Nos levantamos a las 5:30 de la mañana, el bus salía a las 7:00.
Había esperado este momento toda la semana, en la noche casi no había podido dormir.
Salir con mi madre y mis hermanos, a acampar, en una playa, era algo realmente lindo, quizás la recompensa a todos los esfuerzos a los que me enfrentaba durante el año.
Nuestra carpa no tenia ni un lujo, de segunda mano, comparada una calurosa mañana, hace tres días, con mucha suerte adivinaríamos como armarla.
Nuestros trajes de baño, los había hecho mi madre, durante semanas tras el trabajo.
Pero la espera había terminado.
Estábamos camino a una playa del litoral, con un montón de ideas en la cabeza, castillos de arena, un lindo bronceado, quizás un beso con algún chiquillo de trece años.
Este año no había sido igual, ya no era una niña, mi menstruación llego junto con un millón de medidas anti-hombre de mi madre, por lo que veía en esta semana, el escape y la transición de una larga etapa a otra, mucho mas larga al parecer.
Cuando llegamos, deje caer el bolso de mi mano, y una sensación paralizante.
Frente a nosotros, un cartel que decía:
-Recinto privado, solo ingreso autorizado.
Los recuerdos de esas arenas pasaban como fotografías, mientras una mirada condenante acosaba a mi madre.
Un repentino dolor de cabeza y la idea constante de que ya nada era como antes.
Que mi niñez se había ido justo el día que la menstruación llego.
- vamos a otro lado, dijo mi madre.
Bueno, respondimos al unísono, y comenzamos a caminar, hacia otro lado.
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