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Completamente harta porque hartas son las ocasiones que dan coartada a las malditas cosas a las que les apliqué silenciador. El disparo va igual, materializado o no, expulsa una mina de mierda que no sé hasta dónde llenaría vertederos. No es materia orgánica pura, es nefasta y no me importa ya. Harta de los que vendrán porque jamás llegan y de los que fueron porque allá se perdieron sin saber poner las pistas en los lugares donde el recuerdo se hace inequívoco. No es factible ya dar préstamos de caricias y recibir un reembolso roto por donde se escapan los malditos escudos con los que no se compran ni chocolates. La vigencia se cansó de estar presente en las cosas y se mezcló en la misma mierda que hace nata entre los olvidados. Si he sido ejemplo, mil veces calcada por los impacientes que no se conocen y creen que en mí encuentran ese algo extraño que les llena la cabeza de putas ideas. Luego me aborrecen. Me rascan la espalda con sus mismas heridas internas que no encuentran ni un solo escape a la realidad que les come la mielina. Con la autoridad que me entrego digo entonces que estoy harta de tener que hablar de aquello que no me interesa sin poder salir corriendo porque ya no quiero encontrar abrazos apretados cuando llegue sedienta. Y esos oídos sordos que fingen escuchar cuando el último hit suena en la radio y el maldito tímpano se les hace agua por elevar el volumen de esa escoria y nuevamente aplicar silenciador a las palabras sucias que emano sin control. Nadie quiere saber qué pienso de ellos mismos porque están condenados a ir al final de todos aquellos pronombres personales que parecieran más importantes… No por casualidad el “YO” va antes que el “TÚ” en los libros de lenguaje. ¡Por qué me abandonan entonces las palabras! Se desmoronan con el frío que me congela los dedos este hostil cambio de clima más oscuro de lo que muestran las fotografías navideñas de Norteamérica y aún así las perdono. Harta del perdón. Harta del rencor. Harta de los mismos de mi sangre que se han perdido. Unas máscaras que ríen ante cualquier injerto de adrenalina o nicotina. Una garganta que se atora ante la desdicha del otro. Odio ese goce pervertido de los sádicos. ¿es acaso mi culpa que cualquier tipo atrapado en sí mismo haya tirado los dados para dejarme mordiendo el polvo aquí? ¿cuándo me pasaron un mazo de cartas para ofrecerme si pecar de inocente o de tonta? Harta de creer. “Te doy pero te quito si no me das. Y si te tardas te olvido. Y si te olvido que te lleve el diablo.” Harta de ver en todos los ojos las mismas amenazas incluso antes de entablar una palabra con cualquier mortal. De ahí el afán incomprendido de los locos por sacarse la piel que les ha tocado cargar, porque es un asco indescriptible amanecer bajo la misma esencia que nos condena a ser unos malditos petulantes con un déficit de atención patético. |
Texto agregado el 30-08-2006, y leído por 153 visitantes. (2 votos)
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