sólo espero que ésta mi última carta te llegue, consiga y hiera como a mí me desconsuela tu viva imagen. No esperes más de mí. Te dejo, con vida; ¡ah, qué perverso destino me reservaste, Dios!
Un último beso, mi cielo inmenso. Adiós.
|